Son las 11:00 del martes 3 de marzo, Bernat Joan Marí (Eivissa, 1960) llega media hora antes de lo previsto a la redacción de Periódico de Ibiza para la entrevista que tenemos concertada con él. Ahora puede permitírselo. Es su segundo día como jubilado y eso le abre a uno una perspectiva nueva del tiempo.

— ¿Qué va a hacer ahora con tanto tiempo libre?
—La jubilación sirve para hacer estas cosas que normalmente no podías hacer en determinadas épocas, como viajar, que es un tema que te puede plantear de un modo muy diferente a como lo hacías en plena vida laboral. Otro aspecto interesante es que el tiempo te lo puedes organizar de otra manera. Yo, por ejemplo, tengo que ir a presentar unas traducciones que me han hecho en Italia. El acto es el día 3 y luego hay otro evento el día 5 y me puedo plantear irme el día 2 y volver el día 6 sin preocuparme. También para escribir, retomar proyectos literarios por acabar.

— ¿Cuáles tiene en mente?
—Una compilación de documentos de la Unión Europea, que es algo que llevo buscando la manera de darle forma desde hace unos meses, porque requiere tiempo y no tenía el que necesitaba para esto. También acabar algunos proyectos que tengo medio acabado, alguna obra de teatro, estas cosas. Por supuesto tengo intención de continuar con las colaboraciones habituales. El artículo de los miércoles en Periódico de Ibiza y Formentera seguirá publicándose porque es una cosa que forma parte de mi ritmo de crucero y no es algo que dependa de mi jubilación.

— ¿Qué es lo que más echará de menos del aula?
—El contacto con los estudiantes, en primer lugar y el contacto con los colegas en segundo. Aunque de algún modo lo seguiremos manteniendo. Les he dicho que no me voy a la otra punta del mundo. Vivo a cuatro kilómetros de Vila. Hago charlas habitualmente, en la biblioteca del instituto hacemos una actividad de cuentacuentos de miedo el 1 de noviembre desde hace muchos años y no cuento con dejar de hacerla. Si a mi me piden que haga tal o cual actividad, ahora estaré más disponible que nunca. Pero el contacto diario con los estudiantes es una cosa que marca de alguna manera y eso será lo que eche más de menos, supongo.

— Es una persona muy polifacética, ¿la de profesor era su primera vocación?
—Yo sabía que me dedicaría a más de una cosa, eso que dicen de no poner todos los huevos en el mismo cesto, pero el trabajo de profesor fue el de forma meditada. El año que acabé la carrera me ofrecieron trabajos que no entraban en el campo de la educación y dije que no.

— Cuando uno se plantea ser profesor de forma vocacional imagino que piensa en sus propios profesores como referentes, ¿cuáles fueron los suyos?
—He tenido la suerte de tener profesores muy buenos y eso creo que marca mucho. En la universidad nos cruzamos con Lluis Vicent Aracil que es el introductor de la sociolingüística en la Península Ibérica. Ni en España ni en Portugal había nadie que se dedicase a la sociolingüística en el año 80. Uno joven profesor que vino de Stanford se cruza en tu vida y, ostras, te impacta. Antes había tenido profesores en Ibiza que me marcaron, Joan Mortera, Joan Bonet, Miquel Torres que fue mi profesor de Lengua y Literatura Castellana que me animó a escribir, Gabriel Sorá, que era un profesor absolutamente entusiasta que tuve en el Instituto Santa María y después coincidimos como colegas en el Instituto Sa Blancadona… muchos más, pero los primeros nombres que me vienen a la cabeza son estos. Gente que me dejó una marca profunda.

— ¿Qué destacaría de ellos?
—Tenían en común que les interesaba mucho lo que hacían y que lo sabían transmitir. Si te interesa un tema y lo transmites bien ayuda mucho.

