La piedra angular del cine independiente americano, Jim Jarmusch, viajó a España para rodar Los límites del control, una película en la que la palabra prácticamente desaparece y que presentó ayer en el Festival de San Sebastián en la sección Zabaltegi Perlas. «Me encantan los idiomas, la literatura y la poesía como abstracción de la palabra. Pero creo que hablamos demasiado. Yo mismo hablo demasiado» explicó ayer, añadiendo: «La gente que no habla mucho suele decir cosas interesantes cuando lo hace. Es algo que me gusta mucho y que está presente en la cultura samurái».

Así, cuatro años después del periplo lleno de brillantes diálogos en Flores rotas y después de un proyecto frustrado, en Los límites del control, en la que realizan breves intervenciones Bill Murray, Oscar Jaenada, Tilda Swinton, Luis Tosar o John Hurt, habla de no hablar. Al menos si no es necesario. De observar y empaparse de información. De paso, Jarmusch se regodea en las posibilidades cinematográficas que le dan parajes como las Torres Blancas de Madrid -por las que sintió fascinación cuando las vio hace 20 años-, las calles estrechas del centro de Sevilla o una casa abandonada en Almería, captadas con la sensibilidad fotográfica de Christopher Doyle, colaborador habitual de Wong Kar Wai.

Temáticamente, Los límites del control recupera, en cierta forma, el hilo de Ghost Dog, por tomar un personaje silencioso e implacable, aunque esta vez sigue los códigos samuráis «de una manera más metafórica, más filosófica y física». Sigue fascinándole la rectitud del observador y la mesura en los actos. Y así, el protagonista «de alguna manera es un hombre muy centrado en un comportamiento de guerrero», resumió en Donosti el cineasta norteamericano.