El estudio está disponible en la página web de Cáritas.      | Marcelo Sastre

Carmen García y Raúl Flores, estuvieron en Ibiza el jueves y el viernes pasados. Ella es responsable del programa de Adolescencia y Familia de Cáritas Español, él coordinador de estudios de Cáritas. Ambos forman parte del equipo que ha redactado «Impacto de las pantallas en la vida de la adolescencia y sus familias en situación de vulnerabilidad social: realidad y virtualidad». Un documento que quiere servir como guía para conocer la realidad y poder actuar frente a casos de abuso y adicción a las pantallas, para los voluntarios y el personal de los diferentes programas de intervención de Cáritas. En Ibiza visitaron el centro Betania y Can Pep Xico.

—¿A raíz de qué se pone en marcha este estudio?

Carmen (C) —Se pone en marcha a raíz de que mucho personal voluntario y trabajador de las 70 Cáritas diocesanas que están en la confederación de Cáritas española ven que las pantallas están siendo muy protagonistas en las vidas de las familias y de los chicos y chicas que acompañamos. En un primer momento son impresiones y ver que existe una influencia importante en sus vidas. Es por ello que decidimos aterrizar de qué manera están afectando las pantallas tanto a nivel positivo como a nivel negativo porque entendemos que no hay que demonizar las pantallas. Han venido para quedarse y a partir de ahí ver como prevenir los posibles efectos negativos e intensificar los aspectos positivos.

—La instauración de esta tecnología como parte esencial de nuestro día a día ha sido muy rápida, ¿han adquirido padres y educadores herramientas para gestionar su uso por parte de los jóvenes?

C —Antes de la pandemia ya había falta de habilidades o recursos por parte de las familias en este sentido, pero la pandemia ha sido un acelerador de todo lo que vivimos ahora y hemos corroborado una gran falta de habilidades parentales en este sentido. Uno de los resultados es que apenas un 12% de las familias usan controles parentales en los dispositivos digitales. Así que, respecto a tu pregunta, no vemos que se hayan adquirido estas herramientas. Estamos en un proceso de aprendizaje en el que participamos todos, pero la diferencia es que los jóvenes lo viven sin miedos y los adultos lo estamos viviendo con más miedos.

—¿A qué edad empiezan los jóvenes o niños a tener un móvil con uso autónomo?

Raúl (R) —Primero habría que decir que no es sólo el móvil, están las tablets o los ordenadores, hay un multicanal para acceder a contenidos. La edad de uso del móvil va descendiendo, estábamos en 12 años y ahora estamos en 10,8. Nos encontramos una exposición cada vez más temprana al uso de la pantalla. Es por ello que una de las conclusiones del informe es la necesidad de acompañar ese uso. No planteamos prohibirlas ni excluirlas del uso, pero sí es necesario participar del uso que hacen los jóvenes para conocer y comprender lo que encuentran, a digerir las cosas que van viendo y hacer un uso responsable.

—A pesar de ello, ¿consideráis que se permite el uso del móvil a edades demasiado tempranas o hay mecanismos para gestionar el uso autónomo a esa edad?

R —Creemos que es difícil marcar una edad estándar para todos los niños y las niñas o los jóvenes. No importa tanto la edad como la capacidad, el desarrollo o la madurez que ese niño va teniendo y el acompañamiento que se haga. ¿Pueden ser los 11 años una edad buena para tener un móvil? Si se lo damos y nos olvidamos no es buena ni los 11 ni los 15. Lo que hay que plantear es el modo de afrontar ese uso.

—¿Habéis observado diferencias de abuso entre las familias en situación de vulnerabilidad y la media española?

R —El impacto de las pantallas en los adolescentes y en sus familias es algo transversal en la sociedad. No existe una mayor exposición al uso abusivo o adictivo de las pantallas en términos generales. En cuanto al uso abusivo, por ejemplo, nos movemos en cifras muy parecidas, un 36%, mientras que el uso adictivo está en torno al 20%. Son cifras muy similares en familias vulnerables y no vulnerables. Pero es cierto que nosotros hemos puesto la lupa en las familias vulnerables a las que acompañamos y donde hay diferencia es en el uso de los videojuegos. Existe un mayor porcentaje de uso adictivo de los videojuegos entre los jóvenes de las familias más vulnerables. El factor que influye en esto es la búsqueda de una vía de evasión por parte de los jóvenes que tienen una realidad cargada de dificultades y problemas en su entorno.

—Hacéis en el estudio una diferenciación entre lo digital y lo virtual, ¿qué los diferencia y cuáles son los peligros de este mundo virtual?

C —Lo digital es lo real detrás de las pantallas, por ejemplo una clase a través de videollamada en la que tus compañeros están detrás de la pantalla. Cuando hablamos de lo virtual, es lo desconocido detrás de las pantallas, por ejemplo la búsqueda de seguidores o likes que necesitas no importa de quién. Amigos o amigas virtuales a las que no conozco y probablemente no voy a conocer nunca. Ese reconocimiento y comparativa que se busca, que es muy normal en los jóvenes de 12 a 17 años, esa necesidad de reconocimiento social a toda costa es uno de los grandes riesgos de este mundo. Se busca el reconocimiento a través de publicar cualquier cosa, respetuosa o irrespetuosa. Por eso entendemos la necesidad de una educación en valores en la que entendamos que detrás de todo nombre hay una persona con sentimientos y emociones.

