Hace 80 años que Pepita de Can Palau y Vicent de Can Bufí construyeron su casa, a la vez que su tienda y bar, a la orilla de la carretera de Sant Antoni. Su hija, Pepita Bufí, reconoce que «era demasiado pequeña para recordar ese día, pero mi padre siempre me contaba que el día que abrieron hicieron una gran rifa de turrón y que la carretera parecía un paseo que llegaba hasta Vila, abarrotada de gente que venía a la inauguración».

Pasaron los años y los recuerdos fueron cuajando en la memoria de Pepita, que creció en el negocio familiar que a la vez era su casa. Literalmente, ya que una puerta separaba el espacio de la casa del espacio del negocio.

«Al principio no se cocinaba, no era más que una tienda y un bar», recuerda Pepita, que explica que el origen de servir comida en su establecimiento empezó cuando «tanto unos trabajadores de una nave cercana, Plastimar, como los soldados que entonces estaban en Blancadona empezaron a pedirle a mi madre que si podía servirles un plato de comida, que ella les servía de nuestra propia olla». «A todo aquel que venía les acababa haciendo una cosa u otra», recuerda Pepita mientras subraya que «sin embargo, mi madre nunca quiso montar cocina en el bar, estando ella sola decía que no sería capaz».

«No fue un restaurante, a la vez que bar y tienda, hasta el momento en que mis padres alquilaron el bar», explica Pepita, que recuerda que «el primero fue Alfredo ‘Bassetes’ y más de 10 años más tarde lo llevó Jaume ‘Pins’ durante más de una década más. Ambos tuvieron a sus hijos mientras tenían estaban aquí». Con el tiempo, Pepita creció y, unos años después de casarse con Ricardo, decidió hacerse cargo del negocio que abrieron sus padres junto a su marido. «Mira que le dije que yo no iba a pelar nunca una patata», recuerda entre risas Ricardo antes de reconocer que «ya habré pelado toneladas a mi edad».

En ese momento, tal como explica Ricardo, «hicimos la reforma y cerramos lo que antes era el porche para poner la barra donde sigue estando ahora».

Otro punto de inflexión en la historia de Can Bufí fue «cuando hicieron el instituto en Blancadona», tal como recuerda Pepita, que explica que «tuvimos que dejar la tienda, venían autenticas avalanchas de chicos del instituto y, para poder atenderlo todo tendríamos que haber contratado a más personal».

Bocadillo de carne asada

Ese mismo momento fue en el que «por culpa de Pepita, comenzamos a hacer tapas, hasta ese momento solo hacíamos bocadillos de embutido», tal como recuerda, siempre con humor, Ricardo. «Un día Pepita me dijo que iba a hacer carne asada y yo le contesté que no se metiera en más líos», explica entre risas Ricardo mientras Pepita le recuerda que «te enfadaste como una abeja». «Acabó siendo un éxito», reconoce Ricardo, que pasó de advertir a Pepita de que «no iba a pelar nunca una patata» a «acabar aprendiendo a cocinar de Pepita». De hecho, a día de hoy, Ricardo sigue levantándose a las cinco de la madrugada para supervisar el asado de la carne, que se ha acabado convirtiendo 47 años después en el plato estrella y en la señal de identidad de Can Bufí. «Antes hacíamos una pieza cada día, ahora se hacen seis» explica Ricardo con orgullo mientras subraya que «se sigue cocinando con horno de leña y con la misma receta que el primer día».

La etapa de Pepita y Ricardo al frente de Can Bufí terminó cuando Pepita, la ‘majora’ de la familia, cayó enferma y «cuidar de mi madre, de los niños, Sandra y Ricardo y del negocio, todo a la vez, era muy difícil, así que decidimos volver a alquilarlo» explica Pepita.

Tercera generación

De esta manera, como si de un bucle que se repite generación tras generación se tratara, diez años después Sandra, hija de Pepita y Ricardo, y su marido David tomaron el relevo a los mandos del negocio familiar en 2009. «Igual que mi padre no iba a pelar nunca patatas, yo había dicho mil veces que jamás me verían trabajando aquí de camarera», reconoce con humor Sandra, que, siguiendo el mismo patrón que su padre, acabó apreciando el trabajo que, a priori, renegaba.

«La idea fue de David», recuerda Sandra, que reconoce que «los primeros años fueron muy duros, hablamos de 2009, justo cuando llegó la crisis inmobiliaria». «Yo tuve que trabajar por las mañanas en otro lugar durante siete u ocho años para tener un sueldo, porque lo que sacábamos del bar apenas daba para cubrir las facturas», recuerda Sandra mientras David enfatiza que «fueron unos cinco años bastante duros hasta que remontamos, costó mucho». «Lloramos mucho en ese momento, creía que no lo levantábamos», reconoce Sandra emocionada.

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Sandra y David no estaban solos, «desde el primer momento tuvimos a Ismael, el mejor amigo de David, como cocinero», recuerda Sandra, que también pone en valor el trabajo de Manolo, «que ya había trabajado como camarero con mis padres y es amigo de toda la vida», y de Isabel, «que también es amiga de toda la vida y habíamos sido compañeras de trabajo antes», en la cocina junto a Ismael.

