Una lesión durante un partido de fútbol privó al balompié español de un guardameta al mismo tiempo que el arte ganaba una figura de prestigio internacional. Eduardo Chillida jugaba a los 18 años en la Real Sociedad cuando, tras el accidente, se trasladó a Madrid para estudiar arquitectura, estudios que abandonó en 1947 para dedicarse al dibujo. En 1948 creó su primera pieza, un jinete, influido por el arte griego arcaico del Museo del Louvre. El escultor, que había nacido en 1924 en San Sebastián, falleció en su casa de dicha ciudad. En los últimos años sufría una enfermedad cerebral degenerativa.

Tras comenzar trabajando el yeso, Chillida se pasó a la fragua, el hierro, granito y hormigón, sin desechar el alabastro o la madera. Después de residir en Francia, regresó al País Vasco en 1951 y se instaló en Hernani junto a su esposa, Pilar Belzunce, con la que tuvo ocho hijos. «Pilar era su alma mater», comentó el galerista Pep Pinya. Cuando ya había expuesto en el parisino Salón de Mayo y en una colectiva de la galería Maeght, creó su primera pieza en hierro, «Ilarik». Escultor de vocación tardía, la década de los cincuenta y sesenta supuso ya un reconocimiento de su trabajo con exposiciones en la Bienal de Venecia, la Documenta de Kassel, el Guggenheim o el MOMA de Nueva York, entre otros muchos lugares.

En España, entre sus obras públicas destacan «La sirena varada» (Madrid, 1972); «El peine del viento» (1977) en la bahía de San Sebastián, que los periodistas vascos han elegido como símbolo de la libertad de expresión contra los atentados terroristas de ETA; «Elogio del horizonte» (1990, Gijón) o «Monumento a la tolerancia» (Sevilla, 1992). Premio Príncipe de Asturias, Chillida, a quien el Reina Sofía dedicó una retrospectiva en 1998, es académico honorario de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, título que se une a distinciones en todo el mundo. En 2000 inauguró su museo Chillida Leku con asistencia de los Reyes y numerosos amigos.