— Algo que entiendo que ha intentado aplicar
—Claro, en la medida de lo posible. Ha habido cosas en las que no he podido conseguirlo lo bien que lo hacían ellos. Pero sí, creo que tiene que ser muy difícil explicar cosas que no te interesan y tiene que ser muy difícil si te encuentras en una situación incómoda o la clase te pesa. Eso también le pesa a tus alumnos. Tienes que enseñar cosas que a ti te interesen y que crees que les pueden interesar a ellos.

— ¿Cómo ha vivido la evolución del sistema educativo desde sus inicios en 1982?
—Era muy diferente. En el 82 teníamos menos medios, recuerdo que en las clases de COU teníamos aulas en las que superábamos los 50 alumnos. Tú le dices ahora a un profesor joven que acaba de empezar que tendrá un aula con 50 alumnos le caería el alma a los pies. En la época era relativamente frecuente en Ibiza, pensemos que había dos institutos en la isla. Bueno, tres, el Isidor Macabich se acababa de inaugurar como instituto de Formación Profesional. Pero de Bachillerato había dos, todo el mundo iba a Santa María o iba a Blancadona. Diría que en cuanto a medios estábamos bastante peor, pero también ha habido cambios sociales que han marcado las dificultades que hay hoy en día. Hay más familias desestructuradas, padres dimisionarios, un punto más de descohesión social que no existía en aquella época. Estadísticamente es más fácil que te encuentres con alumnos con ciertas dificultades para poder encontrarle una salida. Diría que los estudiantes del 82 eran más homogéneos que los de ahora.

— ¿Era más fácil enseñar en aquella época?
—No. Una cosa ha compensado la otra, así que seguramente no. Ahora tienes la mitad de alumnos, pero de esos alumnos tienes a tres que acaban de llegar de países extranjeros. Algunos de ellos llegan con su tío o con cualquier otro familiar en vez de con su padre y su madre, tienen un shock cultural de llegada, como no puede ser de otra manera con una persona que viene de lejos con una cultura completamente diferente. Te encontrarás a un par que piensan que estudiar no da ninguna salida y que no tienen ningún interés. Aunque esto es porque ha mejorado alguna cosa, que es que la obligación de estar en el sistema educativo se ha extendido hasta los 16 años. En definitiva, tenemos un sistema más inclusivo que lleva a tener más estudiantes sin interés por estar en ese sistema. Esto supone una dificultad añadida, pero hace 38 años tampoco tenías tantos medios como ahora.

— Es muy crítico con la burocracia del sistema educativo, ¿qué aspectos cree que se tendrían que cambiar?
—El aspecto que tiene que marcar más tú trabajo como profesor es la relación directa con los alumnos. Hoy en día todo se programa y se estructura muchísimo. Se hacen unas programaciones de curso que tienen 300 páginas. Yo prohibiría cualquier programa de curso que tuviese más de 15 páginas. Necesitas más tiempo para revisar esa programación que para preparar las clases y lo que a ti te interesa no es la programación, sino preparar la clase. Se llega a programar sesión por sesión. Pero, ¿y si pasa alguna cosa muy importante de por medio?. ¿Y si un poeta tan bueno como Enric Casasses le conceden el Premi d’Honor de les Lletres Catalanes, como ha pasado esta semana, y no le tienes en tu programación? Quizá piensas que a tus alumnos les puede servir y gustar este poeta. ¿Qué haces? ¿Cumples estrictamente con tu programación o llevas a clase libros de poemas suyos y los disfrutas? Creo que se tiene que reducir la burocracia educativa, es un tema básico, porque que te quita esta parte de la educación directa. También puede que un alumno te plantee una pregunta que no tienes programada y que quizás sea de gran interés. ¿Qué haces? ¿Le dices que hoy toca hablar del complemento directo o le intentas aclarar esa duda que le interesa y que puede tener que ver con el temario? Mi tendencia natural es a dejarme llevar en estos casos. A responder a las inquietudes de los alumnos que tienen que ver con la asignatura.

