Amadeo Salvo, ayer, en el estadio de Can Misses. | Marcelo Sastre

Amadeo Salvo (Valencia, 1967) como casi todos los niños quería ser futbolista. Llegó a jugar en los juveniles del Valencia, club que llegó a presidir, y en Tercera División. Dejó el deporte para dedicarse en 1987 en cuerpo y alma a levantar junto a su padre, recién amputado de una mano, Power Electronics, una empresa que no para de crecer y que factura 500 millones de euros, en parte gracias al boom de las energías renovables, a cuya industria suministra componentes esenciales que fabrica en su fábrica de Lliria (Valencia) para almacenar la energía, «inversores solares, para neófitos, el corazón de una planta», nos explica. Precisamente, en este campo es donde tiene puesta la mirada la empresa, en pleno estudio de un plan de negocio para construir en Valencia una fábrica de baterías, «una gigafactoría», para coches eléctricos y también para parques solares. Palabras mayores.

Dice no haberse parado a pensar en cómo es visto por la sociedad ibicenca. «No me preocupa mucho, a unos les gustaré y a otros no. Los ibicencos son gente que me encanta, les he cogido mucho cariño», confiesa. Dice estar enamorado de la isla desde que la pisó por primera vez cuando vino con unos amigos de vacaciones con 17 años.
Padre de dos hijos de 22 y 19 años y una hija de 20 años.

Tiene un apartamento en propiedad en Marina Botafoch. Antes, usaba el barco de la familia como vivienda móvil.

La trayectoria de la empresa no sería la misma sin la apuesta por las energías renovables que hizo Power Electronics en 2009, cuando «un inversor solar que era menos sofisticados que los inversores industriales que fabricábamos nosotros se vendían cinco veces más caros. Había un burbuja».

Se acabaron las subvenciones en España y la burbuja estalló, «algo que tuvo su parte positiva», ya que «nos obligó a esforzarnos más». «Siempre hemos sido muy innovadores y fruto de ese espíritu diseñamos unos equipos outdoor que nadie se esperaba y que funcionaron muy bien en sitios con climatologías adversas como el Reino Unido».
Asegura que son la empresa número uno del mundo occidental, «desde Oriente Medio hasta América».

Vive los partidos «ni muy tranquilo, ni muy sufridor», tiene muy mal recuerdo de la fase de ascenso a Marbella. «En la primera media hora estuvimos tan desacertados que tiramos la temporada entera».

Él trata, desde la presidencia, de que todo funcione y en acompañar a su gente, una tarea, en cualquier caso, mucho más fácil que dirigir Power Electronics. «El club funciona muy bien», confiesa orgulloso.

Esta temporada aún no ha tenido ninguna «semana de mierda», aquella en la que nada vale porque el equipo ha perdido, lo que demuestra que «acertamos con Carcedo». Ayer nos recibió en las oficinas de Can Misses.


¿En qué punto está el proyecto de construir en Valencia una fábrica de baterías para los vehículos eléctricos y parques solares?
—Aún está en fase embrionaria. El futuro del mundo está en la generación de energías limpias y en el almacenamiento de la energía, que hoy no se almacena. No volveremos a las nucleares, el gas es un problema y es más barato generar energía fotovoltaica que, además, tiene la ventaja que un parque se construye en un año.

El segundo gran mercado es el automóvil. No tienen futuro las fábricas de automóvil en España, si no hay suministradores del vehículo eléctrico. Si no los hay, se llevarán las fábricas donde sean más rentables.

Va a haber una necesidad grande en estos dos campos y no podemos depender de países como China. La energía y las telecomunicaciones no deben estar en manos de países que no son fiables. Es un tema que la UE debe plantearse seriamente, como se planteó Estados Unidos. Esta es una de las cosas que Trump ha hecho bien. No voy a poner en tus manos mi alta tensión y mis telecomunicaciones, cuando hay empresas americanas y europeas que lo pueden hacer. No es una cuestión de dinero. Es una cuestión política.

¿De qué depende de que se haga la gigafactoría? ¿Buscan inversores?
—No lo sabemos todavía. Mis clientes que compran baterías y celdas a los coreanos y los chinos me piden que fabrique todo. Tengo demanda, pero no es fácil. El mundo de la batería es muy complicado. Necesitamos colaboración de universidades, mucha tecnología y colaboración de mucha gente. Es un proyecto muy grande y complejo con mucha inversión, ya que todo ha de estar automatizado. Son palabras mayores. Estamos en la fase de desarrollo del modelo negocio.

