Como tantos otros, el vuelo VY3518, cuya salida se retrasó nueve horas por causas mayores, no ofrecerá la posibilidad de ninguna compensación económica a los pasajeros.

El reloj marca las 19:15 horas del pasado jueves. Más de un centenar de pasajeros esperan para embarcar en el vuelo VY 3518 (Vueling) Barcelona-Eivissa. Unos regresan a su casa, otros buscan un trabajo de temporada y no pocos más viajan para disfrutar de unos días de asueto en una isla conocida por su libertad.

Las consecuencias de la huelga de controladores franceses está en la mente de todos ellos. El nerviosismo es evidente. No aparece ningún empleado para iniciar el embarque.

Se anuncia un cambio de puerta, el primero de una larga lista: A8, A10, A8 de nuevo, B31, C, B28, A... al enésimo cambio, ya nadie se dedica a recorrer la Terminal 1 de la Ciudad Condal. Hartos de tanto sin sentido, los pasajeros, optan por mantenerse frente a la pantalla de información, esperando una señal que no llega.

«Ni lo cancelan ni anuncian su salida, es una vergüenza», señala Alicia, una residente indignada.

El personal de atención al cliente no ofrece ninguna información. Uno de los empleados utiliza sus grandes dotes de ironía para invitar al pasaje a «salir a la terraza y fumarse un cigarrito».

Son cerca de las 21:00 horas. Antonia sale a hacer un cigarro en la zona habilitada para ello. Otros se hacen con algo de comida, llega la hora de cenar. La información brilla por su ausencia.

Los más ociosos se hacen con una cerveza y escuchan música electrónica. Son un grupo de neoyorquinos que se desplazan a Eivissa buscando «fiesta». Un residente les indica: «Ahora no hay fiesta», a lo que uno de los norteamericanos replica con un notable acento español: «Siempre hay fiesta en Ibiza».

El residente es Jonatan Tesei, un dj argentino apodado Kintar y afincado en Eivissa, una de las mecas internacionales del house y donde espera triunfar. Está indignado. Regresa de su país y, tras diez horas de vuelo Buenos Aires-Barcelona y siete de escala, teme que sus planes se vayan a torcer: «Acaban de anunciar que quizás volemos a las tres de la madrugada. Entonces llevaré 36 horas sin dormir y se supone que el viernes debía entregar el máster de mi último trabajo», lamenta.
A pesar de ello, mantiene la calma a la vez que adopta un papel de liderazgo dentro del grupo de «resistentes» (otros, como Sara, optaron por intentar volar a la jornada siguiente). «Si pasara en Argentina se montaría un quilombo...», comenta Jonatan.

Pasada la medianoche, un empleado de Iberia reparte tickets para consumir un snack en alguna de las cafeterías que todavía no han cerrado. Dos horas más tarde, otro empleado apunta -sin confirmar- que «seguramente» se pueda tomar el vuelo entre las 03:00 y las 06:00 horas. Las caras son un poema.

Finalmente, se inicia el embarque 20 minutos antes de las cuatro de la madrugada. El personal intenta mostrarse lo más amable posible. Sus ojos delatan cansancio y cierto nerviosismo ante las posibles reacciones de un irritado pasaje. Tras la locución habitual de bienvenida, el comandante pronuncia la frase más inoportuna de la noche: «Les deseamos que tengan un feliz vuelo».