El 16 de diciembre cumplió 60 años y el 7 de enero se jubila tras 38 cursos como maestro y sólo 20 días de baja en toda su carrera. Es Vicent Torres Marí, ‘Vicent des Cafè’. Este maestro lleva 25 años en el Camp d’Aprenentatge de Sant Vicent de Sa Cala, junto a Joan Ferrer Ferrer levantaron este centro educativo, de hecho, es el único campo de Balears donde aún están ejerciendo los mismos profesores que empezaron. El campo abrió en el curso 89/90 con Joan Ferrer y Vicent se unió a él en el curso 90/91. Además es el presidente de la Asociación El Progreso, creada en 1919 y cuyos 70 socios son propietarios del inmueble del Camp d’Aprenentatge, el Ayuntamiento lleva el mantenimiento y la conselleria balear pone el personal. Ha dado clases en Barcelona, luego estuvo 13 años en Sant Joan y ahora termina su carrera tras 25 años en el campo de sa Cala.   

—¿Dónde se ha encontrado mejor?
—He estado bien en todo los sitios. En la primera escuela donde estuve, en una privada de Barcelona, tenía la ilusión del primer año. Pero el colegio se fue a pique. Luego vine a Sant Joan a finales de los 70, principios de los 80, fue una época muy  buena por que los alumnos aún te tenían respeto pero te ya no tenían miedo al profesor, no había tanta inmigración y fueron unos años muy buenos. Luego, aquí en el campo de aprendizaje tras estar 13 años en un aula, me encontré haciendo actividades educativas en el campo. Haciendo recorridos y conociendo el entorno y la naturaleza, los pozos, los silos, etc. 

—¿En qué está especializado?  
—En ciencias sociales, y luego hice reciclaje y conseguí mi habilitación en catalán. Pero en Sant Joan hice de todo, sociales, catalán, matemáticas y naturales. Y aquí hago un poco de todo también, naturales, talleres de pan, cultura popular, etc.  

—¿Han evolucionado mucho la conducta de los alumnos de ahora respecto a los de Sant Joan de finales de los 70? 
—Sí, ahora se ha perdido bastante el respeto por el profesor, te tratan de tú y actúan muy diferente. Yo ya lo noté en mi última etapa en Sant Joan. Tenía alumnos de unos 12 y 13 años de edad y hacía con ellos lo que quería, pero ya veía en aquella época que los que subían, que eran más pequeños, se comportaban diferente y no creían tanto al profesor.

—¿A qué atribuye este cambio?
—Pues a todo un conjunto de cosas, a la sociedad en general. Nos quejamos de los alumnos pero ellos es lo que se han encontrado un poco, a veces puedes enseñarles unas cosas pero después salen a la calle y se encuentran con otras.

—¿Recuerda algún alumno en especial que le haya marcado?
—Pues la verdad es que no, llevo tantos años en el Camp d’Aprenentatge y los alumnos van pasando, no tengo un grupo fijo. Pero sí del alumnado en general de los 70 y 80 de Sant Joan, muchas veces me los encuentro, y los veo contentos, tienen un recuerdo muy bueno de aquella época, como yo. Ellos ya tienen 40 años y algunos están cerca de los 50, me gusta ver que todos han tirado hacia adelante y que están bien. 

—¿Algún alumno más rebelde de la cuenta? 
—Siempre hay alguno más inquieto o rebelde pero no recuerdo ningún caso en concreto. Aunque una vez entré en clase y habían tirado una bomba fétida, pero yo no hice caso. Un alumno me pidió abrir las ventanas para ventilar y le dije que no, que tenía que estar todo bien cerrado e hicimos la clase con aquel olor. No me enfadé ni castigué a nadie, ni pedí quien lo había hecho, pero tuvieron que aguantar una hora con esa pestilencia, (ríe) y nunca más volvió a pasar.

—¿Cómo ve a los alumnos de ahora?
—Bueno, son diferentes, tienen una manera de actuar diferente. Antes en Sant Joan cuando ibas por el patio no oías palabrotas y hoy en día escuchas unas cosas que dices ¡ostras! Pero es porque ellos también lo escuchan en algún lado. De cuando yo iba a al colegio, que ibas con miedo a clase porque si te equivocabas te caían cuatro castañas, y ahora son los maestro los que, a veces, pueden ir con miedo al colegio, hemos pasado de un extremo a otro. Por eso digo que a finales de los 70 fue una muy buena época porque los alumnos ya no tenían miedo al profesor pero mantenían el respeto hacia él. 

—¿Y a dónde cree que puede llegar esta situación? 
—Pues no lo se, pero es que hoy en día cuando ves las historias familiares que tienen los alumnos detrás, incluso piensas para la situación familiar que tienen pues aún se comportan muy bien. Porque antes también había situaciones difíciles, pero no tantas, hoy en día hay muchas familias rotas, de padres separados, con problemas económicos, con situaciones muy complicadas...  Ha habido un cambio de valores.

—¿Le da pena jubilarse? 
—Bueno, es una sensación rara, es una nueva etapa y pienso que la sabré llevar haciendo cosas que no he podido hacer hasta ahora. 

—¿Y qué le gustaría hacer? 
—En casa tenemos campo así que me dedicaré más tiempo a ello, tengo tres nietos que me ocuparán bastante, tengo pendiente muchas fotografías y vídeos para ordenar y estoy preparando un libro de la historia de nuestra casa, que es aquí, en Es Cafè, que era la casa típica de pueblo de Eivissa, al lado de la iglesia, donde había bar, tienda, estanco, correos, también hacíamos comidas y teníamos habitaciones. Pasaron muchas personas célebres por nuestra casa. Artistas extranjeros, pintores, escultores, como el periodista y escritor noruego Leif Borthen, que se hizo una casa aquí cerca. Vino en 1933 y volvió en el 60, que fue cuando se hizo una casa y se quedó aquí. Con él había venido el nieto de Paul Gauguin, y otros artistas nacionales e internacionales.  

—Una casa con mucha historia... 
—Sí, venía gente de muchas partes a pasar unos días, pero ahora ya hace 30 años que dejamos de hospedar a visitantes. Hace unos siete  años que cerramos la tienda, en  2008, y lo alquilamos a un francés que hizo un restaurante, pero en 2012 el francés dejó el restaurante y lo cogió mi hijo que también lo tiene como restaurante, Es Cafè.

—¿Está satisfecho con su vida profesional?
—Sí,  he hecho más o menos todo lo que quería hacer, no me puedo quejar, y si la salud me acompaña ahora podré ponerme al día en temas como la informática.