Un grupo de adolescentes, este miércoles, divididos en el uso o no de la mascarilla. | Jaume Morey

Llevamos un día sin la obligatoriedad de llevar las mascarillas de forma generalizada y se advierten una de las primeras consecuencias: el miedo de algunos adolescentes que experimentan el cambio físico, propio de la pubertad, a llevar de nuevo la cara descubierta. Este temor ya tiene un nombre, el síndrome de la cara vacía, aunque no se sabe muy bien quién lo ha acuñado. A Marta Huertas, la vocal de Psicología Educativa del Col·legi Oficial, no le gusta utilizar el síndrome para definir unas características comportamentales. «En los manuales clínicos no viene, es un etiquetaje, como el síndrome post vacacional, y es lo último que se necesita ahora», dice.

Para esta experta se trata de conductas que se repiten a raíz de un hecho. «Hemos estado todos muy expuestos a las noticias de la evolución emocional de la población infanto juvenil, lo que necesitamos en estos momentos en patologizarlo más», aclara. Dicho esto, también distingue que el miedo a retirarse la mascarilla se está dando por dos motivos distintos. Por un lado «por temor al contagio, a no estar protegidos, cuando durante dos años nos han dicho que era importante llevarla porque nos protege a nosotros y a los que nos rodean», explica. Por el otro, «por volver a exponer su rostro públicamente sin la defensa que da la mascarilla», reconoce.

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En este segundo supuesto los más afectados son los adolescentes. «Muchos empezaron la pandemia siendo niños y se taparon las caras y en dos años han tenido los primeros signos de pubertad: vello facial, acné, ortodoncia... Antes se exponían de forma más progresiva y ahora es de repente, lo que genera un grado de inseguridad en una etapa en la que la aceptación social es muy importante», añade.

En su consulta, dedicada precisamente a niños y adolescentes, ha visto casos «vulnerables ante la presión social, preocupados por los nuevos cánones de belleza y estereotipos, pero no una referencia directa a la mascarilla», explica. Quien sí reconoce haberse encontrado con este fenómeno es el coordinador autonómico de salud mental, Oriol Lafau. «No me lo hubiera imaginado nunca pero está pasando», dice. Ambos coinciden en la pautas que hay que seguir para que no se convierta en un problema. «Sólo hay dos formas de quitarse los miedos: una hablando de ellos y otra exponiéndose», admite.

Por su parte, Marta Huertas remarca la importancia de escuchar a las personas que transmiten una preocupación. «Es importante validar las emociones. Hay que sintonizar con ellos y, a partir de ahí, con diálogo, hacer propuestas de exposición progresiva teniendo en cuenta la inseguridad personal y la construcción de la autoestima». La experta destaca que la gestión en las aulas es relevante porque «es posible que haya alumnos que la quieran seguir llevando y no está prohibido, el cuerpo docente debería no hacer sentir mal a esos niños», recomienda.