Una turista duerme sobre las butacas de la zona de embarque del aeropuerto esperando la salida de su vuelo. | Pep Tur

Un numeroso grupo de personas se levanta de sus asientos y empieza a formar una larga cola. Algunos, incluso, acompañan el camino hacia la puerta de embarque con unos tímidos aplausos. Son los afortunados. Los que han escuchado por megafonía las palabras mágicas que indican que su vuelo será el siguiente en despegar.
Este pequeño ritual, repetido una y otra vez en todas las áreas de embarque de los aeropuertos de todo el mundo, cobra una significativa importancia durante estos días, en los que el gremio de los controladores está en boca de todo aquel que tenga que coger un vuelo. Y Eivissa no es una excepción.
Es viernes noche y el autor de esta crónica se encuentra sentado en las butacas, frente a la puerta número once, la misma que tenía asignada desde que, dos horas antes, accediera a la zona de embarque y que, en el intervalo, ha sido utilizada por un grupo de alborotados turistas camino de Manchester.
Pero no somos los menos afortunados. En los pasillos, frente a los establecimientos de comida rápida y las tiendas, se van formando corrillos de jóvenes, y no tan jóvenes, sentados en el suelo o, directamente, tumbándose a dormir sobre un simple pareo y con sus maletas y mochilas como almohadas. Son ellos quienes llevan ya varias horas de espera.
Mientras, los controles de seguridad siguen siendo el portal de entrada por el que nuevos pasajeros se van uniendo a esta particular fiesta de un viernes por la noche en Eivissa. En uno de los fondos de estas amplias salas, dos tiendas pertenecientes a dos famosísimas discotecas isleñas dan su particular toque de colorido a la espera. Sus pantallas recuerdan que, a pocos kilómetros de donde estamos, están a punto de empezar las verdaderas bacanales pitiusas.
De repente, gritos de satisfacción. Un vuelo hacia Catania abre sus puertas. Los pasajeros de Wind Jet sonríen mientras muestran sus tarjetas y su documentación. Son las once y media de la noche y las pantallas del aeropuerto muestran su cara más amarga. Retrasados los vuelos a Barcelona,Gatwick, Málaga, Valencia, Luton Stansted, Bonn... Cancelados uno a Milán y otro a Madrid. Los pasajeros con destino a Catania siguen sonriendo.
Pantallas inmisericordes
Una de las recién llegadas a la terminal comenta por teléfono: «Todos los vuelos que hay antes del mío están retrasados, así que supongo que también iré con retraso aunque en las pantallas aún no lo ponga». En escasos segundos, las pantallas, inmisericordes, le dan la razón.
Finalmente, parece que el vuelo a Barcelona que debe alejarme de esta fiesta temática partirá a las doce y media de la noche. Aunque en estos casos nunca se sabe. Puede que los controladores no tengan nada que ver, aunque la sospecha se cierna sobre ellos, y que esto no sea más que uno de esos contratiempos que muchas veces encontramos en periodo de vacaciones (y hay aquí muchos turistas para atestiguarlo). Con paciencia todo se supera, aunque temo el hecho de que, antes de 48 horas, debo emprender el camino de vuelta.
PE: Al fin en Barcelona. Son las tres menos cuarto de la madrugada y estoy a punto de descansar en una cómoda cama. Durante el vuelo, pese a los esfuerzos de las azafatas para atribuir los retrasos a la «congesión aérea», el piloto ha 'confesado' en pleno descenso: los responsables son los controladores. Lo dicho, están en boca de todos los pasajeros.