Inés González en el puesto del mercado de Santa Eulària. | Toni Planells

Inés González (Ibiza, 1981) mantiene abierto el puesto    que su madre abrió el mismo día que se inauguró el mercado de Santa Eulària en 1985, cuando ella no era más que una niña.

—¿Desde cuándo está en su puesto?

—Desde que era pequeñita. Mi madre abrió el puesto cuando yo tenía cuatro años. Entonces hacía lo típico: venía a dar cuatro vueltas, la ayudaba a rellenar las chuches... La verdad es que tengo muy buenos recuerdos.

—Una niña rodeada de chuches, no me extraña que guarde buenos recuerdos.

—No te creas que nos dejaban comer todas las chuches que quisiéramos (ríe). Las chuches: los domingos. Eso sí, tengo recuerdos muy buenos, de subirme a los camiones de los proveedores y cosas así.

—¿Algún recuerdo especial de su infancia en el mercado?

—Muchos. Recuerdo al señor Manolo, que me cogía del brazo y, de un revoloteo, me subía al camión. El señor Manolo era un representante de aceitunas que venía una vez a la semana (o cada dos, ahora no recuerdo bien) desde la península, antes no había tantos representantes como ahora. A veces llegaba a las tres de la mañana, llamaba a mi casa y mi madre    bajaba a cogerle el pedido (luego volvía a subir, claro). Este señor, cuando venía de día, me montaba al camión, me daba la factura y me hacía leerla, coger lo que ponía, marcarlo y todo eso. Era como si fuese un tío, alguien de la familia que me enseñaba el oficio. Hace unos años que murió.

—¿Cómo es la vida en el mercado?

—Es muy familiar. Te haces amigo de los clientes. También hace falta mucha paciencia y buen carácter, algunos son muy exigentes. Yo lo llevo muy bien, me gusta mucho el trato con la gente. Es un trato que no te encuentras en un súper, allí te despachan rapidito y no saben ni quién eres. Aún así los mercados están poco valorados.

—¿Por qué?

—No te lo sé decir. Supongo que lo cómodo es llegar al súper, aparcar en la puerta, llenar el carro y marcharte. Las grandes superficies nos hacen polvo. Sí que    es verdad que van allí y se compran un pastel por cuatro duros y, aunque no sea la misma calidad, la gente se mira el bolsillo. Es comprensible. Lo que pasa es que mi padre me enseñó que es mejor ahorrar en ropa que en comida. Aquí, en el mercado, nos falta parking y nos falta vidilla. Hay mucho puesto cerrado y da como penita, por que el producto es muy bueno.

—¿Teme tener que cerrar?

—A veces me da un poco la ansiedad, pero se me pasa: llevamos muchísimos años igual y aquí seguimos aguantando.

[Una clienta extranjera se acerca a su puesto y charla un buen rato con Inés mientras compra aceitunas a granel]

—¿Ves?, si es que son casi de la familia: se saben tu nombre, el de tus hijas, los años que tienen, preguntan por ellas... ¡son un amor!. Ellos (los extranjeros) aprecian mucho el producto de calidad y a granel. Vienen con mucho gusto. Con lo del coronavirus algunos no han vuelto desde hace dos años y empiezan a venir ahora. Además, con lo del Bréxit ahora los británicos lo tienen más complicado. Se pueden quedar menos tiempo. ¡Un rollo todo!.

—¿Sigue el consejo de su padre respecto al ahorro?

—Sí, yo tomo aceite de oliva bueno, pescado fresco y si no pueden ser tres veces a la semana, pues dos. Además toda la compra la hago aquí, en el mercado. Los productos de limpieza en la ferretería, y lo demás siempre en tiendas de cercanía, evitando siempre las compras por internet todo lo posible. No merece la pena    ahorrarse unos céntimos, que después suelen salir más caros.

—Tiene una oferta de productos de lo más variado. Desde frutos secos a sirope de algarroba.

—Sí, antes había más pastelería. Ahora nos centramos más en quitar los aceites de palma y cosas de esas. Lo que tengo son especias y otras cosas a granel, un producto un poco más sanote, que es lo que nos demanda la gente del bio.

—¿Se ha apuntado a la tendencia healthy?

—La verdad es que nos ha venido bien. Pero ya me dedicaba a esto antes. Sí que intento quitar un poco de azúcar.

—Andando por aquí desde niña ¿tuvo siempre claro que este sería su trabajo?

—Pues no te creas. Fue el camino que fui recorriendo. No tenía claro si quería estudiar y a lo mejor    cogí la vía cómoda. Que el negocio fuera de mi madre me allanó el camino, claro. Ella se ha jubilado, pero todavía me echa una mano cada día.

—¿Se puede vivir de un puesto en el mercado?

—Se puede vivir, claro. Sin mucho lujo ni historias, pero mi madre ha hecho su vida aquí. Eso sí, día que cierras, día que no ingresas. Además solo abrimos por las mañanas, a lo mejor esto es algo que se podría mirar.

—¿Qué hace por las tardes fuera del mercado?

—Me gusta leer, bailar, pasear a mi perra. Además me alucina hacer puzzles, no hago más por que no tengo más espacio. El que más me ha costado es de una vampiresa, que todo el fondo era todo del mismo color y tenía 2.000 piezas. Me organizo con tuppers donde separo los bordes, los colores... todo muy simétrico. Me encanta la simetría. Hasta mis tatuajes son simétricos.

—¿Tiene muchos tatuajes?

—Tengo unos ocho. Si no fuera por que es caro y duele mucho me haría más. Mis favoritos son, claro, los de los nombres de mis hijas (Natalia y Andrea), y el primero que me hice, de una geisha en la espalda.