Xico Tarrés en rueda de prensa | MARCELO SASTRE

Una persona cabal, que ha sido militante de un partido político durante 30 años, luego con épocas y dirigentes de todo tipo y pelaje, alcalde de su ciudad, presidente de su isla, secretario general de su federación y diputado autonómico, no se da de baja de su formación, si no tiene razones poderosas para hacerlo.

Vamos a descartar que Xico Tarrés haya perdido la chaveta y, por lo tanto, partimos de la base que es plenamente consciente de sus actos. Luego, debe de haber causas de profundo alcance que hayan motivado este paso. No sabemos cuáles, pero haberlas haylas como las meigas en Galicia.

Él no quiso dar un sigiloso paso a un lado, como hacen muchos otros cuando pasan a segunda actividad. No ha querido mantener su condición de militante, pagar una cuota anual ridícula y que encima desgrava si es que se paga, ser interventor cuando hay un proceso electoral, salir en algún video de viejas glorias y comprar lotería de Navidad. No. Xico Tarrés está tan, tan, tan en desacuerdo con el PSOE que ha abandonado la formación que le vio crecer y que le ha permitido pasar de ser un profesor más a un pedacito de la historia política reciente de Ibiza.

Lo hizo después de la crisis de Marta Díaz y Vicent Torres, pero no lo hizo público. De hecho, solo unos pocos lo sabían antes de que lo publicara este diario el pasado jueves. Una vez desvelada la traición de Tarrés a los suyos, tampoco ha querido desvelar las verdaderas razones de su portazo, de su patada en la espinilla a Josep Marí Ribas, el nuevo secretario general del anterior partido de Tarrés.

Es una falta de respeto a los que fueron sus compañeros. Tienen todo el derecho del mundo a conocer por qué se va un tipo por el que muchos han trabajado de forma altruista colocando sillas o sirviendo vino payés en los mítines y actos electorales. Este sorprendente y reprobable silencio ha alimentado todo tipo de hipótesis.

Marí Ribas dice que no va con él, puesto que aún no había empezado su mandato y su poder era y es tan incipiente como frágil. Razonamiento impecable.

Pedro Sánchez lleva demasiado tiempo haciendo sanchadas, amén de que la política nacional nunca ha sido motivo de una excesiva preocupación para Tarrés, no había habido segundas elecciones y dormíamos tranquilos sin Pablo Iglesias en el Gobierno cuando se fue como para que el desacuerdo venga de la Meseta.

Francina Armengol lleva siendo años siendo Francina y él se declaró fan de ella el día de su despedida. Salvo que mintiera ante los medios en febrero de 2019, nada descartable y que, a buen seguro, hizo alguna vez en su etapa de político activo, cuando anunció que dejaba la política y volvía a la docencia, no tenía intención de repetir en las listas ni tampoco de abandonar el partido, sino todo lo contrario. Fue respaldado por Pilar Costa, lo que denota buena sintonía entre él y la todopoderosa consellera de Presidencia. Nada hacía presagiar entonces este desenlace y que el mismo pueda estar relacionado con las ganas de volver a chupar cámara en el Parlament cuatro años más.

Por lo tanto, todos los caminos apuntan a la actuación del partido en el caso Marta Díaz, sin descartar alguna cuenta pendiente con el alcalde de Vila o con algún otro.

El silencio atronador del alcalde, jefe del PSOE de Vila y respaldo del nuevo secretario general insular, introduce otro elemento a tener en cuenta, nada concluyente y, por lo tanto, únicamente indicativo. La no reacción de Ruiz se parece a que no hay mayor desprecio que no hacer aprecio.

Xico Tarrés se ha ido queriendo hacer daño a su partido. Su marcha se iba a saber un momento u otro y, tras conocerse, iba a sonar a bofetón en toda regla.

Y con la pena adicional de no explicar las razones, sin poner los puntos sobre las íes, sin hablar con valentía, sujeto, verbo y predicado, como hacen los que no tienen nada que esconder y se sienten cargados de razón. Esta reacción infantil, impropia de un hombre maduro, bregado en mil batallas, extiende el manto de la duda sobre los anteriores y los actuales dirigentes. Nadie se salva de poder ser el responsable de una baja sonora, pero irrelevante, como todas. En los partidos no existen los huecos, son ocupados inmediatamente.

Creo que se trata de un adiós definitivo, pero es todo tan raro que llegados a este punto he de confesar que no descarto nada. Nadie habría vaticinado la semana pasada este desenlace, por lo que una vez más se demuestra que la realidad siempre supera la ficción. ¿Habrá más Xico Tarrés? El tiempo dirá.

¿Qué queda de Podemos?

Quien ha dado un paso adelante en su vida laboral ha sido Alfonso Molina. Desde que se fue en septiembre la anterior delegada de Citelum, la contrata que gestiona el alumbrado de Eivissa y que se llevó bajo el gobierno socialista de Sant Antoni la contrata en dicho municipio de forma irregular el pasado mandato, Molina ocupa su puesto. Lo hace como asesor externo en un caso que tiene todas las papeletas de ser un falso autónomo. A falta de que sepamos si dicha relación vulnera la Ley de Incompatibilidades, la contratación del ex concejal apesta y es, cuando menos, poco ética y nada estética.

Con todo, lo más relevante de este caso no son los hechos relatados, pecata minuta para el PSOE y para el propio interesado, calderilla de poca monta en comparación con el entramado del SOIB que le obligó a dimitir, sino el silencio cómplice de Unidas Podemos.

Sí, aquel partido de los de arriba y los de abajo, el partido cuyos dirigentes solo cobrarían como máximo tres veces el salario mínimo, que acabaría con las puertas giratorias de una casta tan abominable que se permite pagar 22.000 euros de sobresueldo al año a los altos cargos que trabajan para el Govern pero no residen en Mallorca, aunque sean de Podemos. Una contradicción más que no sorprende a nadie.