Accidentes domésticos, despistes como dejar la cartera en la nevera o cambios de carácter en los que empieza a sospechar sobre los vecinos. Estos son algunos de los signos que las familias de enfermos de alzhéimer pusieron en alerta sobre que algo estaba pasando. Algunas de ellas, como un hijo y una nieta de Ana, el hijo de Francisca o el marido de María, se reunieron ayer en el centro de día de Cas Serres en la jornada de puertas abiertas para conmemorar la celebración del Día Mundial del Alzheimer.
La invisibilidad es un rasgo de la enfermedad. «Mis hermanos no se daban cuenta, pero yo vivo con mi madre. Hace tres años diagnosticaron que tenía la enfermedad y empezaron a medicarla», dice Bartolo Marí. Su madre Francisca empezó hace nueve años con los primeros síntomas. «Empezó muy leve, decía que los vecinos les quitaban las cosas», recuerda.
Cada día acude su madre al centro de día de Cas Serres, un respiro para las familias. «Lo llevamos bien pero hay que estar muy atenta a ella. De momento no le ha dado por irse de casa. Hay muchas cosas que no quiere hacer», dice Bartolo, que ha de compaginar su trabajo con la familia.
Hace casi 40 años que María, de 67 años, empezó a tener los primeros síntomas de la demencia ocasionada, según su marido Juan Marí Cardona, por la subida del colesterol. «Veía a veces alguna cosa rara y pensaba que era un despiste. Le falta un ojo y fue por un despiste cuando estaba haciendo conservas», relata su marido de ese accidente ocurrido en 1983. Ahora está jubilado y sigue estando alerta de su mujer. «Lo llevamos como podemos. Hay que dejar la cocina cerrada de la casa para que no se meta», apunta.
El tiempo es un tesoro para los cuidadores por los que algunos de ellos les gustaría que se pudiera alargar un poco más la estancia en el centro de día «para hacer mis cosas», añade Juan. Para José Antonio, hijo de Ana, «sin el centro de día no podríamos estar».
Ana, de 80 años, otra de las personas que acude al centro de día, recibió ayer la visita de su hijo José Antonio y de una de sus nietas. Fue tras la muerte del marido de Ana lo que alertó a la familia de que esta mujer al que su hijo considera «una madre excelente que ha cuidado a siete hijos y a sus nietos». Pequeños detalles de su vida cotidiana empezaron a inquietar a la familia. «Tenía olvidos cuando ella siempre lo lleva todo y ahora dejaba la cartera en la nevera. Pensamos que era un poco de demencia, pero después nos dieron el diagnóstico», recuerda.
La enfermedad va avanzando progresivamente y las familias se tratan de adaptar a esta nueva situación. «Es el día a día. No puedes hacer planes con visión de futuro porque la enfermedad va avanzando y sus facultades cognitivas se van mermando», dice José Antonio. Ana aún sabe cuál es su casa, conoce sus hijos pero le cuesta reconocer a familias o amigos a los que no ve desde hace mucho tiempo. El futuro está unido al avance de la enfermedad, algo que les cuesta digerir a los que están más cerca de los enfermos, como reconoce José Antonio que «lo más duro es asumir lo que puede venir». Su nieta, Nagore, reconoce que «teme el día en el que mi abuela no se acorde de mí».