Estefanía Navarrete, comisaria de la Policía Local de Valencia. | Marcelo Sastre

Estefanía Navarrete (Valencia, 1971) se ha convertido en todo un referente a la hora de afrontar un problema tan grave como el acoso escolar. Además de ser comisaria en la Policía Local de Valencia, desde 2004 coordina allí el Grupo de Atención al Maltrato. Licenciada en Derecho y Criminología y diplomada en Ciencias Policiales, participa en proyectos europeos relacionados con la violencia de género.

Ha participado en las jornadas celebradas en Santa Eulària contra el acoso.
—Me parece que es muy importante organizarlas porque es ir a la raíz de unos problemas que después, en este caso a nivel policial, debemos solucionar o, por lo menos, paliar. Hablamos de acoso o de otras conductas antisociales cuyo germen puede encontrarse en las aulas. Así, el trabajo en prevención es la cura de futuras situaciones delictuales. Trabajar en prevención es el eje motriz que debe guiar a las policías locales porque somos las más cercanas a la ciudadanía.

Probablemente, quede en las aulas mucho trabajo por hacer en relación a lo que comenta.
—Sobre todo, destacaría que el trabajo hay que hacerlo de forma efectiva, bien hecho, y abordar temas interdisciplinares. No solo hay que actuar con las y los menores, sino también con el profesorado o con las asociaciones de padres y madres. Debe ser una labor que ocupe y preocupe a todo el entorno que se relaciona con un menor. Hay que trabajar de forma conjunta, entre todos quienes nos relacionamos con nuestra futura ciudadanía. Debemos saber que se están forjando las personalidades del futuro y es algo muy importante y delicado que hay que revisar de forma interdisciplinar. Tenemos que formar y hablar, no solo con los y las menores, sino con los adultos que los educan tanto en el colegio como en sus casas. Ese trabajo conjunto es el que realmente repercutirá en su educación de forma amplia, también en su educación emocional, que es muy importante y que se valora poco.

El título de su ponencia fue ‘La igualdad como eje transversal para una convivencia pacífica en las aulas’.
—Sí, mi eje motor es la igualdad y la diversidad porque son mi especialidad policial puesto que trabajo en el delito ya cometido, pero también en la prevención escolar y en concienciación social. Mi eje transversal es la igualdad y la diversidad porque son un factor protector de la violencia. Cuando en un aula hay ambas cosas y se valoran como un factor más, de suma, para que los niños y niñas tengan menos roles y vean la diversidad como algo normal y la igualdad como algo real, se evitarán situaciones de bullying. De hecho, los acosadores son, en muchos casos, hijos sanos del patriarcado, que tienen miedo al diferente y ese bloqueo les perjudica. Por ello, hay que trabajar con las familias para decirles que esos límites y cortapisas que ponen a sus hijos y les impiden desarrollarse libremente, van a provocar complicaciones a estos niños y niñas cuando sean adultos. También tendrán problemas en las aulas al no aceptar esa diferencia como un valor añadido. Ese trabajo en igualdad y diversidad debe ser un factor de protección ante el acoso.

Los expertos están alarmados ante el incremento de actitudes machistas entre los más jóvenes.
—Nos enfrentamos a un cambio generacional importante en el que han irrumpido una serie de medios que no sabemos todavía contrarrestar. Podemos hablar de cualquier nueva tecnología que está al alcance del adolescente o del niño. No debemos prohibirlo, pero sí contrarrestarlo. Por ejemplo, si un niño se educa sexualmente viendo vídeos de contenido sexual, no va a conocer la realidad de una relación consentida y deseada. Debemos así plantearnos qué es lo que hay y contrarrestar de alguna manera el enfoque de todo ese material. También podemos hablar de canciones o de anuncios. Todo está enfocado hacia una permanencia en los roles que ahoga la diversidad. El machismo está más arraigado que la diversidad sexual, pero los roles de género están muy marcados y la adolescencia es un momento importantísimo para sentar las bases de unas relaciones sanas.

Los comportamientos machistas ya se evidencian en las aulas.
—El tema de la educación patriarcal va de menos a más. Si entras en un aula con niños y niñas sobre quienes el peso de la sociedad todavía no ha recaído, la conciencia de género es mucho mayor. Saben que todos y todas son iguales. Cuando empiezan con la educación diferenciada, con los factores que nos van metiendo en el bolsillo, todo cambia. De hecho, cuando estudiamos, nos centramos en hombres. Solo hemos estudiado a la mitad de la sociedad y los referentes femeninos son prácticamente nulos. La socialización es tan sutil, que nos van metiendo todos esos roles y debemos terminar con ellos. Así, hay que trabajar desde muy pequeños, pero no solo la Policía, sino también los educadores o profesores, a quienes tendríamos que cuidar como cristales de Bohemia. Deberíamos cuidarlos, formarlos, porque están haciendo a los ciudadanos del futuro y tendrían que estar formados en perspectiva de género. Algunos lo están, pero debería ser algo necesario e imprescindible. Las familias también tenemos que poner de nuestra parte. El gran reto es que todos y todas vayamos en esa misma línea.