¿Qué movimientos anticipa en energías renovables y movilidad eléctrica?
—La revolución es muy grande. Los barcos de pequeña eslora serán eléctricos en cinco años. Los puertos serán los primeros que dirán a los barcos de pequeña eslora que el motor debe ser eléctrico porque no contamina. Es lo correcto y es lógico que así se haga en el momento que se pueda. Para ello, hacen falta economías de escala, nada más.
Ambas cosas son decisiones estratégicas de Estado. El mundo está cambiando.
Por su tamaño, Ibiza es uno de los lugares perfectos para el desarrollo de la movilidad eléctrica.

¿Tiene coche eléctrico?
—Sí y un híbrido. En cambio, en Ibiza, no.

¿Qué debería hacer Ibiza para potenciar la movilidad eléctrica?
—Hay que hacer un plan y poner gente al frente que lo lleve a cabo. Aquí una carga puede llegar a durar una semana. Hay mucha gente que quiere invertir en estas cosas y no hay vuelta atrás, ni en esto, ni en las renovables.

¿El Consell d’Eivissa ha descartado los grandes parques solares en su hoja de ruta para la descarbonización?
—Es entendible. Si la matriz energética de España es renovable, algo que pasará y que nos permitirá exportar energía, puedes conectar la isla con más cables con el sistema. No pasa nada. Lo importante sería poder desmantelar la central de Endesa y eso sería posible con solo cuatro plantas de 50 megavatios cada una y un correcto almacenamiento. O más más pequeñas y correctamente diseminadas. Las baterías son contenedores y son fácilmente integrables, pintándolos o con pantallas vegetales. Lógicamente, todo tiene impacto ecológico, también lo tiene el turismo. En Estados Unidos todas las plantas se hacen con almacenamiento. Aquí se está empezando a hacer.

¿Cómo les ha afectado el covid?
—Hemos acabado el año con crecimiento en ventas. En febrero empezamos a transformar la empresa para seguir produciendo y sirviendo a nuestros clientes. Los gastos se han disparado y nos ha afectado en la cuenta de explotación, pero nos damos por satisfechos.

¿Se vacunará?
—Sí, cuando me toque.

¿Cambiará el mundo?
—Mejorará la higiene y también mejorarán los sistemas de salud que recibirán más recursos. Mejorarán también determinados comportamientos que nos beneficiarán a nosotros y a las futuras generaciones.

¿Le da pábulo a las teorías conspirativas?
—No. Pero tengo claro que no podemos dejar sectores estratégicos, telecomunicaciones y energía, en manos de un gobierno del que no se fía nadie como el Chino. No podemos estar en manos de empresas que son de países de dudoso crédito, que hacen dumping, sin cura del medio ambiente, países que no respetan los derechos humanos y que pueden manipular la información. Esto no es una cuestión de dinero.
Estamos a las puertas del 5G, de que los vehículos vayan solos, ¿con quién está más tranquilo? ¿si la tecnología es de Ericsson, Nokia, Motorola o una empresa china? Está claro, pero estamos yendo al revés en Europa. Porque tenemos créditos comerciales, compromisos o porque los políticos no están a la altura.
Vamos a un mundo tan conectado, tan automatizado, tan tecnificado que tenemos que tener muy claro quiénes son nuestros socios.

¿Cómo llega Power Electronics hasta aquí?
—La fundó mi padre por necesidad, es una historia de superación personal. Teníamos una empresa pequeña de montajes eléctricos. Mi padre tuvo un accidente, estuvo muchos meses de baja, le intervinieron 13 veces y al final le acabaron amputando una mano. Lo pasamos fatal. Un proveedor suyo le enseñó un producto que, simplificando, servía para arrancar motores industriales. Nosotros no le damos importancia a que accionado un botón se enciendan las cosas, pero son procesos complejos. Dejé el fútbol y me puse a trabajar con él. No tenía ni idea y le pregunté quiénes eran nuestros competidores. «Siemens, ABB, General Electric, Mitsubishi», me respondió. También me dijo que «íbamos a ser los números uno del mundo», que «Siemens empezó con uno, el señor Siemens», que «solo hay que trabajar más que ellos, nosotros (hablaba como si ya fuéramos una corporación), conocemos mejor las necesidades de la industria». Hoy somos 3.000 personas.

Es raro, primero distribuyen y luego fabrican cuando la máxima judía es «comprarás y venderás y nunca fabricarás»
—Nuestros proveedores empiezan a cerrar porque Siemens y ABB se los van comiendo. En el 97 decidimos fabricar porque dependíamos de fabricantes que no tenían ni la fuerza ni las ganas de competir con los grandes y así empezamos.
Es una historia muy bonita, es una historia de empezar de cero, contra competidores que son más grandes que cualquier empresa del Ibex 35.
Le compramos un coche automático a mi padre (ya fallecido) con un gran maletero para que fuera a visitar fábricas. Era como un vendedor ambulante.
Recuerdo que cogía el teléfono y los clientes pedían por el departamento de compras y volvía a ponerme yo. También que cuando nos llegan trailers de Israel, Sudáfrica o Nueva Zelanda pedíamos ayuda a algún vecino para descargarlos. Hemos hecho de todo.
Mi padre fue un visionario y un ejemplo de empuje y coraje. 30 años después, los hijos seguimos juntos.

