A sus 83 años, Maria Ribas Noguera continúa con la misma vitalidad que cuando subía por el terreno empinado de la Cova Santa cargada de platos para montar las decenas de mesas del restaurante en la década de los setenta. Y también le sigue siendo fiel a sus ideas.

Los asiduos a las ferias artesanales que se celebran en la isla de Ibiza están acostumbrados a verla hilando lana de manera artesanal y ataviada con el vestido de payesa y capell sobre la cabeza. Un atuendo que hasta no hace muchos años lucía a diario. «Cuando mi marido y yo bajábamos a Vila nos paraban siempre para fotografiarnos, hasta que un día él se cansó y dijo basta», explica Maria antes de recordar que en un bautizo familiar decidió vestirse de curt y ningún miembro de su familiar, acostumbrados a verla con mantón, pañuelo en la cabeza y vestido largo, la reconoció. Maria radmite, no obstante, que aunque ahora se viste de forma moderna, a ella siempre le ha gustado más el vestido pagès.

Más de quince años después del fallecimiento de su marido, Maria sigue viviendo en su modesta casa de Can Gibert, junto al Camí des Colls, en Sant Jordi. Y también continúa llevando la misma rutina que cuando en Ibiza todavía no se hablaba de beachs clubs, saturación turística o del agotamiento de los acuíferos. Esta brava mujer, de aspecto frágil pero de firme convencimiento, asegura que duerme tan solo seis horas al día, mientras que las otras dieciséis no para quieta. «Ahora no tengo tanta energía y lo que antes hacía en un día ahora tarda una semana», asegura Maria ‘Gibert’, que todavía mantiene la tradición de confeccionar queso de cabra casero. «Toda la leche la guardo para hacer un queso diario», apunta esta mujer mientras les da la vuelta a los que tiene secando a la sombra de un algarrobo.

Esta jordiera infatigable explica sonriente que en las ferias artesanales, a las que asiste junto con una de sus hermanas y una vecina, son muchas las personas que se interesan por su oficio pero pocas las que quieran aprenderlo. «Aprendí a hilar lana con mi abuela, a la que quería mucho, cuando me quedaba a dormir en su casa. Le insistí tanto que me dio un huso que no tenía ni medio palmo y aprendí muy rápido».

Maria explica que con la lana que hilaban elaboraban calcetines para los trabajadores de las salinas. «Para ir por los estanques necesitaban calcetines de lana para que no se les mojaran los pies. Llevaban espardenyes de suela de esparto y se los vendíamos muy baratos», señala Maria Gibert. Una tarea que llevaba a cabo al anochecer delante de la chimenea después de una dura jornada de trabajo en el campo. «Yo me ponía a hilar lana y mi madre hacía los calcetines», explica esta veterana hilandera.

Unos gandules

«Los jóvenes dicen que no tienen tiempo pero van a la playa o a la discoteca antes que a trabajar. Antes trabajábamos todo el día y todavía teníamos tiempo para trabajar en casa. Una gran parte de los jóvenes sólo esperan a final de mes para cobrar, pero no les gusta trabajar», critica Maria Gibert. ¿Y quién tiene la culpa? «Todo prospera y cambia, pero la culpa es de los gobiernos y de las leyes, porque ahora cuando uno está fijo en un sitio ya no lo pueden sacar de allí. Antes tenías que estar alerta porque si fallabas ya te decían que no volvieras al día siguiente. A mí nunca me han ayudado en nada, todo me lo he ganado con mi sudor».

LA NOTA

Una artista de la canción tradicional pitiusa

Además de hilar lana, Maria también heredó de su madre la pasión por la canción tradicional pitiusa. Su progenitora fue Antònia Noguera, una gran cantadora de Can Pep Miquel, en Formentera. «Yo nunca había cantado porque me daba vergüenza, me ahogaba. Ahora, ya no tengo», explica Maria antes de empezar a cantar una canción escrita por ella misma: «Eivissa és illa petita/mèrit li hem de dar/per naltros sa més polida/que en el món varen posar.

La teníem cultivada/que dava gust de mirar/era verda i molt polida/mos dava molt de menjar/ i ara ja està abandonada/dona pena de pensar».