La misionera de la diócesis de Tánger posa junto al cartel de la campaña de Manos Unidas dedicada a la mujer.

María Guadalupe Josefina Zúñiga Orozco, franciscana misionera de María en Nador, Marruecos, está de visita por primera vez tanto en España como en Ibiza, donde permanecerá hasta este jueves atendiendo a los medios y dando charlas en los colegios.

Esta mexicana de ciudad de León, Guanajuato, es la misionera invitada por Manos Unidas de Ibiza y Formentera, con motivo del lanzamiento de la Campaña 2019, que coincide con el 60 aniversario de la organización evangelista. Zúñiga representa el testimonio directo del nuevo programa de Manos Unidas, dedicado a los derechos de la mujer y la migración.

Ha pasado la mayor parte de su vida en Marruecos, «mi casa», movida por «una llamada del señor a entregar mi vida a ayudar al prójimo donde fuera», algo a lo que respondió. Desde hace cuatro años sirve en Nador, paso fronterizo con Melilla, para la diócesis de Tánger. Además de dar presencia a la iglesia en un país minoritario para los cristianos su misión es humanitaria, en una zona donde «cada vez llega más gente porque es un flujo de paso obligatorio para llegar a Europa» desde que se cerraran otras fronteras.

El sueño de un futuro

La misionera explica que la mayoría son jóvenes no acompañados (MENA) de entre los 12 y 25 años, «no hay mayores y aunque no hay mucho dinero para comida, se les ofrecen kits de higiene, cobijo, asesoramiento o protección para enfermedades de transmisión sexual, porque ellos llegan pobres pero sobre todo enfermos. En su país de origen no hay cura y saben que en España sí». Zúñiga sabe que mucha gente no verá jamás su destino. «Muchos llegan con enfermedades terminales, sobre todo tuberculosis. Otros también, ya trabajando en el campo (donde trabaja la misión) enferman por las condiciones extremas en las que viven».

En el caso concreto de las mujeres, «la Iglesia en Marruecos tiene escuelas, centros de formación femenina y muchas hermanas trabajan como enfermeras en los hospitales, pero nuestra labor básica está en el nivel de formar a mujeres en corte y confección, cosas que puedan aprender fácilmente y que luego les dará un empleo». «Nuestro papel es ayuda a la mujer migrante, como la mujer subsahariana porque, ¿tú sabes lo que es para una mujer llegar aquí? Hay muchos peligros, mucha violencia, enfermedades y agresiones sexuales. Muchas llegan embarazadas, intentan pasar la frontera dos, tres y hasta cuatro veces, porque quieren que sus hijos nazcan en España, y entre el tiempo que lo intentan ya han dado a luz», aclara.

Según la misionera, la situación real de la mujer en el mundo es muy compleja, «queda mucho por hacer solo para que la mujer sea tratada con respeto, como un ser humano. Hay mucha desigualdad y mientras la mujer no sea considerada como un igual al hombre, con los mismos derechos y la misma dignidad, será muy difícil cambiar la situación», lamenta. Como sucede con las políticas sobre inmigración llevadas a cabo estos últimos años, otro de los objetivos es centrarse en invertir los esfuerzos en el país de origen del inmigrante, «esta campaña quiere ayudar a evitar que la emigración se dé. Porque la emigración se da por falta de todo ello y es ahí donde hay que actuar».

Uno de los pasos para conseguir que el migrante no tenga la necesidad de dejar su país es la formación, «porque con un título quizás se les quite la idea de venir a Europa, ya que ello les permite integrarse más fácilmente en su país y ser gente productiva». El lema de Manos Unidas de este año es ‘La mujer del siglo XXI: ni independiente, ni segura, ni con voz’; fuera del primer mundo, «es la realidad». La mayoría de mujeres no pueden decidir por ellas mismas. No tienen ni tiempo de ver si tienen voz o voto porque tienen que trabajar, laborar la tierra, sacar adelante a la familia, hacer kilómetros para buscar la comida y tienen que pensar qué van a comer. No tienen el lujo de escoger. Lo que les tocó les tocó y luchan cada día por salir adelante a la familia».

Zuñiga alude también la diferencia de clases a la injusticia y la desigualdad, «porque mientras unas mujeres pueden decidir, otras no pueden. Ser independiente, segura y con voz depende de donde te haya tocado nacer». Tras años de experiencia ayudando al prójimo, algo que asegura, «contagia», esta misionera ha aprendido lo necesario para saber que el cambio se dará «cuando nos enseñemos a ser solidarios y a compartir lo que se tiene. Vivimos en un mundo en el que el tener prevalece al ser y mientras no nos enseñemos a abrir nuestro corazón no habrá solución, porque lo que mueve el mundo es el amor».