Sacad las botellas de agua y bebed», exclamaron las monitoras de la escuela de verano del C.P. Cervantes nada más llegar ayer al Centre de recuperació d'Espècies Marines (CREM) en Cala Gració. La fila que conformaban los niños y que habían mantenido desde la entrada al camino se fue desarticulando a medida que llegaban al bar y dejaban las mochilas en el suelo.

Todos ellos, de entre 5 y 7 años, fueron entrando uno a uno en sa Cova de ses Llagostes e hicieron que el silencio que pedían sus instructoras fuera cada vez más difícil: «¡Los amigos de Bob Esponja!», gritaba uno de ellos mientras bajaba los escalones hacia la pasarela de madera que divide los dos estanques.

Pablo Valdés, el biólogo encargado del recinto, les explicó que esta cueva se utiliza como acuario y que en sus 300 metros cuadrados se acoge a una pequeña muestra de las especies que predominan en las aguas pitiusas.

A pesar de las decenas de roncadores, meros y otras sesenta especies restantes, fue un grupo de medusas, que se habían colado por las entradas de agua que contactan con el mar las que despertaron el interés de los niños en un primer momento. Para su sorpresa, el biólogo les contó que no es la primera vez que éstas se filtran en el interior de la gruta submarina: «Una vez entraron tantas medusas que no se veían los peces», decía él, ante la mirada atónita de la clase.

La tortuga Pepita

Los pequeños se fijaron en la tortuga, la principal beneficiada del centro, que apareció hace unas semanas en la playa de Talamanca, bautizada con el nombre de Pepita y que desde entonces se recupera en Cap Blanc hasta que se considere que está lista para partir. El grupo se enterneció al conocer que solamente dispone de una aleta para nadar entre el resto de especies tras serle amputada la otra el pasado mes de junio.

Los tiburones fueron otros de los protagonistas de la mañana que, sin llegar al metro de longitud, espantaron a los niños y causaron pánico en alguno de ellos, como el caso de la joven Noa, que una vez soñó que un escualo se la comía.

El acuario de Cap Blanc recibe un gran número de visitantes a lo largo del verano, entre los que destacan las clases de niños pequeños y excursiones guiadas.

En invierno intentan mantener la cueva abierta al menos dos días a la semana.

Más allá de la gestión de las especies, no hay que olvidar las ánforas de las que dispone el lugar. Estos recipientes cilíndricos eran usados en la antigüedad con fines comerciales: transportaban aceite, vino, conservas de pescado, etc.

Pablo respondió a todas las preguntas que los niños han formulado a lo largo de la visita: «Desde que el pulpo Paul se hizo famoso, la mayoría de las personas que acuden al centro pregunta si tenemos alguno», explica. Sí que lo hay, pero no sabemos si tan predictor.