Las brigadas, coordinándose para no interrumpir las tareas de extinción, reponían fuerzas a primera hora de la tarde, entre otras cosas con los alimentos traídos por Cruz Roja. La sensación de esperanza iba creciendo pero el fuego demostró, una vez más, que es un enemigo poderoso e imprevisible.

Las unidades de tierra recibieron al amanecer el apoyo de los medios aéreos, que se reincorporaban. Los bomberos, reforzados por efectivos del Ejército, centraron sus esfuerzos en dos frentes claramente activos. Por la mañana, se barajaban pérdidas entre 60 y 80 hectáreas y el fuego seguía sin control. Sin embargo, el clima de confianza era mucho mayor, pese a la sequedad del monte y al fuerte calor, al tenerse por delante una jornada con la previsión de que la ausencia de viento iba a seguir. Así, al menos, se esperaba poder llegar a la noche con el fuego «cercado».

En pleno valle, en la zona oeste, una deflagración sorprendió a las dos de la tarde a todo el mundo al romperse y tomar aire una bolsa sin oxígeno formada en la hondonada. En dos minutos las llamas recorrieron cerca de medio kilómetro y devoraron una ladera. A partir de ahí, vuelta a empezar. El fuego llegó hasta la cima y poco a poco avanzó hacia otro valle, reactivando el frente oeste del incendio.