Caravanas estacionadas el pasado verano en la zona de ses Variades, en Sant Antoni. | Marcelo Sastre

El elevado precio del alquiler y el hecho de que los salarios no se acompasen al nivel de vida de la isla de Ibiza, han hecho que una familia se haya visto obligada a vivir en una caravana. Dos adultos y tres niños –uno de ellos de meses– tienen que hacer malabares para conseguir llevar una vida normal en apenas siete metros cuadrados. «No vivimos, estamos sobreviviendo», dice Lola (nombre ficticio).

Según cuenta esta madre de dos de los tres niños, vivían en una pequeña casa por la que pagaban 500 euros, pero por tema de herencias de los propietarios tuvieron que dejar el alquiler. «Solo tenía una habitación, pero era una casa. Estábamos encantados», cuenta.
Esto pasó hace poco más de un año, momento en el que esta familia se puso a buscar otra opción viable para poder vivir. «Cuando pasó esto, yo no estaba trabajado y mi marido trabajaba por horas y no estaba dado de alta en la Seguridad Social. Entonces no podíamos hacer frente a un alquiler que superase los 500 euros», dice.

Esta situación les llevó a comprarse una caravana, a un precio más que razonable, que decidieron estacionar en un terreno donde no molestaran a nadie. Aún así, siguieron buscando alternativas, pero solo encuentran estudios que superan los 1000 euros. «Si a eso le sumas los gastos de comida, colegio y guardería, no podemos», lamenta.

Y es que, en temporada turística, Lola trabaja en un hotel que, en invierno, le permite cobrar el paro. Sin embargo, el hecho de tener un trabajo durante seis meses tampoco alivia mucho su situación ya que tienen que pagar una guardería, durante nueve horas al día, por la que pagan 500 euros. «No queremos que nadie nos regale una casa, sino tener un alquiler normal; un alquiler que podamos pagar», matiza.

Esta familia lleva algo más de cinco años en la isla y, aunque en alguna ocasión se han planteado hacer las maletas e irse a la península, han decidido quedarse porque los niños tienen su vida aquí. Además, son conscientes de que aunque en otro sitio el alquiler sea más barato, quizás no tengan tantas opciones para trabajar. «Igual allí tenemos la casa más barata, pero sin trabajo tampoco podemos pagarla», añade.

Servicios Sociales
A pesar de llevar varios meses viviendo en la caravana, Lola admite que el cambio fue duro, aunque «no nos disgusta». Sin embargo, que se hayan acostumbrado a este estilo de vida no es del todo positivo. Y es que Lola lleva meses acudiendo a los Servicios Sociales del ayuntamiento en el que está empadronada y, aunque tratan de ayudar a esta familia, insisten en que los menores no pueden vivir en esas condiciones.

«Ellos me pueden ayudar con la fianza de un alquiler o en alguna ocasión puntual, pero veo casas de 1.000 y pico euros y ese gasto no lo podemos afrontar. Me dice todo el tiempo que busque casa y es imposible y que no quiere que los niños estén en la caravana porque son menores», explica. De hecho, «me ha repetido mucho que me los pueden quitar».

Según cuenta esta madre, los niños comen bien, van al colegio aseados y hacen una vida «completamente normal», pero «para la asistenta social es chabolismo».

En este sentido, los servicios sociales hacen un seguimiento de los menores y preguntan en el colegio si van aseados, si cumplen con los deberes fuera de clase y si hacen todas las comidas del día, entre otras cosas. «En el colegio sus compañeros no lo saben, pero la profesora sí. Mi hijo el mayor es consciente de la situación y un día le mandaron dibujar su casa e hizo una casa, no una caravana, y vino a contármelo», señala.

En otra ocasión, Lola recibió un aviso de la tutora en relación a unas quejas que había recibido de que el niño no iba «limpio» a clase. «Sí que es verdad que la caravana no tiene agua, pero a mis hijos les baño todos los días. Lo que pasa que tiene una mancha en el cuello y se pensaron que era sucio», indica.

Situación
De momento, viven al día y no se plantean qué pasará dentro de unas semanas porque, según dice, eso no sería vivir. Aún así, en el caso en el que le pusieran un plazo límite para encontrar una vivienda o, de lo contrario, le quitarían a los niños, no duda: «Me iría antes de que eso pasara».

Reconoce que tiene «miedo» porque le han «machacado» mucho con este tema, pero un estilo de vida que veían como temporal, parece ser definitivo. «En su momento buscábamos anuncios por la calle, poníamos anuncios en páginas de Facebook... pero no conseguíamos nada. Por ello, decidimos comprar la caravana porque sabíamos que de ahí nadie nos podía echar», dice Lola.

Tiene dos literas, para los dos niños, y una cama de matrimonio en la que la pareja duerme con el bebé. «Ni nos hemos planteado qué va a pasar cuando el bebé vaya creciendo».
Acuden a Cáritas cada dos semanas para que les den provisiones de comida y han apostado por instalar placas solares para recibir electricidad. Sus familias no saben la situación en la que viven porque, a su parecer, sería preocuparles.