Pepe Roig en uno de los salones del bar Costa con uno los numerosos cuadros que ya forman parte del establecimiento

Mi padre era 'mulero', que se le llamaba entonces. Se dedicaba a comprar y vender caballos y mulos. Iba a Palma, venía y así compraba y vendía. Estaba de mayoral en una finca, somos una familia muy humilde, pobre». De este modo recuerda Pepe Roig Pi los inicios profesionales de su padre, Vicente Roig Pi, antes de comprar el bar Costa. «Entonces ahorró algo de dinero y finalmente, en 1963, compró el bar cuando todo era muy barato en Santa Gertrudis. Era una antigua casa payesa, pero ya transformada en bar. Él tendría 34 o 35 años entonces», prosigue.
Según Pepe Roig, su madre, Gertrudis Destap, se tomó muy mal la noticia de la compra del bar. «Estuvo dos meses llorando porque no entendía que mi padre no hubiera comprado un terrenito o cualquier otra cosa con ese dinero. El bar estaba muerto en aquella época y a mi madre no le gustaba», reconoce.
Inicialmente, el bar Costa sólo se abría los domingos, festivos y cuando había un funeral, «que era cuando había más afluencia de público». Era el único bar del pueblo en aquellos años. Tan sólo un estanco y una tienda, sumaban los comercios del momento allí.
Los clientes iniciales del establecimiento eran los propios vecinos, «mucha gente del campo que venía a tomar unas copas y a jugar a las cartas cuando llovía y no podían ir al campo a trabajar». En ocasiones, también iban los fines de semana y se pasaban toda la noche jugando a las cartas, bebiendo y comiendo. En cuanto a la cocina, Gertrudis Destap cocinaba algún plato casero para los clientes para acompañar a las bebidas.

Juegos prohibidos
Por lo que se refiere a los juegos de cartas, Roig rememora que eran el burro, ramiro o manilla, «aunque también existían juegos prohibidos como el monte o las siete y media, no sé muy bien por qué estaban prohibidos, pero la ley era así y también es cierto que algunos clientes se jugaban más de lo que tocaba en alguna ocasión».
En aquella época, Vicente Roig compaginaba el bar con el negocio de los caballos y finalmente decidió alquilárselo a un vecino ibicenco durante algún tiempo, «aunque siguió siendo más o menos lo mismo y también abría sólo los festivos».
No fue hasta 1975, cuando Pepe Roig que ya tenía 14 años y había acabado la escuela primaria, le propuso a su padre recuperar el negocio familiar y darle nuevos aires. Su padre aceptó la propuesta y decidió realizar reformas. «Fue entonces cuando dejó la barra tal y como está ahora y empezamos a abrir todos los días».
En cuanto a los bocadillos, inicialmente los hacían de sobrasada, les daban a los clientes el pan payés y la sobrasada para que ellos mismos los torraran en la chimenea, «era todo un proceso que les encantaba, aunque a veces se les quemaba el pan y venían a pedirnos más», relata Pepe Roig quien recuerda que «ya fue después cuando, influenciados por el turismo español empezamos a hacerlos de jamón serrano y queso».
Fue en aquel momento, cuando comenzó el movimiento hippie en Eivissa. «Los primeros que llegaron eran muy legales, muy cultos y muy buena gente, aunque luego se degeneró mucho el término y todo el mundo quería ser hippie», analiza el propietario de Can Costa.
«Los hippies se iban los miércoles al mercadillo de Punta Arabí y allí vendían sus artículos de artesanía y mi padre, como sabía que ese día hacían dinero y estaban de fiesta, aprovechaba para hacer una comida, un plato único, con un vecino y amigo de mi padre, Vicente Fruitera, que era el cocinero. Hacíamos una paella, o conejo, o pollo al vino, lo servíamos con vino payés y venían todos los hippies de la zona a comer. Después mi padre les hacía una olla de café caleta, que ellos llamaban 'café loco', porque después del vino, la cerveza y el café ya se ponían bien».
Pepe Roig reconoce que sus gustos musicales evolucionaron en el bar Costa muy influenciados por este movimiento hippie. «Era la época de la censura, en la que aquí era muy difícil comprar un disco. Si los Rolling sacaban un disco, se vendía en EE UU pero no en España. Entonces los hippies venían con el disco al bar y me lo regalaban y yo los ponía. Así entré en contacto con esta música que en aquella época era algo muy novedoso».
En aquellos primeros años en los que los hippies, conocidos como peluts por los ibicencos, comenzaron a llenar el bar Costa, «hubo un rechazo inicial de los vecinos del pueblo, chocaron la libertad de los hippies y el caracter de los ibicencos, pero afortunadamente al poco tiempo se fueron mezclando y algunos de ellos se hicieron grandes amigos».
Uno de los aspectos emblemáticos del bar Costa, además de sus dos chimeneas, son los cuadros que forman parte de la decoración. «Todo comenzó cuando Andrés Montreal, un conocido pintor chileno, le propuso a mi padre pagar las consumiciones con su arte y en ocasiones pagaba todo lo del mes con un cuadro». Fue entonces cuando Vicente Roig Pi, comenzó a interesarse por el arte y calculaba el valor de las piezas en función de lo que le aconsejaban sus clientes entendidos. Hubo alemanes e ingleses interesados que compraron algún cuadro y el dinero se reinvirtió en más arte.
«Hoy los cuadros ya forman parte del bar y, en principio, no están en venta».
Un bar, Can Costa, que por el momento continúa en manos de sus propietarios actuales y pretende seguir así, pues la tercera generación familiar, el hijo de Pepe Roig, de 24 años, ya echa una mano a su padre en el negocio. «Seguiremos funcionando», sentencia Pepe Roig.

«Nosotros siempre los llamamos los butanos»
El bar Costa también fue frecuentado en los años setenta por los 'butanos'. Al menos así llamaban en el pueblo al grupo de seguidores del movimiento hare krishna, que se alojaba en una casa de Can Boned.
«Vestían siempre de un naranja muy vistoso, de ahí el nombre, y llevaban un gran medallón». Estuvieron unos 4 o 5 años, según Roig, «y eran personas muy cultas, sobre todo el jefe, un tal Tom que era un abogado inglés».