Tenía previsto preguntarle si era un hijo de papá, pero me temo que la pregunta sobra.
—¡Qué va! Siempre hemos trabajo muchísimo. Ahora estamos un poco más tranquilos, pero hasta hace ocho años no sabíamos lo que eran vacaciones. Venía a Ibiza con la idea de estar cuatro o cinco días y a veces no llegaba ni a venir o me tenía que ir antes. Ahora seguimos trabajando mucho, aunque es diferente porque hay un equipo muy grande.

A los clientes que compraban a Siemens o alguna de estas empresas, siempre les decía que me llamaran si tenían algún problema alguna vez.

Un día me llamó la planta embotelladora de Coca Cola de La Coruña. Era verano. Yo estaba en la boda de mi primo. Al acabar la cena, me fui al almacén, cogí un arrancador y tiré para La Coruña. Llegué a primera hora de la mañana y a las 12, la planta estaba en marcha. Nunca dejaron de ser clientes nuestros, acabábamos siendo amigos. Nunca les fallamos.

¿Es usted rico?
—No. Tenemos un empresa que tiene un valor alto. Desde el 87 hasta 2017 no repartimos beneficios porque los reinvertíamos en la empresa para que estuviera fuertemente capitalizada y poder competir con las grandes corporaciones mundiales.
Teníamos un salario bueno que nos permitía tener una calidad de vida adecuada, pero no hemos sido millonarios.

Tenemos un empresa (cada hermano tiene un 33,3%) que vale cientos de millones de euros, pero están ahí, no están en el bolsillo.

Somos gente emprendedora, que nos gusta empezar las cosas desde cero, lo hemos mamado siempre así. Por eso, empezamos el Ibiza desde cero. Podíamos haber ido a otro club, creemos que las cosas tienen que tener identidad, hacerlas desde el primer minuto.
Estamos enamorados de Ibiza, a pesar de ser el lugar más difícil del mundo para desarrollar un proyecto de fútbol…

... No se pase.
—Del mundo no, obviamente, pero de España sí. Ibiza es un lugar muy difícil para desarrollar fútbol. Primero: el coste de la vivienda encarece los fichajes. Segundo: ahora ya no tanto, pero cuando empezamos, ¿Ibiza? ¿Fútbol? No. Tercera: infraestructuras deportivas. Los jugadores buenos no quieren jugar en césped artificial. Ninguno. Ha habido que generar un proyecto sólido y serio para que la gente confiara.

¿No tiene ningún buen jugador en la plantilla?
—Me refería al principio. Pero aún hoy hay jugadores que no quieren venir porque sus prestaciones bajan.

¿Y por qué no lo cambian?
—Hay déficit de infraestructuras. El campo lo usan otros equipos y además necesitamos otro campo de césped natural para entrenar. Si subimos, se hará. Es parte de la gracia del proyecto, la gente ve como una barrera que esté todo por hacer, pero yo lo veo como una oportunidad.

Suena muy raro que los socios de una empresa de componentes eléctricos se meta en el follón del fútbol en Ibiza.
—Hacía muchos años que lo tenía en la cabeza.

¿Para ganar dinero?
—Un club de fútbol es una empresa más. El fútbol mueve el 1,3 % del PIB español, es una industria. Mis hermanos y yo siempre hemos invertido en deporte, Power Electronics fue patrocinador principal del Valencia Basket, lo que era Pamesa, del equipo de moto GP Aspar Power Electronics Team, colaborábamos con academias de basket, ayudábamos al deporte base.
Decidimos invertir en nuestro propio club. La idea es llevar un club desde abajo hasta donde podamos. Me gustaría ser el número uno como todo en la vida, pero hasta donde lleguemos. Es una inversión. Puede salir bien o puede salir mal.

Un tanto caprichosa en tanto que depende de que la dichosa pelotita entre...
—Así es. Y además jugar en Segunda B es ruinoso.

¿Cuánto de ruinoso?
—Algún millón de ruinoso.

¿Pierde un millón al año?
—No me gusta hablar de cifras. Es ruinoso, pero en cambio en Primera, antes del covid, 19 equipos de 20 tuvieron beneficios importantes.

¿Qué hizo el que no ganó dinero?
—Mala gestión deportiva. Los jugadores consumen el 70 o 80% del presupuesto.

