El experto Carlos Moreno, en el Casal Balaguer. | Pere Bota

Carlos Moreno, el máximo teórico internacional de la ciudad de los 15 minutos que ya se aplica en París, está en Palma donde este viernes se llevó a cabo un intercambio de ideas con funcionarios del Ajuntament de Palma para la aplicación de este modelo en las políticas urbanas. Por la tarde se ha celebrado una conferencia en el Col·legi d’Arquitectes de les Illes Balears (COAIB) abierta al público. El sábado participará en la Asamblea Ciudadana por el Clima, en el que ha llevado a cabo «una reflexión de los desafíos del cambio climático y en nuestras maneras de vivir». Moreno es un reconocido investigador internacional nacido en Colombia, radicado en Francia desde hace cuarenta años y profesor asociado de la Universidad de La Sorbona donde es el director científico de la cátedra Emprendeduría-Territorio-Innovación. Su concepto de la ciudad de los quince minutos, territorio de la media hora, ha dado la vuelta al mundo.

Entre sus trabajos se promueve la transformación del estilo de vida y los espacios urbanos, ofreciendo soluciones para las ciudades del siglo XXI. Entre los territorios que se están viendo afectados por el cambio climático está Balears, que según Moreno, «en unas décadas la habitabilidad no será posible, igual que en el sur de España. Necesitamos urgentemente cambiar nuestro estilo de vida. Por eso hay que llevar a cabo medidas a corto plazo». También advierte que «en 2030, tendremos capitales europeas con el clima de Argelia y Túnez». El cambio climático, pues, no es un vaticino del futuro: ya está aquí.

El cambio climático parecía algo muy lejano en el tiempo y en el espacio y, sin embargo, lo tenemos aquí, ya lo padecemos incluso en Palma. ¿Qué efectos está teniendo en nuestra Isla?
—Es muy notorio en Europa aunque antes la percepción era que solo ocurría en Asia con los tifones o en América Latina con la sequía. Ahora en Europa estamos confrontados directamente al cambio climático, cualquiera que sea la latitud e independientemente de la densidad de población. Aquí en Mallorca está el hecho de pertenecer al Mediterráneo, donde hay indicadores muy poderosos del cambio del clima. Según un estudio internacional, de todos los lugares de Europa, el Mediterráneo es donde se está notando más la aceleración de este cambio y observamos claramente diferencias de temperaturas que exceden entre 2 y 8 grados centígrados y en algunos lugares mucho más.

Los efectos de este impacto son muy fuertes en la cadena alimentaria, en la evaporación que provoca lluvias torrenciales e inundaciones, junto con periodos de calor muy altos. La tierra se impermeabiliza y las lluvias causan deslizamientos. También hay efectos antrópicos [causados por la actividad humana] como la isla de calor por el uso de los vehículos, incremento del CO2 y la polución. Estas partículas causan efectos en la salud a corto, medio y largo plazo, aumentando el alzheimer, la diabetes, las bronquitis o el asma. Queremos explicar cómo el cambio climático conlleva un cambio en la naturaleza, devastador para el equilibrio humano, con la llegada de las Islas de calor, la perdida de agua potable y problemas de salud urbanos. Solo con una visión sistémica podemos revertir estos efectos. Pero en 2022 hemos visto que ya hemos llegado más allá de lo que sería factible. No se puede revertir el cambio climático: ahora tenemos que ver tener un sistema de disminución de estos efectos, que permitan la mitigación de sus efectos. Ya hemos ido muy lejos en nuestro comportamiento en Europa y ya son visibles los efectos del cambio climático en lugares como Balears.

¿Qué soluciones se tienen que llevar a cabo en las ciudades para solucionar los efectos del cambio climático? ¿O tendremos que aprender a convivir con ellos?
—Tienen que mitigarse sus efectos y adaptarse a ellos. Hay que ser realistas. Hemos ido más allá del umbral de reversibilidad del cambio climático y tenemos que tomar medidas de manera muy radical. Hay que ir a la raíz de las cosas. Retomar la noción del humano que vive en la ciudad. Hay que reconciliar la vida humana con su entorno, con el clima y con él mismo. Nos hemos convertido en depredadores de nuestra humanidad, de nuestra calidad de vida. Para encontrar la solución está la circularidad. En el siglo XIX, el hombre era el centro de la vida. En el siglo XXI tenemos el urbanismo masivo. En el continente europeo, el 77 por ciento de la población está en entornos urbanos. En América Latina, el 83 por ciento y en Argentina, el 90. En Estados Unidos, el 86. Es el siglo de la urbanidad y la conectividad. Tenemos una cultura muy internacional, lo que ha provocado que la vida urbana se haya mimetizado en el centro de la ciudad con las mismas enseñas comerciales en China, Bogotá o Mombay. Esto es ahora, no siempre hemos vivido así.

