Mariano Iparraguirre con sus compañeras del Estel Mariela y Naïla. | Toni Planells

Los hosteleros de Santa Eulària sufren también los bandazos de las restricciones, y viven pendientes de la evolución de la pandemia con un ojo puesto en el 9 de mayo de Pedro Sánchez y el otro en el semáforo de Boris Johnson.

Este es el caso de Lindsay Ryan y George Neale, responsables del restaurante Doña Ana en el puerto deportivo de la Villa del Río. La pareja inglesa decidió tratar de arrancar la temporada de este año el mes de abril, el bajo ritmo que imponen las circunstancias les obliga a abrir solo de viernes a domingos para solo atender prácticamente a clientes locales.

Un cambio sustancial en el perfil de la clientela que Doña Ana solía recibir hasta la llegada de la pandemia, que hasta entonces se basaba en clientela casi exclusivamente británica, y para la que trabajaban hasta ocho personas. Hoy son solo dos personas, sus responsables, quienes tratan de seguir cubriendo gastos tras la bajada de hasta un 90% de los ingresos de este negocio.

No es de extrañar pues que la mirada de la pareja no se aparte del semáforo del primer ministro británico, de la derogación del estado de alarma y de la evolución de la vacunación.

En el paseo marítimo, los responsables del restaurante Estel también hacen lo que pueden para adaptarse a las circunstancias. Así lo cuenta el encargado de la sala, Mariano Iparraguirre, que habla del inconveniente de tener que cerrar a las 17 para abrir de nuevo a las 20.

Uno de los inconvenientes de este horario es que «hay que echar a los clientes cuando llega la hora de cerrar, y a la hora de entrar también entran todos juntos», lo que supone una acumulación de trabajo del que el hostelero no se queja, todo lo contrario, celebra que estén trabajando a un ritmo aceptable, dadas las circunstancias.

Helios Rodríguez, del bar-restaurante-coctelería Project Social, se resigna ante las circunstancias. Se resigna y se adapta, ya que el responsable de Project Social ha mantenido la actividad de su negocio durante buena parte de la pandemia, pero no disimula su malestar con el vayvén de las medidas «llevamos más de un año mareando la perdiz: ahora puedo abrir, ahora no, ahora dentro, ahora fuera, ahora fuera pero solo un rato, ahora volvemos a cerrar...».

La comida para llevar y a domicilio le ha permitido seguir trabajando durante este último año, salvo durante dos semanas en el confinamiento y una semana recientemente, no obstante los ingresos no son, ni de lejos los que eran. Abre su terraza todas las tardes que las medidas le permiten, ya que el problema de tener que cerrar la cocina durante tres horas por la tarde no le afecta al ofrecer el servicio de comida para llevar todo el día.

En el bar restaurante San Remo, en la Calle Sant Jaume, sus responsables no rompen la tendencia. Tanto Carolina Gras como Fernando Iruela, tienen el día 9 e mayo marcado en el calendario, «esperamos que entonces todo pueda cambiar», suspira Carolina, «por lo menos que nos dejen un tanto por ciento del interior».

Y es que las mesas que pueden tener en su terraza, cuando la meteorología se pone adversa, se reducen a dos. En su caso han decidido que el horario de tarde (de 17 a 22h de lunes a jueves) no les compensa, de manera que las 17 horas es el momento de cerrar su negocio de martes a domingo.

«Es una injusticia», llega a exclamar Fernando haciendo referencia a la «obsesión del Gobierno por salvar la temporada de verano para salvar a los hoteles y a ellos mismos mientras a nosotros nos abandonan».