Pep Ribas y Mara Hähle en el núcleo de casetas varadero de cala Corral.

En la puerta del hotel Occidental, una joven rubia habla con un señor con un polo a rayas azules y boina gris. Preparan un excursión. Ella es Mara Hähle, alemana, estudiante del Máster de Restauración de Edificios Históricos de la Universidad de Bolonia. Él es Pep Ribas, periodista y uno de los mayores expertos en casetas varadero de la isla de Ibiza.

Hasta el momento de esa conversación se conocían sólo a través de Whatsapp. Ella escribe su tesis de final de máster sobre las casetas varadero de las Pitiusas. Leyó un artículo en Periódico de Ibiza y Formentera que hablaba de una charla sobre este tema que impartió Ribas a los mayores de Sant Agustí. En ese momento hizo lo posible por conseguir el contacto del periodista. Lo obtuvo y concertó con él un día para visitar varios de los principales núcleos de casetas varadero de Ibiza.

Ésa fue una de las 10 jornadas que la joven suiza dedicó a estudiar las casetas varadero de las Pitiusas. Su objetivo: hacer un diagnóstico sobre la situación de estas construcciones tradicionales y ofrecer alternativas para su conservación.

El valor de lo sencillo

Cuando uno se refiere al patrimonio arquitectónico de un territorio, generalmente piensa en catedrales, iglesias, edificios señoriales o monumentos. Esas grandes obras que se dejaron para la posteridad.

Ése es el patrimonio al que Mara dedicó más tiempo de estudio durante el Máster de Rehabilitación de Edificios Históricos que está cursando en Bolonia. Pero un voluntariado en Macedonia con el programa European Heritage Volunteer cambió su percepción del patrimonio.
«Allí encontré edificaciones muy sencillas y tradicionales. No era algo impresionante como Notre Dame o Santa Maria di Fiori, pero había tanto conocimiento y soluciones arquitectónicas tan inteligentes para cubrir las necesidades del día a día. Eran construcciones de ladrillos de adobe. Me sorprendió mucho que los habitantes del pueblo, cuando pedíamos acceder a sus jardines para verlas, se molestaban porque estuviéramos interesados en esas construcciones viejas y feas y no en sus magníficas casas de hormigón», relata. «Había voluntarios de China y de todas partes de Europa que querían estudiar un tipo de arquitectura muy original y los habitantes del pueblo no tenían ni idea de su valor. No entendían para qué habíamos viajado allí», precisa.

A raíz del viaje habló con la profesora que lideraba este proyecto y ella le informó de unas casetas de pescadores en Ibiza y Formentera sobre las que podía ser interesante trabajar. Mara no se lo pensó.

La gente tras el patrimonio

En el núcleo de casetas de cala Molí, Pep le enseña a Mara la caseta más antigua con título de propiedad.
A su alrededor empezó a surgir una importante comunidad de pescadores que llevaba su mercancía a Sant Antoni y a Vila.

Hoy día hay auténticos chalets ilegales en primerísima línea de playa. Otros se han quedado como estaban, casetas sencillas para hacer la paella del domingo. En muy pocos hay una barca dentro.
Allí Mara tiene la oportunidad de hablar con alguno de los propietarios de estas casetas.
«Ese es el motivo por el que este viaje para mí fue tan valioso», cuenta días después desde su casa en Bolonia. «Pep conocía a toda esta gente y yo pude hablar con ella. Confiaban en él y le contaban las cosas tal cual las veían. El hecho de que se abrieran así me dio ciertas perspectivas que no ves cuando simplemente estudias libros. No existe documentación sobre lo que piensan los propietarios de este patrimonio y es muy importante. Tengo la impresión de que a menudo es algo que se obvia en las investigaciones académicas».

Desconocimiento

Un aspecto que destaca de sus charlas con propietarios, es que incluso cuando estas casetas están en muchos casos protegidas, sobre todo en Formentera, muy a menudo los propietarios de los edificios ni siquiera lo saben o cuando lo saben no tienen ni idea de lo que eso implica para ellos.

«Si la protección afecta al modo de uso de sus edificios, si quieren cambiar algo o restaurar algo no saben con quién contactar o hasta qué punto les está permitido modificar el edificio».
Dentro de su trabajo, busca encontrar guías o recomendaciones sobre cómo tratar estos edificios, pero con esta visita le quedó patente que «a menudo este trabajo se hace a un nivel exclusivamente académico, pero si este trabajo no llega a la gente que tiene que hacer el mantenimiento y tiene esa percepción de que debe proteger ese patrimonio es un trabajo inútil».

Apoyo de las instituciones

¿Cómo se podría mejorar la protección de estos edificios? Es una pregunta compleja, dice Mara, motivo por el que requiere una tesis.
«En el caso de Ibiza, lo primero que debería haber es un catálogo o clasificación de estos edificios que permitiera localizarlos, como el que existe en Formentera. Este es el primer paso, si un patrimonio no se sabe dónde está, no es conocido, la gente no lo puede valorar».
Para Mara es esencial que las administraciones trabajen con los propietarios para que conozcan el patrimonio del que son garantes, se sientan orgullosos y quieran mantener la esencia de estas construcciones. «Si das unas líneas de actuación e incluso cursos de formación para construirlos favoreces que se utilicen estas técnicas para mantener el patrimonio por los propios particulares».
Además, indica que se debe trabajar para hacer accesibles los materiales tradicionales. «Si los materiales no se pueden conseguir o es muy complicado conseguirlos, decirle al propietario que utilice este material o este otro esto genera un problema. Por tanto, si el material está protegido debería generarse un modo sostenible de explotarlo y que hubiera suministradores de este material, ya sean locales o de fuera».
Su tesis se publicará en otoño. Un texto interesante para las administraciones pitiusas.

El apunte

En el limbo urbanístico y sin un catálogo de las casetas

Desde el Consell d’Eivissa, responsable de Patrimonio, indicaron no tener constancia de cuántas casetas varadero existen. Ninguna caseta está declarada como Bien de Interés Cultural (BIC), si bien existen dos lugares de interés etnológico por la existencia de estas casetas: Sa Caleta y Sa Punta d’es Molí. El resto de puertos de pescadores no tienen ninguna protección. En muchos casos, la existencia de estas casetas está sencillamente permitida por Costas, dado que sólo algunas han regularizado su situación, mientras la mayoría sencillamente existen y se deja que estén allí, pero los propietarios no pueden ejecutar legalmente reparaciones al tratarse de construcciones fuera de ordenación. Sí se pueden hacer trabajos de restauración en las áreas declaradas como BIC solicitando una autorización a la máxima institución insular mientras no se aprueba un plan especial de protección de dichos lugares por los ayuntamientos. La restauración de las casetas debe cumplir unos criterios de uso de materiales naturales: para la cubierta ramas de pino o sabina, cañas, cepell y ramas de palmera; la estructura con ramas de sabina o madera de pino; las rampas con ramas de sabina o troncos de pino.
En las casetas de piedra se permite el uso de piedra del entorno, tierra y arcilla, vigas de madera con sistema de cubierta tradicional de cañas, arcilla y algas y las puertas rústicas de madera.