Juan Mayorga, situado detrás de su pareja de actores en ‘La lengua en pedazos’, Daniel Albadalejo y Clara Sanchís.

La cocina de un convento. En un rincón, una monja rebelde que la historia conocerá como Teresa de Jesús. En el otro, un inquisidor. Dios como testigo y la palabra como arma y anzuelo. Esta es la trama sobre la que se sustenta La lengua en pedazos, obra escrita por Juan Mayorga galardonada con el Premio Nacional de Literatura Dramática el pasado año, cuya única función en Eivissa tendrá lugar mañana en el Palau de Congressos de Santa Eulària a las nueve de la noche bajo la dirección del propio Mayorga y con Clara Sanchís y Daniel Albadalejo como protagonistas.

Según el jurado que le concedió el Nacional de Literatura Dramática, la obra de Mayorga es «una lúcida y contemporánea visión dramática de la figura de una mujer como Teresa de Jesús, que supo llevar adelante sus convicciones pese a las presiones de su tiempo», todo ello con un «tratamiento sustentado en lo mejor de la literatura castellana».

«Nos han acostumbrado a ver a Teresa de Jesús como centinela de un cierto orden, pero basta abrir sus escritos y recordar el modo en el que levantó sus fundaciones para reconocer en ella a una insurrecta», señala Mayorga al referirse a la obra.

Para el dramaturgo, la religiosa «es un personaje tan fascinante y complejo como el mundo en el que vivió», una afirmación que hace reposar sobre una frase de Edmond Jabès, quien dijo que «la singularidad es subversiva». Según explica el autor en la presentación de este montaje, la España de aquel siglo XVI contó con personas, tanto hombres como mujeres que se pusieron al frente de grandes empresas. «Pero en esa misma España se llamaba ‘perro’ al converso, como lo era el abuelo de Teresa, y resultaba sospechosa una mujer que escribía, y más si escribía con la imaginación y la inteligencia de Teresa», apunta.

«Personaje a contracorriente» o «intempestivo» son algunas de las definiciones para Teresa de Jesús de Mayorga, quien decidió que quería llevar su palabra hasta el teatro y para ello se marcó como objetivo «arraigar palabra y personaje en una situación ficticia pero verosímil en cuyo centro estuviese la grave decisión tomada por la todavía monja de la Encarnación de abrir, con gran riesgo para sí y para las que la seguían, el monasterio de San José, su primera fundación».

Su doble

Pero el dramaturgo precisaba de un oponente y la figura del inquisidor surgió y creció «hasta convertirse en el ‘otro’ de Teresa, su doble: aquél con quien ella estaba destinada a encontrarse y a medirse». Es en el diálogo que se establece entre ellos donde surgen preguntas incómodas que obligan a la religiosa a enfrentarse a su propia vida y acciones. «El inquisidor acorrala a la monja y prende en su corazón la duda, que, como todo en Teresa, es un incendio». «Poco a poco —continúa— en el diálogo entre ambos personajes va apareciendo un tercero: la lengua misma, que transforma vidas y hace y deshace mundos».

En este último sentido, Mayorga tiene clara la deuda que existe hacia la religiosa desde la literatura: «Para dejarse arrastrar hacia Teresa es suficiente leerla y advertir lo mucho que le debe nuestra lengua y, por tanto, lo mucho que le adeuda nuestra experiencia del mundo. Sólo nuestros mayores poetas han sometido a tan extrema tensión la lengua castellana. Un ateo, aunque no crea en su mística, puede sentirse fascinado por el ser humano que se apoya en ella».