La exposición se podrá ver en el Museo Monográfico de Puig des Molins hasta noviembre.

El valenciano Benito Vilar-Sancho Altet (Valencia 1924 - Ibiza 2014) fue una eminencia en el mundo de la medicina y de la cirugía plástica en particular. Galardonado con la Gran Cruz de la Orden Civil de Sanidad, podía presumir de haber firmado junto a los doctores Sánchez Galindo, Soraluce Goñi y Álvarez Lowell los estatutos de la Sociedad Española de Cirugía Plástica y de crear el Servicio Nacional de Cirugía Plástica y Reparadora, primer servicio de la red de hospitales públicos de la Seguridad Social que se instaló en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid.

Sin embargo, su gran pasión era el buceo submarino. Una afición que comenzó a practicar en 1960 cuando se mudó a pasar largas temporadas en su casa de Cala de Bou y que, con el paso del tiempo le convirtió en el gran pionero de la arqueología submarina en las Pitiusas aunque, tal y como explicó ayer a Periódico de Ibiza y Formentera el director del Museo Monográfico de Puig des Molins, Benjami Costa, su figura no haya sido reconocida aún como se merece.

Por ello el museo de la calle Vía Romana de Vila inauguró ayer una completa muestra bajo el nombre Passió per la mar: la col·lecció Vilar-Sancho que ensalza su trabajo y que se podrá ver hasta el próximo mes de noviembre en la sala de exposiciones temporales. Está compuesta por algunos de sus hallazgos, tanto los que tenía en su casa como los que donó al centro, y por fotografías, documentos, mapas o cuadernos que cedieron dos de sus hijos en verano de 2015, después de que el médico valenciano falleciera en noviembre de 2014.

«La exposición es el homenaje definitivo a Vilar-Sancho, un hombre gracias al cual se iniciaron en los años 60, cuando no era tan habitual las escafandras autónomas, las exploraciones de los pecios romanos del Grum de Sal, al Sureste de Sa Conillera, y Cap Negret, en Sant Antoni, y se financiaron las campañas de investigación de 1962 y 1963 codirigidas por José María Mañá de Ángulo, exdirector del MAEF», explicó Benjamí Costa.
Además, el director del Museo Monográfico de Puig des Molins destacó el respeto que el valenciano siempre tuvo por los restos que encontró en sus exploraciones submarinas.

«Aunque él, como promotor económico de las campañas y amparándose en la legislación de aquella época se quedó algunas de las piezas para él, siempre hay que agradecerle que tuviera el magnífico criterio de no tocar lo que hallaba y comunicar cada paso que daba al Museo arqueológico». Algo que, desgraciadamente no fue muy habitual durante las décadas posteriores, ya que Costa lamentó que hasta finales de los años 80, «cuando se creó la Carta arqueológica submarina por el Centro Nacional de Investigaciones Subacuáticas, se produjo mucho pillaje en el patrimonio ibicenco».

Piezas únicas en el mundo

En la exposición se pueden ver piezas únicas en el mundo, la mayor parte de ellas procedentes del hundimiento de un barco que llevaba un cargamento de ánforas lusas del tipo Dressel 14, fechadas en los s. I-II dC. La más importante es, según explicó Benjamí Costa, un «sello de madera romano encontrado en el pecio de Cap Negret destinado a marcar el nombre del consignatario de la carga y el peso del contenido sobre la cal o mortero con el que se cubría el tapón de corcho o cerámica que cerraba la boca del ánfora». En él se puede leer la inscripción grabada en negativo, en mayúsculas, Q. VERG. SCAE // L.L y cuya traducción vendría a ser Quinto Virgini Escévola (cincuenta libras).

Además, destacan distintos cepos de plomo de anclas romanas que él tenía en su poder hasta su muerte, algunas de peso muy importante, «y un candelabro árabe fechado en torno al siglo IX o X de nuestra era con un diseño del que no se conoce ninguno igual en el mundo».

Tampoco faltan fotografías de sus expediciones, imágenes en las que se ve a su familia con algunas de las ánforas extraídas del fondo del mar pitiuso o las notas y los croquis que Vilar-Sancho realizaba tras cada una de sus inmersiones. «Al tener formación científica era una persona muy minuciosa que registraba todo lo que hacía al mínimo detalle y por eso, tras su muerte, sus hijos legaron al museo una cantidad inmensa de información que todavía, tres años después, se sigue estudiando y valorando como es debido por nuestros técnicos», concluyó Costa.