El paisaje urbano de Es Canar se ha convertido en un conjunto de establecimientos vacíos. | Toni Planells

En 2019, un paseo por la zona de es Canar en el mes de mayo presentaría una vida y una intensa actividad en bares, tiendas de souvenirs, restaurantes o pastelerías que ya estarían con su maquinaria recién engrasada y listos para afrontar toda una temporada por delante. El ruido de los camiones de reparto, el trajín de los bidones de cerveza o los cánticos etílicos en lenguas extranjeras conformarían ya por estas fechas la banda sonora de es Canar, así como de buena parte de la isla.

Pero esta era pandémica ha cambiado también el paisaje, los sonidos y la gente de esta zona, que a día de hoy solo alberga silencio y a los pocos vecinos que van quedando, con un perfil muy distinto al de el turista, generalmente inglés, que suele elegir es Canar como destino de sus vacaciones.

Entre los pocos negocios que mantienen su actividad se encuentra la tienda Minimarket, que la pandemia también ha transformado. De ser una tienda de souvenirs y productos específicos para turistas, que solo abría durante la temporada, ha pasado a convertirse en la tienda de barrio que abastece a los vecinos que resisten en la zona. Sabina Lozana y su marido Roberto tomaron la decisión de virar el rumbo de su negocio con la llegada del confinamiento, decisión que reconocen que ha salvado a la familia, que completan sus hijo Adrián y Cristina.

La reconversión del negocio de esta familia no solo ha supuesto un acierto para ellos, de los pocos vecinos que van quedando. «Se ha ido mucha gente y se siguen yendo», comenta Roberto, si bien se elegran de poder disponer de este servicio, «que además nos hacen una cuenta a los clientes», como precisa José Antonio, vecino de es Canar.

José Antonio lleva dos años vivendo en el barrio y lamenta verlo «tan triste, parece que estamos en invierno todo el año». Otro vecino y amigo es Bruno, que lleva ocho años viviendo en esta zona. Este electricista en ERTE no solo lamenta la desolación de la zona en cuanto a la falta de turistas, sin que también pone el foco en la dificultad de vivir en un lugar donde la frecuencia de autobuses es mínima y donde los niños tienen pocas opciones de diversión y movilidad. Apunta también que desde hace unos cinco años ya se empezaba a notar cierto bajón en el número de turistas en estazona, «pero esto de ahora es mucho peor».

En los alrededores apenas se pueden divisar dos terrazas con actividad. Una es la de Maria del Mar Lucena y Pascuale del Sorbo, del restaurante La Sevillana, que abrió sus puertas el 17 de febrero de 2020 encontrándose con la pandemia nada más abrir. Temen que las cadenas hoteleras puedan haber reubicado a sus huéspedes en hoteles de otras zonas, y se agarran al soplo de vida que puede suponer la puesta en marcha del mercadillo para animar esta zona, que, tal y como la describe Lucena, «está muerta».

En los apartamentos Playasol se ve cierto movimiento tras las puertas. No se trata, ni mucho menos, de turistas esperando a ser atendidos, sino de los responsables del hotel. Manuel Muñoz y Manuel Muñoz (padre e hijo) se han acercado a sus apartamentos para limpiar un poco y ver cómo van las cosas. Muñoz hijo habla de su dependencia hacia la clientela británica, por lo que no quita el ojo a la fecha del 17 de mayo, «en la que Johnson nos pondrá el color del semáforo que marcará el éxito de esta temporada». Sin negar la incertidumbre en la que se encuentran sumidos los negocios, sí pone su esperanza en que llegará el momento en que todo se reactive: «Entonces todo irá muy rápido», confía este empresario.