La auxiliar de Enfermería Mª José Marí Rivero.

Heredó el gusanillo de la sanidad por su madre, trabajadora también de la Policlínica y ahora reciclada en el mundo de la hostelería. Sus primeras prácticas como auxiliar fue en Cas Serres y después estuvo en la Policlínica donde se quedó a trabajar y de eso hace más de veinte años. Aparece en la entrevista tras salir del quirófano con el gorro de trabajo; eso sí, personalizado «para dar un poco de alegría», precisa.

¿Cómo decidió dedicarse al mundo de la sanidad?
—Mi madre era auxiliar en el antiguo hospital que había en la Avenida de España y la escuchaba contar sus batallitas de su trabajo. Empecé el instituto, en Santa María, estaba que estudiaba o no, me comentaron que por libre podía hacer auxiliar de enfermería en la Escuela de Adultos y me preparé. Hice las prácticas, me gustó y aquí estoy.

¿Cómo recuerda sus inicios trabajando?
—Muy nerviosa. Hice las prácticas en la Policlínica y dejé mi curriculum. Vivía en Sant Jordi con mi novio y mi madre, en Ibiza. Antiguamente no estábamos tan conectados con los móviles como ahora. Mi madre fue a mi casa al mediodía para avisarme de la habían llamado a la Policlínica para empezar a trabajar. Eran las dos de la tarde y tenía que presentarme a las tres. Vine como loca, estaba como descolocada pero había estado haciendo prácticas, conocía las compañeras y fue muy bien.

¿Ha estado siempre trabajando en Quirófano?
—Empecé en planta y hacía turnos de mañana, tarde y noche. Después me dieron la oportunidad de empezar en UCI y muy bien. Además de estar con el paciente, ayudas a enfermería. Me ofrecieron cambiar a Quirófano. Si en la Policlínica llevo 23 años, en UCI estoy 17.

¿Nunca se ha planteado estudiar Enfermería?
—Si, hice la preparación para el acceso universitario y me quedé a las puertas. Entré por la opción de mayores de 40 años en la que sólo hay una plaza y quedé la cuarta.

Pero puede volver a intentarlo.
—Claro que sí, puedo volver a intentarlo.

¿Cuál ha sido su mejor experiencia en el mundo sanitario?
—De todos los días conservo recuerdos bonitos. La más impactante fue el primer parto que vi. Son muchas emociones juntas, con los padres y el bebé, pero un parto es duro para la madre, está con dolores, ves sangre por todos lados y después ves nacer al bebé. Recuerdo que me puse a llorar con ellos porque es una emoción muy bonita.

¿Y la más negativa que ha vivido?
—El peor fue en la UCI. En Quirófano he vivido muchos, pero como venía de la UCI ya estaba preparada. Recuerdo a un chico muy joven en verano. Era un precipitado que, por desgracia, tenemos muchos en verano. Tenía un traumatismo cranoencefálico y falleció. Tenía una hermana gemela que vino y recuerdo ver al chico guapísimo en la camilla, no podíamos hacer nada, y ver entrar a la hermana. Fue una sensación de impotencia. Era de los primeros pacientes precipitados que veía en la UCI. Estuvo un tiempo con nosotros pero fue empeorando; ves cómo se le va la vida de la forma más tonta. Fue muy impactante. También en Quirófano cuando estas luchando horas y horas por un paciente y no lo puedes sacar.

¿Se lleva el trabajo a casa?
—Intento que no, aprendes con los años. Al principio sí, llegas a casa y hablas con tu marido, de lo bueno y lo malo, pero llega un momento que tienes que saber separar un poco porque si no, nos hundiríamos.

¿Qué le aporta el mundo sanitario?
—Ayudar a las personas sin esperar nada a cambio. Cuando estas de guardia, hacemos localizadas, te llaman y sales corriendo sin pensar si lo conoces o no. Llegas, te encuentras con el paciente, sólo piensas en ayudarle y no te das cuenta hasta que ves que alguien te lo agradece. Hace poco, una mamá me agradeció lo que le ayudé. Un día estaba en un supermercado y se acercó una chica para darme las gracias. No la conocía y resulta que me vió en un vídeo que grabó su cuñado en el parto de su hermana. Quiso agradecerme toda la ayuda que le había dado. Te llenan mucho las muestras de agradecimiento.

También tendrá muchas anécdotas por la cantidad de personajes famosos que pasan por el centro sanitario.
—Hace un par de veranos vino una chica con la rodilla hinchada y había que drenarle el líquido. Estaba el traumatólogo, yo salía de turno de Quirófano pero le dije que le ayudaba. Nos sonaba la cara de la chica y resulta que era una actriz de ‘A todo gas’, Michelle Rodriguez. Era muy maja y simpática, pero me dio vergüenza pedirle un autógrafo. Son famosos pero son pacientes.

¿Nunca se ha planteado cambiar a la pública?
—No y me lo han dicho muchas veces, pero estoy muy a gusto aquí. Llevo 23 años en la Policlínica, es mi segunda casa. Paso muchas horas con el doctor Vilàs en el quirófano y tenemos ratos buenos y malos pero no lo cambio. Y la gente que tengo aquí, tampoco.

¿A qué se hubiera dedicado si no hubiera sido auxiliar de Enfermería?
—No lo sé. Me gusta mucho la cocina, hago tartas para cumpleaños como hobby, me encantan hacerlas. Si no hubiera sido sanitaria, sería probablemente cocinera que no tiene nada que ver una cosa con otra. Me dicen que monte una pastelería pero el quirófano me tira mucho. Si consigo ser enfermera no creo que lo dejara, sería enfermera de quirófano.