Llombard, Rodríguez, Campillo y Manuel Rubio, integrantes del sector crítico, ayer durante el congreso. | Marco Torres

Los congresos del PSOE ibicenco siempre son un maravilloso ejemplo de tensión, nerviosismo y puñaladas traperas. Pero quizás el de ayer, que se celebró en el instituto Xarc de Santa Eulària, fue especialmente desagradable. El día ya comenzó torcido. Los críticos se pusieron tensos al saber que uno de sus delegados había renunciado. Las especulaciones eran muchas: los de Pedro Campillo decían que este señor había recibido presiones de los renovadores, que le habrían amenazado con quedarse sin trabajo. En cambio, los de Vicent Torres aseguraban que los críticos le habían hecho abandonar porque no estaban seguros de su apoyo.

Así que ya de buena mañana se vieron caras de preocupación, llamadas por teléfono y sudores por parte de los de Campillo. Los renovadores mientras parecían más tranquilos. Al menos bromeaban en la cafetería diciendo que los críticos tendrían que hacer una ejecutiva de 80 miembros para poder dar cargo a todos los que habían intentado convencer. «Están dados ya los ministerios para las dos próximas legislaturas», decía uno mientras degustaba una cerveza pese a que desde la organización habían afirmado que no se serviría alcohol.

Entre los críticos las chanzas sobre los métodos utilizados por sus adversarios para convencer a los delegados eran parecidas e incluso José Luis Rodríguez, de Sant Joan, llegó a decir que le daba vergüenza la «compra de votos».

La paella y el vino que se comieron todos como buenos hermanos en un restaurante cercano tampoco sirvió para aplacar los ánimos. Por la tarde esperaba lo peor. Los críticos recurrieron la decisión de la mesa de no aceptar a la delegada con la que querían sustituir al ausente. Incluso la mesa llamó a Ferraz para intentar aclararlo. «Parece que tengamos que elegir al secretario general de la ONU», bromeaba Campillo.

Mientras, la mesa, presidida por el sindicalista Fernando Fernández y en la que también estaban la exconcejala de Sant Josep Pilar Ferrero y la exdelegada del Ibavi Marga Tur, debatía acaloradamente y a puerta cerrada sobre si debía aceptar o no la acreditación de la delegada. Se vivieron momentos de mucha tensión. Caras de preocupación en ambos sectores. Agustinet pasó al lado de los periodistas diciendo: «Això està calent», mientras la crítica Dessiré Ruiz exclamaba que aquello era «too much» para ella. El único que parecía relajado era Xico Tarrés, que pasaba el rato hablando con Lurdes Costa y Patricia Abascal.

Se vieron discusiones acaloradas entre ambos sectores. Por ejemplo entre Antonio Roldán (conocido por su impulsivo pronto) y Agustinet o entre Mª Ángeles Leciñena y Francina Armengol.

Finalmente la mesa aceptó a la delegada y Rodríguez incluso se arrancó con un cante gitano de la alegría. Sofía Hernanz no pudo ocultar su indignación y se acercó a los periodistas para decir que la chica en cuestión era cuñada de Roldán. Un Roldán al que ya se veía eufórico.

Finalmente, el presidente de la mesa anunciaba el resultado poco después de las 19,00 horas no sin antes decir que le habían hecho pasar un «mal trago». Los campillistas se alzaron en una ovación mientras los renovadores se quedaron sentados y la mayoría, sin aplaudir o haciéndolo tímidamente como Albert Marí. Lo primero que dijo Campillo cuando subió al estrado fue que «las alegrías en casa del pobre cuestan mucho», para agradecer la victoria a un «amigo», Antonio Roldán, que «lo ha pasado muy mal en lo personal», porque «le han dicho de todo». Ronco y emocionado también agradeció a otros compañeros e incluso se volvió a acordar de las rosquillas de Mª Ángeles Mostazo. También pronunció una frase que sentó mal a más de un renovador: «Llamadme cuando queráis, por la noche o los domingos haya fútbol o no». Algo que muchos interpretaron como una puñalada en toda regla a Xico Tarrés, conocido por su afición al deporte rey. Un Tarrés que, desde las últimas filas, le miraba fijamente, mascando chicle y con cara de pocos amigos y que no aplaudió en ningún momento. Tras ello, vorágine de abrazos y mucha emoción entre los críticos. Incluso Roldán soltó una lagrimilla.