Ignacio Gómez de Liaño, fotografiado en su domicilio de Madrid. | Jose del Rio Mons

Filósofo, novelista, poeta experimental, ensayista, profesor universitario... Ignacio Gómez de Liaño (Madrid, 1946) es una de las referencias de la cultura española actual y llega esta tarde (18,00 horas) al Museu d’Art Contemporani d’Eivissa (MACE) para ofrecer la primera conferencia de la segunda edición del curso Cicerone, que se celebra bajo el epígrafe Viajes e islas. Ibiza, isla y viaje. Conocedor de la Eivissa de los años setenta, en la que residió a intervalos entre 1972 y 1975, considera que las islas han estado ligadas históricamente a la fantasía, la experiencia amorosa y la posibilidad de hacer una vida utópica.

—Su conferencia se titula ‘Islas de la vida y la experimentación’. ¿Toda una declaración de principios relacionada con sus estancias en Eivissa?

—El punto de partida es ese. Los experimentos que hice en Eivissa en 1972 dieron lugar a ciertas composiciones poético visuales, como una Orografía Poética o el Yantra de Ibiza, una composición de la ciudad en forma de esquema de danza hindú; también el Teatro del Olvido, el Teatro del Ojo y toda una serie de poemas en forma aforística que representaban una filosofía bastante radical. Hace unos meses publiqué los primeros años de mi diario, En la red del tiempo 1972-1977, en los que aparece la crónica de esas experiencias ibicencas, con todo ese mundo cosmopolita y también, por un lado, el insular genuino y, por otro, el insular sobrevenido. Esa experiencia está en la base de una investigación que hice aún en los setenta y que dio lugar al libro Paisajes del placer y de la culpa, que se centra en ciertas islas de la literatura, como las de Ogigia y Eea, en La Odisea, y, ya en el Renacimiento, la isla de Armida, de Jerusalén Libertada, y la isla de Auristela de Los trabajos de Persiles y Sigismunda de Cervantes. Incluso en la que considero como mi novela principal, Extravíos, sitúo esos experimentos ibicencos, recreados con las artes de la fabulación, en otra isla llamada Coloane. Hay todo un juego de islas que creo que me vino dado por aquellas estancias en Eivissa. Como luego dejé de ir a la isla, ésta fermentó en la imaginación y ahora, al volver, hablará toda esa memoria, esa imaginación, esa experiencia.

—¿Qué tienen las islas para ejercer ese magnetismo?

—Para el que vive en el continente, es algo así como que uno se va fuera del mundo de las utilidades, del mundo de lo práctico. Por eso las islas han estado bastante ligadas a la fantasía y la experiencia amorosa como se ve en las obras que he citado antes. Se crea otro mundo, y eso es lo que de algún modo ha dado lugar a la equiparación de la vida en la isla con la intención de hacer una vida utópica. En el caso de Eivissa, encontramos el tamaño de su ciudad, la belleza de sus paisajes, su arquitectura popular, que tan bien supo comprender el gran poeta dadaísta Raoul Hausmann, y también su tradición de tipo fenicio. La propia Tanit es una diosa de los sentidos y de la imaginación amorosa, junto con otras cualidades. Por eso también cuando uno se va a una isla corre el riesgo de no querer salir de allí; entra en un mundo que da la impresión de que puede ordenarse más fácilmente respecto a otros lugares del, digamos, gran mundo, como París o Londres. En cambio la isla, y eso se nota particularmente en Eivissa, siempre es un territorio circunscrito. Esa es la experiencia que tenemos los que hemos estado en Eivissa y es la seducción, la particularidad de las islas. Aunque podrían añadirse otros aspectos.