Los estudiantes aprenden a desarrollar sus habilidades sociales y su autonomía personal | Marta Martín

Can Tomeu se ha convertido en el escenario ideal para la escuela de verano Temps d'Estiu que, como cada año, ha organizado el Ayuntamiento de Eivissa. Se trata de una casa pagesa rehabilitada, situada en la finca de Ca n'Escandell, que proporciona terreno suficiente para que los niños puedan disfrutar de las tan diversas actividades que les planean sus monitores.

Entre las propuestas ofrecidas tienen un papel muy importante las jornadas de concienciación sobre el peligro de las drogas, programadas dentro del marco del II Pla Municipal de Drogues del Ayuntamiento. Pero no podemos olvidar que se trata de una escuela de verano, por lo que, antes que nada, lo importante es disfrutar aprendiendo.

Por eso, no siempre se trata el tema como si de una clase magistral se tratase. Más bien se planean actividades para desarrollar las habilidades sociales y fomentar la autonomía personal de cada uno, siempre contextualizando dichos aspectos individuales en el marco de los grupos sociales. Es importante que los chicos entiendan cuál es su papel dentro de un grupo, que observen cómo actúan y cómo su entorno les afecta.

Al promover las características personales de los jóvenes, se logrará que sean capaces de decidir por sí mismos si consumir o no ciertas substancias, conociendo los efectos que éstas puedan tener, dado un hipotético caso en el que se enfrentasen a este dilema.

Pruebas de todo tipo

Dentro de las jornadas de concienciación se incluyen una serie de ejercicios, debates y charlas que siguen un orden progresivo hasta terminar en un proyecto final: la grabación de un corto, utilizando la técnica del slow motion (el uso de capturas y fotografías) que avise sobre el peligro de las drogas y recoja la experiencia de los jóvenes.

De muy diferentes características fue la gincana celebrada ayer. La competición consistió en una serie de pruebas que los estudiantes debían pasar por equipos, puesto que los monitores decidieron dividir el grupo entero en cuatro conjuntos: los de amarillo, los de rojo, los de verde y los de negro, haciendo referencia al color con el que los chicos habían pintado sus cuerpos.

Entre los juegos más exitosos destacó el que consistía en hundir la cabeza en un cuenco lleno de harina para después agarrar con los dientes distintas chucherías que se encontraban al fondo del recipiente. Los participantes tuvieron que soportar que sus compañeros les llenasen, todavía más, el cuerpo y la cabeza de harina y el no poder ver nada por tener los ojos totalmente llenos de polvo. Los jóvenes debían lavarse la cara para poder seguir compitiendo en la siguiente estación: una lucha sobre una resbaladiza sábana llena de jabón, evitando caer o salir de la tela. Después, los estudiantes se dirigieron a una pequeña piscina hinchable llena de agua, donde tenían que mojar sus cabezas, que luego llenarían de champú para peinarse de la manera más original posible.

Pero, sin duda, la parte más esperada llegó al final con la tan ansiada guerra de agua que, eso sí, estaba teñida con pintura. Los jóvenes se enfundaron sus pistolas de agua, previamente cargadas con el líquido guardado en unas garrafas de plástico. Se trataba de disparar a los equipos contrarios para 'matar' a los adversarios y, por supuesto, la contienda fue todo un éxito y ni si quiera los monitores se salvaron de ensuciarse. Al final, los chicos tuvieron que recoger todo el desorden organizado y pasar por las duchas antes de dirigirse a la piscina.

La diversión está asegurada en Can Tomeu y las distintas propuestas ofrecidas demuestran que entretenimiento y risas no son incompatibles con aprendizaje.