Su obra ha quedado para siempre en la embajada española y en el Centro Español de la ciudad de Santiago

La vida da muchas vueltas». Pocas veces una frase refleja tan bien la existencia de una persona como la del pintor asturiano Luis Amor.

Pintor de éxito en Eivissa gracias a su particular manera de reflejar a la mujer ibicenca, el mundo pagès y el ambiente hippy que inundó la Isla durante años 70, desencantado de cómo había cambiado todo ingresó durante siete años en la orden religiosa de La Trapa y, finalmente, ha recalado en República Dominicana, donde reside actualmente y donde se ha convertido en una figura destacada de la sociedad del país y del arte dominicano que viene de España.

Llegó al país caribeño en el año 1984, tras una época difícil en su vida tras la muerte de su madre y de su tía Inos y aprovechando que era un lugar al que le unían lazos familiares. Desde entonces asegura que «ha aprendido a vivir como un dominicano, sobre todo en la forma de pensar y me he involucrado en los muchos problemas sociales, políticos y religiosos que hay en el país».

Por eso no ha dudado en ceder parte de su arte y de su forma de reflejar a la mujer, claramente influenciada por su vida en Eivissa, a lugares importantes de la Isla, como paredes de la embajada de España en República Dominicana o del Centro Español de la ciudad interior de Santiago.

Sin embargo, su estancia en este país también ha impregnado a su obra de influencias derivadas del arte caribeño, que, según palabras del propio Amor, «actualmente ha de ser realista, utópico, crítico, reivindicativo, coherente con la realidad y esperanzado en la utopía, que finalmente es la que lleva consigo el cambio y hace posible la transformación de algo».

Una idea que le ha convertido en un artista mucho más universal, como se puede ver en su última colección de serigrafías, un campo en el que comenzó a trabajar en los años 70 y que, bajo el nombre ‘Santas Anónimas’, «está dedicada a las mujeres de todo el mundo que con su esfuerzo y su tesón construyen los pilares de la sociedad futura». Una sociedad a la que Luis Amor trata de aportar su grano de arena desde su retiro en Santiago, donde compagina sus últimos poemas con unos encargos de una importante firma licorera y una exposición que está preparando para el otoño-invierno.

Mientras, a miles de kilómetros, en una pequeña isla de nombre Eivissa, sus ‘Ibicencas’, más de cuarenta años después continúan siendo productos buscados con avidez por muchos coleccionistas.