El presidente del Consell, Vicent Serra, y la alcaldesa de Vila, Marienna Sánchez-Jáuregui, en la tradicional ofrenda floral al conquistador Guillem de Montgrí. | Marco Torres
La primera celebración de Sant Ciriac con el equipo de gobierno de Vicent Serra como protagonista fue extremadamente austera y sosa. Ninguna protesta (los indignados brillaron por su ausencia), ningún imprevisto, ninguna salida de tono. Por no haber, no hubo ni aperitivo, una tradición del Vuit d'Agost seguramente más valorada por los ciudadanos y sus papilas gustativas que el homenaje a Guillem de Montgrí.
Porque no nos engañemos. Durante muchos años ha habido ciudadanos que han subido al claustro del Ayuntamiento a escuchar el discurso del presidente no para inspirarse con sus palabras y dejarse guiar como pueblo por sus llamamientos y reflexiones sino para disfrutar después de un nutrido aperitivo en el que no solía faltar la tortilla, el jamón, la sobrasada y las delicatessen varias. Y todo ello gratis, con lo que muchos se ahorraban ya ese día tener que hacer la comida.
«Austeridad a muerte»
Las medidas de austeridad implantadas por el Consell han hecho desaparecer esta apreciadísima tradición, lo que provocó la indignación de algunos de los asistentes, que a buen seguro no volverán el año que viene. Desde la institución solo ofrecieron ayer bebidas gratis (el grifo de cerveza estuvo muy solicitado) para evitar alguna que otra lipotimia. La austeridad fue llevada hasta sus últimas consecuencias también al no repartirse los habituales abanicos del Consell para combatir el calor. Suerte que la mayoría de políticos ya lo llevaban de casa. Como bromeaba un cargo de confianza del Consell, con Serra hay «austeridad a muerte».
La celebración comenzó a las 10,30 de la mañana con un concierto de la Banda de Música Ciutat d'Eivissa en la plaza de la Catedral. Le siguió una misa solemne a cargo del obispo Vicente Juan Segura de hora y cuarto de duración (su registro habitual en festividades de este tipo). Como siempre, una celebración religiosa de la que los presentes salieron bañados en sudor por el calor humano del templo y el bochorno típico del agosto. La cúpula de la iglesia pitiusa, que viste con calurosas sotanas en esta celebración, disponía de unos ventiladores para refrescarse un poco, aunque parece que el aire no llegaba al público y tampoco estaba enfocado a los miembros de las colles de ball pagès, que tampoco es que vayan ligeritos de ropa.
La procesión, como siempre, tuvo su miga, porque no es fácil bajar el empedrado de la catedral hasta el Ayuntamiento con tacones. Las concejalas, alcaldesas y conselleras ya lo saben y por eso siempre se agencian a un compañero para agarrarse a su brazo y no tener un traspiés fatal. Fue el caso de la alcaldesa Marienna Sánchez-Jáuregui, quien lucía unos elevados tacones, quien se colgó del brazo del presidente del Consell, Vicent Serra. La directora insular, la socialista Sofía Hernanz, prefirió el de su compañero de partido, el alcalde de Sant Josep, Josep Marí Ribas, Agustinet, y la consellera de Mobilitat se agarró con alegría al del conseller de Indústria, Vicent Roig. La consellera balear de Salut, Carmen Castro, una de las pocas que se puso pantalones para la ocasión, ya que primaron los vestidos, sobre todo los floreados, optó por un calzado más cómodo y pudo sobrellevar bien la bajada.
Una vez en la Plaça d'Espanya, en el exterior del Ayuntamiento, se procedió al acto de homenaje a Guillem de Mongrí, consistente en una ofrenda floral precedida de unas salvas de honor que hicieron pegar un respingo a los asistentes por su potencia.
Lo siguiente en el trepidante programa de actos fue entrar al claustro del Ayuntamiento, donde los abanicos se convirtieron en un elemento imprescindible. Allí, con el discurso del presidente, ball pagès y el Cor del Conservatori, terminaron unos actos que se hicieron un poco largos y que, como siempre, fueron poco concurridos por el ciudadano de a pie.
1 comentario
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Tanta austeridad para el pueblo en un día determinado, cuando ellos no se han bajado los grandes sueldos que cobran cada mes. Esto es, como aquel dicho popular, quitar el chocolate al loro.