Hemos tenido oportunidades de vivir de otra manera. Podemos vivir con el horizonte de final de mes [basado en el interés económico, cortoplacista] o en el final del mundo [para revertirlo, con medidas a largo plazo]. Nos hemos lanzado a una carrera del consumo, del productivismo. La mayoría de los objetos son inútiles y suponen un gran gasto de energía. Son objetos de consumo que no representan una necesidad local y requieren un desperdicio de energía. Por otro lado, está la amenaza de la civilización. Si sube la temperatura, a final de este siglo, la civilización tendrá problemas a corto plazo.

Las medidas son salir de la energía fósil, el cemento. Hay que evitar lo de antes y apostar por las energías renovables. En las ciudades europeas, en las elecciones los candidatos a la alcaldía prefieren sacrificarlo todo por el corto plazo, para obtener una mayoría electoral, que no esté obligada a cambiar sus modelos de vida. Se aceptan las medidas del corto plazo que son contrarias a lo que tendríamos que hacer ante la situación del cambio climático.

De ahí el éxito del modelo de la ciudad de los 15 minutos, del territorio de la media hora: el policentrismo funcional, los multiservicios, la economía local, los circuitos cortos, la reconciliación con la naturaleza, la utilización del espacio público, la regeneración urbana a partir de actividades igualmente económicas, la regeneración cultura urbana con actividades… Todo esto ofrece una posibilidad de reconciliar una política de final de mes coherente con una política de final del mundo.

Para mejorar en la calidad de vida de las ciudades tendremos que seguir avanzando en las medidas de mitigación del cambio climático. Es por esto que esta nueva narrativa [la de la ciudad de los 15 minutos] gusta a los alcaldes porque ofrece entre el corto plazo y el largo plazo, un tiempo ancho donde caben todas estas medidas que permiten luchar contra el cambio climático.

¿Está en riesgo la habitabilidad de Mallorca y en Palma? ¿Será cada vez más difícil residir en nuestra ciudad si siguen subiendo las temperaturas?
—Yo no soy apocalíptico. Pero soy científico y en nuestra comunidad es indispensable ser objetivo y respetar los resultados de lo las investigaciones y cifras. Tenemos a nivel mundial el Grupo Internacional de Expertos por el Clima, que publica un informe cada seis meses y en abril de 2022 advertía que tenemos en 2030 y 2050 dos etapas importantes para la Humanidad. Cada vez estamos retrocediendo más y en el mes de junio, la humanidad ha agotado los recursos naturales para ese año y vive con recursos prestados. La tendencia es a aumentar. Igualmente, lo que llamamos la sexta extinción de la biodiversidad es muy evidente.

Respecto a la habitabilidad planetaria, es muy objetivo lo que pasa, no solo en Asia o América Latina. También en Europa, como observamos como todos estos impactos sistémicos modifican todas las condiciones de habitabilidad: puede ser Balears, España, Portugal, Grecia. Pero igualmente no solo en las zonas costeras, que tienen la subida del nivel del mar. Sin querer asustar a nadie. sin ser apocalíptico, podemos decir que todos los indicadores están en rojo hoy en día.

Estamos hablando de ciudades en las que vivimos, en las que la pregunta es si la solución es que las ciudades disminuyan de tamaño y se vayan al campo, como se ha hecho con el COVID. Tenemos todas las ciudades del sur de España, en Andalucía, que se vuelven un infierno los veranos por la tarde. Antes la gente venía porque hacía sol, pero cuando hace demasiado, no es el mismo placer. En 2030, tendremos capitales europeas con el clima de Argelia y Túnez.

Mallorca, además, está sufriendo el incremento de las temperaturas y en el Mediterráneo, epicentro del cambio climático.
—Aquí tendremos una doble pena porque es una isla mediterránea con problemas de agua, que se traduce en sequías, la isla de calor y la subida del mar. Sin ser apocalíptico, solo decimos que hay que estar alerta y que no se trata de vivir en bunker. Se trata de decir que es indispensable ir a la raíz radicalmente para cambiar nuestro modo de vida. Por eso, nuestro modelo de la ciudad de los 15 minutos una vida urbana en la cual privilegiemos la proximidad. No es posible que estemos comiendo tomates en invierno, este placer atenta contra la circularidad.