Futuro

Sin embargo, a día de hoy, junto a Manolo o a Sandra, tras la barra de Can Bufí podemos encontrarnos a Alba y, en verano, también a David. Alba y David, hijos de Sandra y David, representan a la cuarta generación de Bufís en este establecimiento. David compagina sus estudios universitarios de CAFD en Barcelona con el trabajo en el bar familiar durante la temporada estival. Su hermana Alba lleva tres años trabajando en el negocio familiar a tiempo completo tras haber completado su carrera de magisterio. «Desde el Covid, decidí acabar la carrera on line y así poder estar aquí y trabajar con la familia», explica Alba. «Yo tenía que operarme y siempre lo iba posponiendo por no desatender el bar, hasta que mis hijos me dijeron que venían a ocuparse del bar y me mandaron a operarme», recuerda Sandra. «Muchos de los clientes nos han visto crecer por aquí», explica David mientras su hermana añada que «los clientes son familia, cuando entran ya sabemos qué quieren y qué les gusta». «Ahora la gente va siempre corriendo y con prisas a todos lados, aquí es distinto: mantenemos el concepto de naturalidad y calma de los bares de toda la vida», añade Alba. Mientras su madre subraya que «los clientes nos invitan a sus bodas, nos enseñan a sus bebés, nos preguntan por mis padres… son como familia».

La crisis del Covid supuso mucho más para Can Bufí que la vuelta a casa de Alba y David. «Fue una etapa muy dura», recuerda Sandra, que también reconoce que «nos enseñó mucho, hizo que nos diéramos cuenta de que se podían hacer las cosas de otra manera y, desde entonces, decidimos cerrar los sábados para poder descansar y estar en familia».

Respecto a esta época, el concepto de familia para referirse a sus clientes toma otra dimensión en las palabras de Sandra, «hacían cola para llevarse comida solo por ayudarnos, fue muy emotivo». «Nunca olvidaré cuando por fin pudimos abrir solo la terraza, un día lluvioso y con mucho frío estaba la terraza abarrotada de clientes» recuerda Sandra emocionada mientras reconoce que «cuando lo vi, me metí en la cocina y me puse a llorar».

«El trato a los clientes es fundamental y aquí siempre les hemos tratado como en casa», sentencia Ricardo desde su experiencia.

Una prueba del cariño y la familiaridad con sus clientes es la colección de botellas en miniatura que se expone en Can Bufí, fruto de los regalos que a través de los años les han ido haciendo desde la etapa en que Ricardo y Pepita gestionaban su bar. «Tendremos más de 400 y nos siguen trayendo alguna de vez en cuando», añade Sandra.

«Es como comer en casa: se come bien, hablas con ellos, se preocupan el día que no vienes… no es un bar, es una familia», así define ‘El Tijeras’ a Can Bufí mientras come con Diego, su compañero de trabajo. Ambos son el perfil de cliente-familia al que se refieren los Bufí. Hasta el punto que ‘El Tijeras’ cuenta con un cartel personalizado para reservar la mesa en la que come siempre. Un cartel que en el que el camarero, Manolo, hace gala de su humor y talento con el dibujo que también se puede disfrutar en las puertas de los baños de Can Bufí.

«La carne asada es mi debilidad», asegura Chiqui desde la barra del bar mientras reconoce que «estoy enganchado, pero mi mujer todavía más, de hecho me obliga a llevarle una ración una vez a la semana como mínimo». Francisco, asegura que «vendría cada día a comer el bocata de carne asada, pero solo me lo permito un día por semana» sentado en la mesa con sus compañeros. «Mi bocata con carne asada es como un plato combinado en un bocadillo, solo le faltan las patatas» añade entre risas David, que como Álvaro, asegura que come en Can Bufí «por lo menos, tres veces a la semana». A su lado, Carlos admite que visita Can Bufí con la misma regularidad que sus comensales y reconoce que «comería bocata de carne asada cada día, pero lo voy alternando con el menú», mientras Francisco le interrumpe para reivindicar que «cuando no hay graixonera de postre, me enfado». También pone en valor los postres de la casa María, «las delicias de limón son deliciosas». María lleva tres años visitando junto a su hermano Walid y su padre, Oscar, «el 70% de la semana», tal como explica el padre.

Esta familia no quiere dejar de poner el foco a ofertas gastronómicas de Can Bufí, más allá de la carne asada, «las tapas de calamares o los platos de cuchara son deliciosos», enumera María mientras su padre apunta que «los callos sin garbanzos están buenísimos». «Yo comería carne asada cada día», responde Walid con humor.

Paco y Luciano acaban su jornada relajándose en la terraza de Can Bufí «de vez en cuando, cuando nos viene de camino». «Aquí nos conocemos todos y el servicio es espectacular», explica Paco remarcando el carácter familiar de este veterano establecimiento mientras su compañero añade entre risas que «lo mejor de Can Bufí es meterte con el cabezón del camarero». «Este es uno de los lugares al que llegas con los cables cruzados tras un mal día y del que sales riendo», asegura Paco.