Es una realidad, la isla está llena de gente y esto es algo que puede apreciarse en todos sus rincones, ya sea en los sitios más escondidos de las playas y calas, a la luz de las velas de los restauranes de Dalt Vila y, por supuesto, en los comercios y mercadillos de Eivissa. La duda estaba en si esta afluencia de público también se traducía en la consecuente alegría para las cajas registradoras y, cómo no, la de sus gestores, también denominados comerciantes.
La sensación, antes de comenzar a cuestionar, era muy positiva. Todavía antes de que cayera el sol se podía ver a los turistas extranjeros o nacionales visitar los puestecitos de artesanía, si no estaban combatiendo el calor con un generoso helado o tomando un tentempié a la sombra que combinaban con una agradable conversación.
Desde una óptica diferente a la de los comerciantes no parecía que el turismo que está viniendo a Eivissa lo haga agarrando la cartera de manera especial aunque, ya se sabe, hay situaciones para todos los gustos y, por supuesto, turistas también. Sin embargo, hubiera sorprendido una queja generalizada de los pequeños y grandes empresarios que dependen de las ventas que realizan, sobre todo, a los tan anhelados visitantes de Eivissa.
Hubiera sorprendido y no sucedió, la mayoría de los empresarios encuestados por este periódico confesaron abiertamente su alegría ante la multitud de público que está visitando sus negocios, más si tenemos en cuenta que andamos por las primeras fechas de julio, y todavía quedan muchas puestas de sol en el calendario estival.
Así lo comentaron los responsables de terrazas, que a juzgar por sus sonrisas no les está costando demasiado sentar a quienes pasean a hacer un alto en el camino y tomar un refrigerio o, más bien, una bebida espirituosa.
Si bien es cierto que no todo era alegría, algunos empresarios aseguraron que podrían estar ganando mucho más dinero del que estaban ganando, algunos de ellos lo achacaron a la calidad del turismo que está viniendo a Eivissa, otros al tan conocido 'todo incluído' que, según los comerciantes, obliga a los turistas a pasar religiosamente por el hotel a la hora de las comidas.