La banca no sólo es corrupta, sino que además financia el terrorismo, los atentados, el tráfico de armas y todos los males de este mundo: así la presenta International: dinero en la sombra, el thriller que abrió ayer El Festival de Cine de Berlín y que trajo como primera gran presencia al actor británico Clive Owen. «Es un filme hecho mucho antes de que nadie imaginara la crisis financiera que se nos vino encima y en el que la banca es ya la personificación del diablo, hasta un punto paranoico», explicó su director, el alemán Tom Tykwer. «Mi tema no es la crisis, sino un sistema demoníaco sobre el que monto todo un modelo social», añadió el realizador, acompañado por Owen, el agente Salinger en su film, así como por Armin Mueller-Stahl, un ex oficial de la Stasi metido a asesor de esa banca maligna.

«No me veo como un especialista en supervivencia a tiroteos dramáticos», dijo Owen, a pesar de que eso exactamente es lo que hace en sus 118 minutos del film. «Elijo mis papeles por el director que hay detrás, esta vez le tocó a Tykwer», añadió, tras tomarse con grandes risas las repetidas comparaciones acerca de la similitud física entre ambos.

Fuera de concurso, The International brindó a Tykwer por segunda vez -tras Heaven, en 2002- el honor de abrir el festival, ahora con una superproducción que lleva al espectador por medio planeta, mientras Salinger y su compañera de armas -Naomi Watts- persiguen a los banqueros. Desde la Hauptbahnhof -estación central- de un Berlín lluvioso, como mandan los cánones, a sedes banqueras de Luxemburgo, la película es un recorrido entre fríos edificios de acero y cristal, mientras a Owen se le van muriendo en los brazos, a borbotones, sucesivos colegas y hasta algún matón.

De Berlín a Lyon, luego a Nueva York, después a Milán, más tarde en un hermoso acantilado italiano, o en persecución vigorosa por los tejados de Estambul, Tykwer demuestra que lo suyo es filmar, aunque el guión resulte algo sobrepasado y hasta dé la impresión de que los únicos individuos dignos son la mafia auténtica, la de toda la vida. La imagen de una banca superpoderosa, corrupta y vendedora de armas, sean para Israel, sean para Siria o para financiar golpes de Estado en Africa u organizaciones terroristas, no cuadra ya con el presente de las bancarrotas y hundimientos financieros.

En ocasiones parece que le falta algo del ritmo propio de un thriller, pero lo recupera en una trepidante escena en la que la blanca escalinata de Frank Lloyd Wright del Guggenheim de Nueva York queda como un colador, a balazos. Y finalmente cobra humanidad gracias a Mueller-Stahl, convertido en cómplice desengañado de esa gran banca.