Los primeros en abrir puertas. Ignasi y Luisa han sido unos de los primeros comerciantes en abrir las puertas de sus negocios, Can Vinyes y Discos Delta respectivamente, en el barrio de la Marina esta temporada no sin cierta inquietud, pero también con confianza. | Toni Planells

Los comerciantes del barrio de la Marina llevan años reivindicando ayudas para reactivar la actividad en su zona, que se vio afectada tras los cambios en la movilidad de la zona promovidas por el Ayuntamiento de Ibiza.

Hoy por hoy, y con la crisis económica derivada del coronavirus que estamos atravesando, son pocos los comerciantes que han decidido abrir las puertas de sus negocios en el barrio de la Marina, que se presenta desolado. Ignasi, de Can Vinyes, abrió el pasado martes y encoge los hombros al ser preguntado por la presencia de turistas, ahora que se ha levantado el cierre perimetral y desde Alemania se permite viajar a las islas. Ignasi lleva tres días con las puertas de su negocio abiertas y solo ha podido hacer una venta: vendió un senalló a una persona de Ibiza a quien se le había estropeado el antiguo.

Describe el barrio como «desangelado» y cuenta cómo en un paseo hasta la farmacia no llega a ver a nadie por la calle. La mayoría de sus comercios vecinos no se deciden a abrir puertas ante la falta de clientes y turistas. Aún así tiene confianza en que la temporada acabe arrancando. En este momento están cerrados pero piensa que en cuando abran los hoteles ya se empezará a notar un poco más de movimiento en la zona.

Luisa trabaja puerta con puerta con Ignasi. Su negocio, Delta Discos, que ahora se dedica a la venta de souvenirs, abrió este pasado lunes y, de momento, los tres días que lleva abierto han sido en blanco. Luisa confía en que durante el fin de semana se anime un poco más el ambiente que entre semana, pero teme que la lluvia que se viene anunciando acabe aguando la fiesta.

Can Vinyes. Foto: Toni P.

Otro de los negocios de toda la vida de esta zona es la joyería de Elisa Pomar. Han mantenido las puertas abiertas durante todo este tiempo, pero todavía no han llegado a ver a ningún turista. Trabajan «con la gente de aquí», nos cuenta María, dependienta de la joyería, sobre los turistas alemanes que ya pueden viajar a las islas piensa que «estarán todos en Mallorca». Elisa es contundente ante la situación de su barrio: «me siento abandonada, con muy poco apoyo por parte de los políticos», lamenta la prestigiosa joyera, que lo argumenta con las dificultades a la hora de llegar con el vehículo a la zona, donde sin embargo hay mucho espacio vacío donde poder aparcar. Y es que las reivindicaciones de los comerciantes de la Marina vienen de lejos y la pandemia no ha hecho más que agravar la situación del barrio. Pomar reivindica, por ejemplo, la música en vivo como estrategia para reavivar la zona, y pide más ayuda por parte de las autoridades, o que por lo menos que no se pongan trabas a las iniciativas que van en ese sentido.

Pone como ejemplo multas a algunos de sus vecinos por iniciativas de este tipo y recuerda que los músicos también están pasando un mal momento y también necesitan ayuda.

Otro factor que Pomar pone sobre la mesa es que la falta de tránsito por la zona está empezando a suponer «cierta sensación de inseguridad» hacia la clientela a la hora de acercarse a esa zona a hacer compras. «A la gente empieza a darle miedo venir a la zona», explicaba ayer Elisa y añade: «es que no sé cómo estáis allí; a mí me daría miedo, es lo que me dicen», y echa la culpa al abandono de la zona, aunque defiende que es un barrio «totalmente tranquilo y para nada peligroso».

Claudio prepara un café en su restaurante de la Marina, Can Rafal. Foto: Toni P.

Claudio Caballo es el gerente de Can Rafal, que con su terraza recién abierta tampoco ha sido capaz de atender a ningún turista desde el pasado lunes que ya pudo montarla. Con las duras restricciones y horarios impuestos, tiene serias dudas de que vayan a ser rentables estas próximas semanas. Pero es consciente de la importancia de tener sus puertas abiertas por el bien de la zona. Explica que «las tiendas abiertas dan luz, movimiento y vida al barrio. Cuando está cerrado da miedo», concluye.