— La Ministra Isabel Celaá prepara una nueva reforma educativa por la que ya está recibiendo criticas por la falta de consenso ¿llegará el día en que un Gobierno elabore una Ley de Educación que dure varias legislaturas?
—Lo dudo. No sé por qué motivo los ministros de Educación tienen tendencia a querer dejar marca. Son como determinados arquitectos modernos, que te hacen una reforma de una cosa antigua y tienen que dejar su firma de algún modo. En cambio los sistemas educativos más consolidados son aquellos en los que existe suficiente consenso como para que cada ministro no tenga el deseo de dejar esa marca. Si cogemos sistemas tan diferente como el de Finlandia y el de Corea del Sur, tienen en común un elevado consenso sobre lo que tiene que ser el mundo educativo y la estabilidad. Además también es importante sustraer la educación de la trifulca política cotidiana y la tendencia de los que están en el poder aquí es a meterla ahí. Soy escéptico respecto a la búsqueda de ese consenso de momento. Ningún ministro piensa que pueda ser un buen ministro si no hace su reforma y podrías ser un ministro magnífico sin hacerla.

— ¿Volverá a la política?
—No lo tengo en mente. Ahora mismo estoy en una posición muy cómoda en el mundo político. En el ámbito local no tengo ningún compromiso, por lo que puedo decir lo que quiera como opinador en los medios y ayudar si hace falta a catalizar acuerdos entre quien sea, si es que mi intervención sirve para algo. Por otra parte cierta dedicación la tengo en el ámbito europeo, en la Alianza Libre Europea, que a mi es un cosa que siempre me ha gustado y sigo teniendo allí cierto papel. Por tanto, eso no lo cambiaría.

— ¿Cómo encaja el independentismo dentro de una Unión Europea que busca eliminar fronteras y, en fin, la unión?
—Creo que no puede encajar salvo en una Unión seria. En una Europa más fuertemente unida, el tipo de relación que tenga cada uno de los pueblos que la integra con los organismos europeos y esos pueblos entre ellos no es tan crucial como cuando los actores principales son los propios Estados. Para todo Estado es fundamental mantener su unidad. Si lo que predomina es la voluntad de construir la Unión Europea, el hecho de que haya dos o tres estados más o menos no cambia nada. Después de la guerra civil en Estados Unidos, cuando nacen realmente como federación de estados, hubo territorios que estaban unidos y se separaron. No pasó nada, porque había un paraguas superior que los abarcaba a todos, no se alteraban sus relaciones. Mi independentismo es de un tipo unionista europeo. No entiendo que tenga que llevar a conflictos de vecindad. Nunca pienso en unos Países Catalanes independientes, por ejemplo, enemistados con España o donde los españoles sean extranjeros. Los españoles no serían extranjeros en los Países Catalanes y nunca lo serán, ni lo franceses ni los italianos.

— ¿Cómo se puede lograr eso cuando la separación parece inevitablemente conflictiva?
—La clave es Europa, que exista más unidad en Europa, que es un rumbo que no llevamos ahora. Es algo difícil de conseguir, pero yo creo que sería muy importante. El paraguas europeo es importante. Con una Europa más unida, donde la soberanía esté más diversificada, los conflictos nacionales tendrían a una escala más baja. Si predominan las estructuras políticas del siglo XIX, los conflictos son irresolubles.

— Me hablabas al principio de una compilación de documentos europeos, ¿tienen relación con esa primera idea de la Unión Europea de la declaración de Schuman?
—Soy un fan absoluto de Jean Monet, de Konrad Adenauer, de Altiero Spinelli… de esos europeístas de los años 40 y 50 del siglo pasado que querían una Unión Europea que sirviese para minimizar los conflictos que habían asolado Europa durante dos siglos. Es con esa idea con la que me siento identificado. Si me preguntas sobre un texto europeo con el que me identifique, no al 100%, pero en un porcentaje altísimo, te diría Memorias de Jean Monet. Hacia allí tendríamos que ir.