Con paso tranquilo, voz pausada y después de saludar a varios vecinos de su pueblo que encuentra por el passeig de ses Fonts, Joan Marí Roselló, más conocido como es Calero, explica qué es un mestre d'aixa: «Básicamente es una persona que se dedica a la recuperación y fabricación de todo tipo de barcos».
Toda una vida dedicada a esta profesión y que con sus 78 años recuerda con emoción y mucho cariño: «Empecé a construir y reparar barcos cuando era muy pequeño. Lo aprendí de mis padre y de mi abuelo, que también se dedicaban a ello. Y mis cinco hijos también están vinculados al mundo de las embarcaciones».
Afirma no saber el número exacto de barcos que ha construido a lo largo de su trayectoria profesional: «Uff, pues no lo sé. No llevo la cuenta, pero muchos porque no he parado de trabajar». Según cuenta, ya desde bien pequeño se sentía atraído por el mar: «Me encantaba bañarme en la playa; era llegar y meterme en el agua». Esta pasión por el azul le ha llevado a vivir algún que otro susto: «Cuando crecí me encantaba, y me sigue gustando, pescar y salir a navegar, aunque ya no lo hago tanto por la edad. Una vez me quedé atrapado en unas rocas con la barca en Cala Llonga y volví al día siguiente. Muchas veces, si no hubiera salido a pescar, mi familia y yo hubiéramos estado más tranquilos».
Premio Portmany
Uno de los momentos más especiales en su vida tuvo lugar la semana pasada cuando le entregaron el premio Portmany por dar a conocer su trabajo y por estar vinculado al mar durante práctiamente toda su vida. «La verdad es que me emocioné mucho y le tengo un cariño muy especial a ese premio. Ya tengo tres reconocimientos del Consell d'Eivissa, pero este me hace mucha ilusión porque me lo concede el pueblo, mi pueblo», comenta es Calero para quien los requisitos que debe tener un buen restaurador y constructor de barcos son: «En primer lugar la inteligencia, después tiene que entender de números. Más tarde puede hacer la maqueta y después empezar a montar el barco». Y añade: «Ahora todo es mucho más fácil. Antaño teníamos que ir al bosque, cortar los troncos más grandes, llevar un caballo para que los arrastrara y más tarde empezar a trabajar. Ahora hay camiones grúa y más medios para hacer lo mismo». Sin embargo, tanto él como su hijo Antonio, con quien acude a la entrevista, opinan que es una profesión en decadencia. «Se transmite de padres a hijos y si no se aprende así es muy complicado; serían muchos años de estudio», puntualiza.