¿Es un juego la UD Ibiza para usted?
—No. Viven 50 ó 60 personas y es una responsabilidad. Además, no queremos que nos pueda salpicar nada a la familia o a Power Electronics.
Un club profesional en Segunda o en Primera con el nombre Ibiza es un diamante, un diamante... El Ibiza vende más camisetas que algunos clubes de Primera y que muchos más de Segunda y eso que estamos en Segunda B y no tenemos tienda propia.

¿Qué pasaría si la pelota entra y se logra el ascenso?
—Habría que llegar a un acuerdo con las instituciones para que nos cedieran el campo, como se ha hecho en Villarreal, Badajoz, Girona y Leganés. Tendríamos que cambiar la iluminación, el césped y construir un estadio como Dios Manda.

¿Qué es un estadio como Dios manda?
—Un estadio moderno, tecnológico, con una capacidad mínima de 12.000 espectadores y máxima de 17.000. También habría que construir una ciudad deportiva.

¿Dónde?
—No me gusta adelantarme. Primero que entre la pelotita. La hemeroteca es muy jodida.

¿Sería un problema para Rafa Ruiz que la UD Ibiza se quedara en exclusiva el campo y el anexo?
—No. Yo creo que no. Es bueno para la ciudad que haya un equipo en el fútbol profesional. Sería un cambio muy grande. Aquí vendría mucha gente de fuera a ver los partidos.

¿La hoja de ruta es subir a Primera?
—No y, además, nos equivocaríamos. Nuestra hoja de ruta es crear una empresa, dotarla de recursos y economía suficiente para que esa empresa sea seria, pague a tiempo, sea solvente, la gente quiera venir, hablen bien de ella, tenga una buena repercusión mediática. Y eso es lo que estamos haciendo, estamos invirtiendo como si Power Electronics tuviera otra filial. ¿Qué lo perdemos? Pues como el que compró un solar pensando que lo iban a recalificar y hace 30 años que espera. Tenemos energía y fuerza, los hermanos estamos unidos y no hay fisuras. Si algo falla, quien entre después se encontrará un club saneado.
El deporte es como la vida, hay cosas posibles y cosas imposibles, y estar en Segunda y después en Primera es posible.

El proyecto del Ibiza es muy bueno. No hablo solo económicamente. Hay muchos clubs, sin contar filiales, ocho o 10, con un presupuesto superior al nuestro y pagan más. Aquí hay gente de mucho nivel, que vienen del mundo profesional, tenenos una estructura seria, una estructura profesional, esto es una empresa.

Esto nos ayuda a poder fichar a entrenadores como Carcedo y estos fichajes son hacen más competitivos.

Eso sí que supondría un gran cambio.
—Vendrían muchos, miles de aficionados. Los aficionados que viajan ya han estado en todos los campos e Ibiza es un lugar diferente y fantástico para pasar un fin de semana. El impacto económico en la isla sería grande. Grande para lo que es Ibiza, no, pero para el invierno de Ibiza, sí. Habría aviones, chárters, muchos empresarios tendrían la iniciativa.

¿Nota el respaldo de las instituciones?
—Sí. Ya lo dije en el documental de Dazon. Al principio, había escepticismo porque antes hubo un par de proyectos que fracasaron. Sabía que pasaría, pero yo le dije al alcalde quiero jugar en Can Misses, quiero un club profesional y no he venido a pedir, no creo en esos modelos que viven de las ayudas. Hemos venido a invertir, no a pedir. En la isla ya se habla mucho de fútbol. El club ya es una institución civil, profesional, en la ciudad y la isla.

¿Qué más cosas le pasaron?
—Algunas barreras. Noté cierto malestar en otros clubes y otras personas que habían estado dándole vueltas al mismo club 30 veces pero siempre estaban en el mismo sitio. Vivían del pasado. Alguna crítica, nada importante, no me interesa.

¿Existe riesgo de que el club no logre masa social al ser privado?
—Casi todos son privados. La masa social se crea cuando la pelotita entra, la gente se ilusiona y quiere ir a ver el partido de fútbol de su equipo.


No he encontrado el presupuesto. ¿Cinco millones de euros?
—Noooo (risas). Se ha pasado más del doble. Y no me lo va a sacar.

Me pareció muy raro que un equipo de fútbol patrocinara a otros equipos de otras disciplinas.
—Ayudamos a los clubes en una época que no podían cubrir los presupuestos mínimos para competir y tratamos de crear una imagen e identidad común en el que nos retroalimentemos unos a otros en el futuro. Hay muchos clubes que tienen alianzas con otras secciones pero no pertenecen al club. Tienen su independencia y se benefician ambos. Por ejemplo el Levante.