José Luis Roselló, en su despacho de la embajada española en Mascate.

José Luis Roselló Serra aterrizó en Mascate, capital de Omán, el pasado 12 de diciembre para hacerse cargo de la embajada española de este país situado al sureste de la Península Arábiga. Tras 35 años de carrera diplomática, este ibicenco afronta uno de sus últimos destinos profesionales en un punto «templado», como él califica, de la actualidad internacional.
Roselló, desde su posición de embajador, y observador (rehuye las palabras experto o analista) desgrana la situación que se está viviendo en el mundo islámico empezando por el país en el que se acaba de establecer. «Omán es un lugar calmado, donde la figura del sultán es muy respetada y donde no es espera que se produzcan hechos como los que se están viviendo en otros países islámicos. De hecho, las dos únicas manifestaciones que ha habido aquí hasta ahora apoyando las revueltas de otros países han sido muy tímidas, y en ellas se podían observar grandes carteles apoyando al sultán», comenta.
Roselló echa mano de la historia para recordar que el sultán Qabus bin Said, que gobierna el estado desde 1970 en régimen de monarquía absoluta tras derrocar a su padre, «ha llevado el país de una situación feudal, donde no había luz, ni escuelas, ni hospitales, ni ningún tipo de infraestructuras a convertirlo en un lugar donde, por ejemplo, hay siete universidades y unos servicios modernos que han transformado el territorio en un lugar muy habitable donde hay un desarrollo más comedido que en países como Dubai o Qatar».
En este sentido, Roselló incide en un aspecto importante para entender las revueltas que se están viviendo en otros lugares. «En Omán, la sociedad no está tan desestructurada como en otros países protagonistas estos días. Aquí hay un mayor equilibrio. Pese a que existen desigualdades, claro está, pero no tantas», explica.
Y es que el petróleo, que ha permitido el despegue económico de los países árabes, no es el único sustento de la economía omaní, que goza de otros recursos minerales ajenos al 'oro negro' y de buenas relaciones comerciales con el exterior debido a su pasado colonial.
Para entender la convulsión que se está viviendo en otros países, Roselló aclara, en primer lugar (y eso que ha vivido seis años en Marruecos y cuatro en Kuwait como diplomático), que «conocer a fondo al islam es un espejismo, no se logra hasta que no se habla su idioma, se conoce el Corán y se entiende la idiosincrasia de estos pueblos».
De todas formas, el embajador ve una causa clara en este cambio. «Lo podríamos llamar la 'transversalidad de la globalización'. Los jóvenes islámicos, a través de la nueva sociedad de la información, están viendo que existen otros valores que les llegan desde países europeos, donde los jóvenes salen a la calle para protestar o reclamar cambios», asegura.
«La juventud ha visto que puede encontrar una alternativa y por ello está luchando. Son movimientos espontáneos de jóvenes, en los que los partidos políticos no son protagonistas, pese a que en algunos países, a posteriori, se hayan sumado a las protestas», añade Roselló, quien subraya algo muy importante para entender esta revuelta, que es «el nulo protagonismo de los grupos islamistas, que sólo han aparecido para dar asistencia a los manifestantes, nada más».

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Ganadores y vencidos
Por eso, el embajador español en Omán rechaza declaraciones de varios líderes espirituales islamistas «que caracterizaban la caída de los regímenes de Ben Alí, en Túnez, y de Mubarak, en Egipto, como una derrota de las potencias occidentales y el inicio de la pérdida de influencia de EE.UU. en Oriente Medio». Roselló considera que calificar lo sucedido «como un triunfo del islamismo es una manipulación grosera de los hechos que no se corresponde en absoluto con la realidad».
En la manera en la que se está produciendo este cambio a través de los nuevos medios, en el efecto llamada hacia la democratización, «las fronteras ya no están en las ondas hertzianas», puntualiza, algo en lo que ve Roselló un motivo de esperanza. «Ya no se trata de ser occidental ni oriental, de lo que se trata es de defender los derechos humanos. Tan atroz es una violación en Finlandia como en Burundi», sentencia.

El decisivo papel de Occidente
Sobre la influencia de las potencias occidentales en este conflicto, José Luis Roselló cree que la situación de ahora es comparable «con lo que sucedió al principio y durante toda la Guerra Fría y los argumentos que, en su momento, se dieron para justificar el apoyo que prestaron las potencias occidentales, sin excepción, a los regímenes autoritarios en todo el mundo. Que en general se resumían en uno: la necesidad de contener la expansión del comunismo en el mundo como un 'bien' o 'interés superior' frente a las aspiraciones que muchos sentían de libertad, democracia y defensa de los derechos humanos. Y ello fue así empezando por la propia Península Ibérica, pasando por Asia, y terminando en Iberoamérica».
La diferencia con la actualidad, según el embajador, «es que en esta ocasión, el argumento principal ha sido, y tal como van las cosas me temo que seguirá siendo, la necesidad de contener la expansión del islamismo más o menos radical. Unido lo anterior al hecho evidente de que la mayoría de esos regímenes caídos o combatidos bien se preocuparon de asegurar el libre flujo de hidrocarburos a unos países que han basado su crecimiento económico sobre la libre disponibilidad de los mismos. Y, a la vez, sin desconocer los intereses estratégicos de alguna de las potencias occidentales con respecto de varios de los países protagonistas de la actualidad. Como es el caso de los EE.UU. con respecto a Egipto, de Francia con respecto a Túnez y de Italia, sin ir más lejos, con respecto de Libia».