JULIO HERRANZ «Me sorprendió muchísimo, porque no tenía ni idea. Así que cuando vino Jean Serra y me presentó el libro, por poco me desmayo». Con estas palabras Pepita Escandell resumió a este periódico la grata impresión que le supuso Teatre de Sempre, un volumen que reúne siete de sus obras de teatro más representativas en una edición a cargo de Serra y publicada por Consorci. «Aunque ya me han publicado antes otras obras, es la primera vez que incluyen siete, y algunas ni las había leído siquiera después de escribirlas. Fue el caso de Una de gatera, de la que tenía la impresión de que era más bien mala; pero al releerla ahora me he dado cuenta de que no estaba tan mal», valoró la autora ibicenca, agradecida al paciente trabajo del poeta: «El prólogo está muy documentado, muy bien escrito y con muchas fotografías. Estoy encantada con el resultado».

Popular autora de un teatro costumbrista escrito en el catalán tradicional de Eivissa (o eivissenc, como muchos prefieren llamarlo), Pepita Escandell tiene sus dudas sobre cómo valorarán sus obras en Cataluña, Valencia y hasta en las otras islas del archipiélago: «Creo que no entenderán muchas cosas, porque uso un ibicenco (o catalán de aquí, como quieran), que casi ha desaparecido. Pero creo que tiene su gracia y podrán captar el ambiente y las costumbres de la época», precisó.

Habituándose ya a los homenajes y reconocimientos que está recibiendo en los últimos tiempos, no parece que le alteren su vida cotidiana. «Me los tomo con agradecimiento, desde luego, pero tampoco le doy más importancia. Casi me alegro más por la alegría de la familia; pero no cambia nada mi forma de pensar, sigo siendo la misma», aseguró Escandell, que no ha tirado aún la toalla de escribir teatro:
«Me queda algo que quiero sacar. El tema me lo sugirió mi hermano (Bartomeu Escandell). Va sobre la ironía que el turismo trajo para las figuras del hereu y el segundón. El primero heredaba las buenas fincas de la familia, mientras que el otro sólo le quedaban unas rocas en la costa que no valía nada. Pero el turismo invirtió el tema y fue el hereu el que se empobrecía, mientras que el otro, vendiendo las cuatro rocas que le tocaron, se hacía rico», señaló sonriente. «Es un buen tema, y quiero terminarla, se lo debo a mi hermano; pero me cuesta, porque estoy centrada en las clases de música».

Pasión por la música
Aunque sea el teatro el arte por el que ha sido más reconocida, la primera pasión de Pepita Escandell fue la música. «Y tanto. Estudié diez años en Barcelona, costándome muchos disgustos; el más grande fue que cuando ya iba a cantar pasó algo por lo que el profesor tuvo que marcharse del conservatorio y me quedé sin su apoyo. Una pena, porque iba a debutar en el teatro principal de Sevilla con La bohéme. Piensa que entre las compañeras que estudiábamos en el conservatorio del Liceo estaba Montserrat Caballé; y yo entonces pitaba más que ella. Pero todo se esfumó y volví a la isla. Fue un disgusto muy grande y estuve unos años con una depresión tremenda. Era mi sueño», confesó compungida.

Y de tan prometedor futuro, la cantante lírica tuvo que conformarse con participar en Eivissa en festivales «que daban un poco de lástima. Porque, por ejemplo, detrás de un soldado que salía a recitar una poesía, iba alguien que contaba chistes, otro que cantaba flamenco, lo que fuera, y después yo con cosas líricas. Menudo cajón de sastre. Pero como siempre era por beneficencia, lo hacíamos con gusto», recordó Escandell. Pero la música sigue dándole alegrías: «Las clases de música me llenan mucho, porque tengo unas voces muy buenas que me dan mucha satisfacción. Además, me hacen mucha compañía, me llenan mucho y me enriquecen», concluyó, reconciliada, la polifacética creadora.