La distancia de proximidad impulsa el empleo local, utilización de lo que se produce en un momento dado, de no comprar productos que no sirven para nada, que depredan la naturaleza que vienen en barco, que valen un euro y de mala calidad, y atentan contra nuestra economía. Es igualmente atentatorio pensar que el turismo es construir edificios para atraer a los alemanes tres meses al año y luego esos edificios hay que mantenerlos, aunque estén vacíos la mayor parte del tiempo.

Y hay que pensar que la proximidad no son solo distancias. Hay proximidad afectiva, con los lugares en los que vivimos, la proximidad cultura, la proximidad cognitiva (con el conocimiento). La proximidad tecnológica (como usarla para crear vínculos en lugar de una tecnología que nos separe). Hoy en día prácticamente la tecnología nos separa mucho más que nos une, por impacto de las redes sociales lo hemos visto en muchos lugares, el papel de las fake news, el papel de todos esos ‘antitodo’ que se nutren de las redes sociales a través del aislamiento de la gente y la ignorancia.

Hay escépticos que, pese a lo que estamos viviendo, creen que el cambio climático no existe.
—Leía en un medio francés que el 12 por ciento de los europeos creen que la Tierra es plana, que estamos hablando del 12 por ciento. En un continente de tanta cultura, de astrónomos, de Galileo, de Kepler, de Copérnico... También ha salido una cifra curiosa: en Francia, solo el 36 por ciento de los jóvenes consideran que la ciencia ayuda a una mejor calidad de vida. Estas ideas no son un plebiscito. Estos porcentajes van de la mano cuando ves crecer el racismo, el fascismo, el populismo, la demagogia o la situación de Italia, Hungría, Polonia, la extensión de la guerra en Ucrania o ves el Brexit.

En este contexto de escepticismo y fake news, ¿hay resistencia a luchar contra el cambio climático e imponer nuevos modelos de ciudad?
—La tecnología hoy en día se ha utilizado para separar. Nosotros queremos que la tecnología sirva para aliviar a la gente, que genere más conectividad humana, más actividad económica, interacción social. Y para lanzar un modelo de ciudad regenerativo, de circularidad, de proximidad, de resiliencia climática,.

Y por eso el papel de los espacios públicos, es fundamental. Dar al espacio público a la gente, las plazas, los parques, las calles. Recrear actividades que nutran a la gente, los presupuestos participativos los proyectos de barrio, las plazas de bolsillo, el urbanismo táctico, que no cuestan mucho pero unen a la gente con actividades y que permiten que la tecnología haga su papel para unir a la gente. Crear otro modelo de funcionamiento urbano interterritorial, que finalmente no es sostenible. Con el COVID hemos aprendido a que se pueden hacer cosas distintas. Los jóvenes están renunciando a sus empleos para no perder dos horas diarias de transporte. Por eso hay que privilegiar una actividad de cercanías, de entorno personal y familiar.

¿Cómo se llegó al modelo de ciudad que estamos padeciendo ahora?
—Llevamos ochenta años de la cultura de la zonificación, hecha por Le Corbusier, que cuando hizo la Carta de Atenas, decía que ‘una ciudad que tiene éxito, es una ciudad va rápido’. Esas infraestructuras se hicieron para ir más lejos y más rápido. Esas autopistas, esas vías dobles, triples, cuádruples, grandes extensiones de metro... para ir más lejos y más rápido. Los arquitectos que diseñaron ciudades como Robert Moses [arquitectos neoyorquino que entre los años 20 y 60 impulso la construcción de autopistas] crearon esa zonificación que se convirtieron en nuestra normalidad.

Después de la II Guerra Mundial la normalidad fueron las grandes distancias, los edificios especializados, los lugares de trabajo y todas esas construcciones e inversiones fueron para hacer elementos materiales y estructurales con muy buena calidad del dibujo y de su diseño pero que son monofuncionales. Estamos abocados a centenares de miles de metros cuadrados que solo valen para una cosa y para hacer otra función hay que ir a otro lugar. Entonces con Le Corbusier y esa ciudad que va rápido, toda la presión se generó sobre el tiempo. Y hemos pasado toda nuestra vida moderna con esa paradoja: todo el mundo tiene la hora pero nadie tiene tiempo. El tiempo se ha perdido por las largas distancias. El auto ya se convirtió en una adicción que finalmente es compulsiva porque en todo momento lo necesito lo que hace que un auto se utilice para distancias muy cortas.