—¿Cómo se puede poner coto al uso de este mundo virtual sin entrometerte en la vida privada de tu hijo o hija?

C —Si la vida privada es una esfera muy importante para cualquier persona, para un adolescente muchísimo más. Teniendo esto claro, hay que tener muy en cuenta los límites que podemos poner. Nosotros entendemos que los límites tienen que ser entendidos por todas las partes y, en la medida de lo posible, consensuados. Si no están consensuados y entendidos hemos visto que lo habitual es que los padres y las madres digan que se han fijado límites y los adolescentes nos digan que no, que no se les han dado pautas o que se las saltan a la torera. Es por eso que nos gusta diferenciar entre prohibición y límites. Los límites son necesarios para la educación y llegan a ser los propios menores los que los piden a veces.

—Hablamos de abuso, pero ¿en qué punto podemos decir que existe?

R —No lo hemos fijado nosotros, la literatura académica y el consenso nos dice que seis o más horas es un uso abusivo de las pantallas en los jóvenes de 12 a 17 años. El impacto que este uso abusivo tiene diferentes dimensiones. Yo quiero destacar el impacto sobre el rendimiento educativo. Se ha demostrado una influencia directa entre el uso abusivo y adictivo de las pantallas y un mayor absentismo escolar. Esto es por muchos motivos: se prioriza el uso de la pantalla a todo lo demás, se quedan hasta altas horas de la noche y no descansan… Junto a este absentismo también hay una relación directa entre un uso abusivo y el incremento de suspensos. La probabilidad de suspender asignaturas es mayor en los casos de uso abusivo. Son aspectos que debemos observar, pero no para demonizar las pantallas como decía Carmen, las pantallas también pueden ser aliadas en el proceso educativo.

—¿Hasta qué punto el ejemplo de los adultos tiene un efecto sobre este uso abusivo?

R —Ese es uno de los resultados fruto del informe. Hemos visto que un uso razonable por parte de las familias de las pantallas puede reducir en un 70% que se produzca un uso abusivo por parte de los jóvenes. El móvil es clave en las dinámicas familiares. Se ha convertido en uno de los motivos principales de conflicto dentro de las familias. Por eso es un aspecto que se debe saber acompañar por parte de los voluntarios y trabajadores de Cáritas, tratando este tema con los jóvenes pero también con sus padres. Nosotros nos justificamos diciendo que estamos trabajando o haciendo algo importante cuando los hijos sencillamente ven a sus padres con el móvil, da igual lo que estemos haciendo. El ejemplo es lo que los jóvenes reproducen.

C —El principal motivo para los jóvenes para coger el móvil es el aburrimiento. Esto es clave. Una de las cosas que demandamos desde Cáritas es el derecho al aburrimiento. A saber aburrirnos y que no pasa nada, a trabajar las frustraciones que son parte de ese aburrimiento. Una de las herramientas clave que tenemos es el ocio y tiempo libre saludable, tanto de los jóvenes como de las familias. Que sepan estar comiendo sin tener pantallas en marcha, ir a la playa y no estar mirando el móvil en cada momento. Tenemos derecho a conectarnos pero también hay que saber cuándo hay que desconectar y dedicar tiempo a nuestros iguales y a nuestras familias.

—¿Qué diferencia hay entre chicos y chicas?

R —Lo que hemos visto, sin generalizar, es que ellas prefieren las redes sociales y ellos prefieren los videojuegos. En el caso de las chicas ese mayor uso de las redes sociales ayuda a la sociabilidad pero también es un riesgo en cuanto a la exposición que tienen en esas redes sociales. Tu presencia, tus imágenes y tus interacciones en redes sociales son juzgadas por un público mayormente masculino. Los chicos no viven esto de igual manera por lo que hemos visto. Ellos buscan en los videojuegos precisamente lo contrario, un espacio donde evadirse.

—¿Habéis abordado en este estudio el acceso a pornografía y apuestas online en jóvenes?

R —No es algo que hayamos tratado de forma específica, pero tenemos una lectura en la que se integran estos dos elementos. Las ludopatías con apuestas online son más complejas de tratar que las ludopatías a juegos presenciales porque es más silenciosa. La ludopatía es un problema que se retroalimenta y si alguien lo puede hacer desde su habitación es más difícil de detectar. En cuanto al acceso a la pornografía, es el riesgo de exponerte a cosas que no sabes comprender y digerir. Si no tienes a alguien que te pueda orientar y acompañar es un problema.

C —Además, la pornografía está afectando a todo lo que está relacionado con la igualdad de género. Vemos que hemos avanzado en esta materia pero el acceso a determinadas clases de pornografía está haciendo que demos pasos atrás, se convierte a la mujer en un objeto sexual y lo ven niños que todavía no tienen las claves para entender lo que están viendo y pueden llevar a visiones equivocadas de la relación con la mujer.