Varios alumnos juegan a fútbol en el patio del colegio. | MARCELO SASTRE

«La palabra pobrecito la dejamos en la puerta, aquí los alumnos son los responsables de su aprendizaje en todo». Ese es uno de los principios que rige el curriculum del Colegio de Educación Especial de Sant Josep. Se encargan de las tareas del comedor, del orden en el aula y si se dejan la chaqueta, tendrán que volver a por ella.

Lo cuenta su director, Daniel Angulo, coordinador de este proyecto de educación inclusiva que tiene por objetivo «ir avanzando en autonomía y fomentar la inclusión de los alumnos en la sociedad».

Un trabajo que a veces supone un acompañamiento a lo largo de toda la vida. Quizás algunos de los alumnos de este colegio pasen en el futuro a un Centro de Día.

Para el director del Área de Educación de la Asociación de Madres y Padres de Discapacitados de Balears (Amadiba), Miguel Felipe, para facilitar este camino la sociedad debe evolucionar en ese concepto de inclusión. Pasar de esa idea de exigir a estas personas que se adapten a la sociedad a «hacer un esfuerzo por acoger a gente con una serie de capacidades múltiples, diferenciadas a la norma».

‘¿Qué tal estás?’

A la hora de entrar a clase, en el Colegio de Educación Especial de Sant Josep todos indican cómo se encuentran, incluido el profesor. En unos carteles con pictogramas indican si están tristes, enfadados o contentos. Las rutinas y la estructuración del día a día son fundamentales para ellos.

La escuela acoge alumnos desde los 6 a los 21 años que tienen Trastornos dentro del Espectro del Autismo (TEA). «Trastornos generalizados del desarrollo cognitivo» y «pluridiscapacidad» para ser más exactos, indica el director del equipo técnico de psicólogos de Amadiba, David Riera.

Hay cuatro aulas con una ratio de entre cinco y siete alumnos en las que los alumnos están divididos por sus capacidades cognitivas, no por su edad biológica.

A partir de sus capacidades, sus funcionalidades, su nivel de comunicación y de autonomía se sitúa al alumno. Una tarea para la que se cuenta siempre con la colaboración de psicólogos, pedagogos y la supervisión de la Conselleria a través del equipo de orientación.
Tener en cuenta su estado de ánimo será fundamental durante la jornada para saber si hay que dejar al alumno más espacio o se puede trabajar más.

Desarrollar estas pautas que facilitan la relación con estas personas implica una «linealidad en los diferentes contextos, ya sea la escuela, la vivienda o las actividades del fin de semana», explica Riera. Es por ello que la relación de los educadores con la familia también es muy importante.

Inclusión

Pero, ¿cómo se trabaja la inclusión en un centro de educación especial, fuera del sistema educativo ordinario? Sus responsables explican que de dos formas: a través de las actividades fuera del centro y de los proyectos coordinados con otros centros educativos.

Una forma de trabajar que implica que el 60 % de las actividades del día a día se realicen fuera del centro: salidas a la piscina, al supermercado, a la biblioteca, al ayuntamiento... son actividades que forman parte de la programación.

«A través de estas salidas buscamos fomentar la autonomía de los niños, que el niño se sienta útil dentro de la comunidad», explica el director del centro.

En el taller de cocina, por ejemplo, se implica todo el colegio. Los alumnos hacen la lista de la compra con pictogramas, van al supermercado, adquieren los productos y elaboran una receta. Cada alumno desarrolla una tarea dentro de sus capacidades; una actividad transversal con la que aprenden competencias matemáticas, sociales, psicomotrices o trabajo en equipo.

Además de estas actividades, realizan proyectos con el colegio público Urgell, el Sant Josep, el IES Sant Agustí o el IES Sa Serra.

Para Miguel Felipe «eso es un cole de educación especial. Nuestro objetivo no es que estén aquí, sino que, poco a poco, se vayan construyendo las posibilidades múltiples que se pueden dar en la vida de la persona. Si lo que buscamos es el máximo de autonomía, funcionalidad e inserción en la sociedad, investiguemos, seamos flexibles dentro de lo que permite el marco legal».

Trabajar en esta diversidad de ámbitos implica una formación continua por parte de los profesores. «Una de las exigencias del departamento de educación es tener profesionales muy completos, muy actualizados en continua formación y un proceso de reflexión», explica el director de este departamento. En el aula de pluridiscapacidad, por ejemplo, la lengua de signos es un básico para Laura, la educadora.

Una opción del sistema

La adjunta de gerencia de Amadiba recuerda que este centro no es más que otra opción dentro del sistema. «Para llegar aquí hay todo un proceso legal que marca la Conselleria muy rígidos y establecidos. Es la Conselleria la que valora la necesidad de que venga».

Felipe recuerda que el paso por este centro puede ser una etapa más del alumno, que quizás acabe otra vez en la educación tradicional reglada, pero también puntualiza que «muchos alumnos han llegado a este cole y se han sentido por primera vez en sus vidas parte de un grupo». Algo que indica que no siempre pasa en un centro inclusivo o en un aula UEECO (Unidad Específica Educativa en Centro Ordinario). «Hay veces que sí y veces que no. Los chicos necesitan tener referentes, un grupo de apoyo en el que se sienten a gusto, sentirse a gusto en ese contexto».

Llega la hora del patio y Mariona baila la música que pone en el altavoz bluetooth su compañera Alba. Mientras, Carlos juega al fútbol con su tocayo. El juego en un colegio ‘especial’ es el mismo que en uno ‘normal’.