La gallina de los huevos de oro está en vías de extinción. La isla por la que hace años suspiraban multitud de trabajadores de temporada y funcionarios –cuando todavía había capacidad para ahorrar– es hoy una olla a presión que amenaza con volar por los aires. A excepción de especuladores, comisionistas o imberbes soñadores, nadie arde en deseos por venir a trabajar y residir en la isla de los desequilibrios.

Ibiza ha pasado de ser un anhelo a convertirse en un fruto amargo y envenenado. Por supuesto que quienes tenemos (para ser justos) la suerte de poseer una vivienda o un alquiler y sueldos razonables aún mantenemos nuestro idilio con aquel paraíso que en su día nos acogió con su suave brisa marina y su dulce aroma a almendro y azahar.

El problema en la isla no solo se reduce al elevado precio de los alquileres, sino también al agravio comparativo que sufrimos en relación a otros territorios del Estado por el alto coste de los suministros y la cesta de la compra. Hace años valía la pena probar fortuna en la isla de las oportunidades. Hoy todo sueldo inferior a los 1.200 euros (la inmensa mayoría) condena a los trabajadores a subsistir sin grandes alegrías.

Habrá quienes piensen que esta dinámica creará una selección natural que devolverá a la islas a sus orígenes, erradicando poco a poco el rasgo multicultural que siempre le ha caracterizado. Craso error. Sin los refuerzos en las plantillas de sanitarios, policías o inspectores; sin trabajadores del sector servicios y sin profesionales cualificados que aporten valor añadido se irá perdiendo la industria turística que ha encumbrado a Ibiza al Olimpo de los destinos vacacionales. Será también la tumba de multitud de sectores relacionados con el turismo como la hostelería, la restauración, el comercio y la oferta complementaria.

Los residentes que mantienen con empeño y tesón la isla durante todo el año se quedan al margen en verano, sin poder disfrutar de toda esa oferta de ocio y gastronomía que parece reservada a los bolsillos más acaudalados del planeta. Dicen que Ibiza escapó a los peores años de la crisis sin apenas despeinarse; y que es el motor de la economía balear, pero su fama y musculatura morirán si la riqueza generada no alcanza a la clase trabajadora y a las familias aquí enraizadas.