A Cristóbal y Roberto les ha tocado patrullar esta noche de paisano por el West End. Son poco más de las once de la noche y la calles de Sant Antoni bullen de jóvenes turistas británicos ( la media suele tener de 17 a 21 años, como todos los veranos) cuyos rostros evidencian, pese a no ser muy tarde, los primeros signos de la fatiga por alcohol. Otros nueve agentes de la Policía Local de Sant Antoni están de servicio uniformado con Cristóbal y Roberto. A las patrullas se une el concejal de Gobernación, Xicu Cardona, y el Jefe de Policía, Javier Verdugo.
«Cardona ha estado varias noches con nosotros viendo lo que hacemos y no deja de sorprenderse. Pienso que ha terminado reconociendo que la realidad de lo que ocurre es mucho mayor de lo que él pensaba», explica uno de los agentes, ahora sujetos a las nuevas directrices del Ayuntamiento.

Presión
El concejal Cardona ha empezado su mandato con la idea clara de que hay que plantar cara decidida a los problemas que acarrea en el West End y en sus aledaños el trasiego de pequeños traficantes, tiqueteros y vendedores ambulantes ilegales que, a su vez, ocultan actividades de menudeo y prostitución que realmente enmascaran robos al descuido o, incluso, con violencia. «La lucha es difícil porque, en algunos aspectos, hay un vacío legal muy grande. Pero hay que presionar y los resultados ya están a la vista. También hay que trabajar en el tema de los ruidos», indica Cardona.
«Este año se nos ha disparado lo de la prostitución, pero hay menos vendedores y los traficantes más antiguos se han perdido de vista. Los propietarios de los locales saben también que se puede ir contra ellos», añade, comentarios a los que asiente Verdugo.Todos los agentes locales a los que se les pregunta coinciden, en mayor o menor medida, con las apreciaciones de ambos responsables.

Ni cincuenta metros
Los agentes Cristóbal y Roberto, los dos que en la noche de este reportaje realizan sus tareas de vigilancia en la zona del West End, abordan los primeros tramos de la calle Santa Agnès. No han recorrido ni cincuenta metros y ya se produce la primera incidencia.
Cristóbal ve a un sospechoso de traficar con drogas. El individuo, al verse sorprendido, sale corriendo dejando abandonada a la carrera las zapatillas de tela que calzaba. En pocos segundos, las unidades uniformadas salen en apoyo de sus compañeros y, en esta ocasión, una patrulla de la Guardia Civil se une al dispositivo. El sospechoso, un subsahariano, ha logrado eludir el cerco y difícilmente volverá a vérsele esta noche por la zona. El servicio da pie a nuevas verificaciones contra el menudeo. Cristóbal y Roberto avanzan por el West End sin perder detalle. Sus ojos ya saben a dónde mirar. Cada pocos metros abordan con discreción a personas que saben que no son ajenas al mundo de las drogas. Algunos caminan y otros están en sus locales habituales. Los sospechosos no se sorprenden. Los llevan a zonas más apartadas y los cachean. En menos de una hora, cuatro individuos han pasado por estos controles, entre ellos un 'histórico' al que se considera cabecilla de uno de los grupos que controlan el tráfico en Sant Antoni.
«No llevaba nada. No recuerdo ahora si éste es de Liverpool o de Manchester. Todos los veranos está aquí. Se dedica a controlar a los demás. Lo tienen todo muy organizado y hacen los cambios con gran rapidez», señala uno de ellos.
Otros tres agentes uniformados, junto con los de una patrulla en coche y dos motoristas, mantienen sus patrullas por los alrededores.
Los dos policías de paisano se dirigen a continuación a la plaza de s'Era den Manyà. Es un lugar de 'recarga'. Jóvenes vinculados a los bares suelen entrar y salir de los edificios de este lugar para aprovisionarse de pequeñas cantidades de droga. «A veces, ellos mismos nos invitan a sus pisos. Nos enseñan su documentación y nos entregan lo que tienen. Alguno ha 'cantado' y eso ha permitido localizar pisos con cantidades más importantes. Entregamos esa información a la Guardia Civil y eso ha dado buenos servicios», comenta Cristóbal.
Sus palabras se hacen realidad en minutos, tras cachear a dos de estos jóvenes. A un tercero, con pinta de ir colocado y que se encuentra con una de estas actuaciones, cierra uno de sus puños con presteza. El detalle no pasa desapercibido. Le preguntan que qué lleva en la mano y éste muestra un cigarrillo de marihuana. Momentos después, todos suben a un primer piso donde se realizan las demás tareas y donde se formaliza un acta de aprehensión.

Sanciones
Le toca el turno a la publicidad dinámica. Los 'tiqueteros' legales van identificados en el West con chalecos o distintivos que acreditan los locales para los que trabajan. Los otros, son empleados ilegales. «La 'broma' son 1.500 euros. Preferimos hacer cuatro denuncias bien hechas que doce. Hay que detallarlo todo bien y el dueño del bar ya sabe a lo que se enfrenta», añade este mismo agente.
«Ya se van acostumbrando a tener la documentación encima. El que no la tiene, es acompañado por un coche patrulla a su domicilio», señala Roberto, mientras sus compañeros uniformados realizan uno de estos servicios tras pedírselo sus compañeros.
Es algo más de la una de la madrugada. El control a las prostitutas queda para más tarde, cuando éstas actúan, porque saben que sus víctimas son más vulnerables por su estado de ebriedad.
Una joven británica con un montón de publicidad en la mano, en la puerta de un kebab, sí se sorprende cuando Cristóbal le muestra la placa. Se sienta en una mesa con ella para cumplimentar el acto.
En ese instante, Roberto intercepta a un subsahariano y lo lleva hasta un portal. Todo transcurre con normalidad hasta que descubre que lleva algo en la boca. El sospechoso forcejea y ambos policías dan la voz de alarma. Acabará inmovilizado en el suelo, cubierto de agentes, y detenido. No logró tragarse la droga. Son las dos menos cuarto de la madrugada. Ahora al retén, a escribir el atestado. Luego vuelta a empezar. No hay tregua en el West End.