Teresa Arce Juan, en la imagen. | Periódico de Ibiza y Formentera

Su vocación es fruto de la casualidad porque ella quería trabajar en Iberia, pero unas prácticas en s’Ambulatori le abrieron las puertas al mundo de la sanidad. Conserva la verborrea que le caracterizó durante su trayectoria profesional de casi 50 años. «Mi sobrino dice que cuento las cosas como las vivo», relata. A Arce le costó aceptar su jubilación pero ahora la disfruta intensamente. Eso sí, su vena reivindicativa sigue presente en su vida, incluso en sus visitas matutinas a la playa. «Ses Salines está destrozada», denuncia.

¿Dónde ha ejercido su vida laboral?

__Empecé en Pediatría y hubo una especie de castigo en el trabajo porque era muy contestataria y me destinaron a Laboratorio. La suerte que tengo es que estoy bien donde me dejan y me encantó. Eso fue en s’Ambulatori. Pasé después a Primaria y allí estuve desde 1987 hasta 2002.

Y después el mundo sindical.

__Todo ha sido casualidad. En 2002 tuve un problema de salud muy grande y los médicos me aconsejaron por un problema de artrosis que me cogiera la invalidez y yo me negué. La única solución fue adaptarme a la vida sindical. Allí he estado hasta mi jubilación porque no he podido hacer atención directa. Mi médico me dijo que no podía ni a nivel sindical.

¿Recuerda cómo fue su primer día de trabajo?

__Fue una casualidad. En aquella época quería trabajar en Iberia y necesitaba tener el servicio social que no lo tenía. Me destinaron a s’Ambulatori para hacerlo y allí descubrí mi vocación.

¿Cómo fue con los pacientes?

_Los pacientes son encantadores. Si tienes problemas es porque el sistema no ha funcionado y se crea un ambiente que no es el adecuado. La gente es bastante comprensiva. Recuerdo que en aquella época todos los trabajadores éramos una familia. Entré para hacer el servicio social porque tenía una titulación de auxiliar de enfermería y me colocaron. Hacia falta personal porque lo acababan de abrir. Había gente mayor y joven. Los mayores cuidaban a los jóvenes; era como si fuéramos sus hijos.

¿Ahora no pasa eso?

__No. Ahora está deshumanizado, por mucho que quieran humanizarlo. La gente está muy crispada con el nuevo hospital. Todo el mundo va con carga de trabajo.

Ya veo que le sale su faceta sindicalista, pero estábamos hablando de sus recuerdos.

__[Risas] Tengo un recuerdo muy bonito del doctor Rebollo, que para mí fue como un padre; de los doctores Mario Lorenzo, Labarta, Alfredo Roig y Julián Vilás.

¿Cómo fue su último día de trabajo?

__No quería jubilarme. Me daba reparo no trabajar y cobrar, pero luego pensé que he cotizado toda mi vida y tengo mi derecho. Me costó mucho mentalizarme de que cuando me levantara cada mañana no iría a trabajar. Agoté los 65 años más los cuatro meses que marca la ley. Mi último día fue normal; hacía tiempo que lo tenía todo preparado. Aún así durante un mes me levantaba todas las mañanas, me vestía y me iba al despacho.

¿Qué le decían sus compañeros cuando llegaba al despacho?

__Me conocen y no les extrañaba ya que siempre tenía algo que había olvidado.

¿A qué se dedica ahora jubilada?

_Me dije que iba a hacer cosas que no he hecho en la vida: ama de casa y mujer florero. Dedicarme a la familia, a mí misma que nunca me he dedicado tanto y me he dado cuenta de que eso de cuidarme funciona muy bien: paseo mucho con mi marido en invierno y hago una dieta equilibrada. Me voy a la playa todos los días, que ha sido mi pasión, y no podía ir porque me iba a trabajar.

¿Alguien de su familia ha seguido sus pasos en la sanidad?

__Ninguno. Uno de mis hijos es químico y otro se dedica al tema del deporte.

¿Y su vena sindicalista?

__No, siempre he sido muy reivindicativa. Me gusta la igualdad, que te respeten y reconozcan tu trabajo, aunque sea para hacer un huevo frito.

¿Cuál ha sido su mejor experiencia que ha tenido?

__El trato con la gente. El día a día. Ir todas las mañanas a trabajar y dar el cien por cien.

¿Y la peor experiencia?

__Cuando se inundó el centro de salud de Can Misses.

¿Sería un alivio para la gerencia cuando se jubiló?

_Creo que brindaron con champán [risas]. Hubo un director de Gestión que parecía que le estaba riñendo pero le daba consejos. Le molestó y lo dejé, pero al final reconoció que yo velaba por el buen funcionamiento de la sanidad pública. Lo que he querido es que los trabajadores estén contentos, no son tontos y si se les explica bien las cosas, lo entienden.