Vista de la fachada de la chabola que Alexander se construyó para no tener que vivir sin techo. | MARCELO SASTRE

Su nombre es Alexander, es ruso, tiene unos 50 años y lleva casi uno viviendo en una chabola en la carretera de Sant Antoni.

Según explicó a Periódico de Ibiza y Formentera, «es una larga historia». Antes vivía en Cala d’Hort, luego estuvo en Sa Coma y, más tarde, cerca de Can Misses dos años. Siempre eran casas abandonadas.

Alexander comentó que antes estaba «en un paraíso» al lado de Sa Coma, pero lo «tiraron a la calle sin preguntar ni nada». «Que me busque la vida y ya está», dijo, al tiempo que criticó al Consell d’Eivissa por ello. Ya ni siquiera tiene papeles.

El ruso indicó que se alimenta de lo que recibe de los supermercados. «Comida caducada», apuntó. Apenas recibe subvenciones desde que lo echaron de su anterior residencia. Los servicios sociales le dieron luego una ayuda de 4.000 euros que invirtió en construir su actual vivienda. «Ya no me queda nada», afirmó.

La casa donde vive tiene cocina. Su cuarto de baño está fuera, en el campo, y usa una garrafa de agua para lavarse. Cuando la necesita, acude a buscarla a cualquier parque. En cuanto a la luz, funciona con placas solares.

Asimismo, hay una tienda de campaña que utilizó mientras estuvo construyéndose la casa donde vive. También, en la parcela donde se encuentra, tiene un almacén que, más bien, «parece una montaña» de objetos apilados uno sobre otro. Con todo ello, se dedica a vender chatarra a base de objetos que obtiene de la basura y a partir de los cuales produce «artesanía».

Mientras, se dedica a mantener limpio el campo donde vive para que, de alguna manera, el dueño no tenga más motivos para desalojarlo. Como fórmula de agradecimiento.

Las instituciones
Alexander es escéptico cuando se le pregunta por la posibilidad de recibir más ayudas después de cómo dice que lo trató el Consell. Constantemente repite que teme tener «problemas» a causa de este reportaje, pero lo tranquilizamos diciéndole que se trata precisamente de que las instituciones tomen conciencia de su situación y de la de otros tantos como él para ver si lo ayudan, algo que no piensa que vaya a suceder. «No creo que tengan poder para ayudarme aunque quieran», se resignó el ruso. En su opinión, es más fácil que le toque la lotería, y eso que no juega. «Si la gano, me compraré una casa con dos plantas y un garaje», dice con un brillo lloroso en los ojos, al tiempo qué se pregunta qué podría pedir al Ayuntamiento. «O al Consell, que me tiró a la calle».

Pese a todo, dice estar contento, hasta el punto de que «seguro que mucha gente tiene envidia» de que viva donde vive. De momento, está seguro, pues ni la Policía ni el dueño han aparecido para volver a echarle a la calle. «Puede ser que un día venga el dueño, pero de momento tan sólo conozco a tres vecinos», añade, mientras repite con frecuencia que espera no tener «problemas».

En conclusión, Alexander dice varias veces que, aunque no tiene actualmente otra posibilidad, está «a gusto» viviendo en la chabola. Ello es debido a que, aunque parezca que está «abandonado», nadie le «toca».

Finalmente parece perder el miedo e incluso se le enciende la luz de la esperanza. De repente sueña con que «algún millonario con una finca y mucho terreno» lea la noticia y le llame para encargarse de su cuidado. Además, dice que busca cualquier tipo de trabajo y, para ello, solía usar las páginas de Periódico de Ibiza y Formentera.
Antes de despedirnos de él, le preguntamos si desea decirnos algo más. «Paz y felicidad para todo el mundo». Así sea.