«Una personalidad singular, un místico del arte y de la belleza, que supo ver y entender el papel que la estética pura iba a desempeñar, como cultura y forma de ética, en los años venideros. En ello residió su grandeza». Estas palabras con las que José Marí Ballester, director de Cultura y del Patrimonio Cultural y Natural del Consejo de Europa, cierra el texto que dedica en el libro al pintor ibicenco, resumen con tino el carácter y los principios éticos y estéticos de Mariano Tur de Montis (1904-1994). Dirigido y editado a sus expensas por su sobrino, Luis Llobet Tur, «Mariano Tur de Montis, un pintor de Ibiza» es un trabajo con el que su pariente quiere rendir homenaje a un pintor fuera de serie, un personaje fiel a sí mismo por encima de las convenciones y un gran desconocido en su propia isla .

Hijo del ibicenco Juan Tur Palau y de Cristina de Montis von der Kleé, mujer cosmopolita de origen alemán, Tur de Montis se inició en la pintura gracias a «doña Paca Llobet», madre de Isidoro Macabich, según relata en el texto biográfico Luis Llobet Tur. «En su casa, aquella original mujer, que pintaba usando los dedos en lugar de pinceles, le inculcó el valor de la luz y del color, y le ayudó a descubrir que la pintura sería su mejor forma de expresión». Más tarde conocería en la isla a Joaquín Sorolla, quien le animó a que siguiera con la afición, y a los principales pintores que pasaron por la isla, de muchos de los cuales (como en el caso de Laureano Barrau) fue buen amigo.

En 1932 el pintor se traslada a Palma, en donde pinta varios retratos, la faceta artística en la que más destacó. La Guerra Civil le cogió en la isla, viéndose envuelto en el dramatismo de la situación. A principio de los 40 comienza su colección de antigüedades, afición en la que invirtió mucho tiempo y dinero, hasta el punto de que su casa-museo en Dalt Vila, Can Llaneras (hoy sede del Colegio de Arquitectos) despertaba la admiración de las dispares personalidades que visitaban la isla antes del boom turístico: Soraya, María Callas, Cela, Romy Schneider, Gerardo Diego, Maximiliam Schell o Errol Flynn.

El periodo de mayor creatividad y brillantez de Mariano Tur de Montis es el comprendido entre 1924 y 1960, y obras suyas figuran en el Museo de Palermo y en colecciones privadas de Europa y América, algunas de las cuales son reproducidas en el libro que ahora ve la luz, obras que despertaron la admiración de los aficionados y críticos de su tiempo. Por ejemplo, del Marqués de Lozoya, historiador, escritor, poeta y erudito en arte, quien escribió en la revista «Arte y Hogar»: «Entre las maravillosas obras de arte que contiene la casa las que más destacan son debidas al pincel de su propietario».

Como sigue contando su sobrino, «ya muy entrado en los setenta años, vivió con frenesí, desligándose de todo, rompiendo sus anteriores moldes, y hasta su naturaleza enfermiza y muchas veces angustiada, mejoró sensiblemente. Un barroquismo exagerado se apoderó de él, varió su casa y la llenó de objetos de poco valor, sólo con el deseo de cubrirlo todo. Su forma de vestir tradicional cambió y adoptó, en muchos momentos, vestimentas exageradas o en el más puro estilo 'hippy'.» A tal exaltación, como un canto del cisne, le siguió una profunda depresión que le llevó a vivir a Barcelona, donde recuperó la calma; pero tras varios años de ausencia regresó «para morir» a su isla, donde falleció en 1994 a los 89 años de edad, dibujando aún, «con mano temblorosa», en su lecho de muerte.