Esta es la época del año de las lecturas y de encuentros familiares, pero también de reclusión; la unión ideal para que las letras hagan su magia.

La Navidad es la época literaria del año por excelencia. Si bien el verano tiene la calidez –o mejor dicho el bochorno– de los amores efímeros, la Navidad tiene ese espíritu aparentemente opuesto de reclusión y tiempo para uno mismo y, a la vez, de encuentro con los seres queridos. Ese hálito de lo trascendental y eterno. La sobremesa que se alarga o las veladas cerca de la chimenea son escenas entrañables –y edulcoradas, es verdad– propias de estos tiempos aunque, paradójicamente, para esta Nochebuena estén previstos 20 grados tropicales.

Efectivamente, esa estampa que recuerda al clásico Mujercitas es material más propio de la ficción, aunque la literatura tiene esa magia de hacerte sentir en tus carnes algo que sucedió –o no, como explora la monumental 4 3 2 1, de Paul Auster– a alguien en un tiempo remoto. Como bien dijo Antoni Vidal Ferrando a propósito de Si entra boira no tendré on anar (Premi CarlesRiba 2021), «la literatura es capaz de crear placer estético a partir de la muerte o de cualquier desgracia». Quid Pro Quo, de hecho, acaba de publicar un interesantísimo homenaje a la literatura firmado por el francés Pascal Quignard y traducido por Antoni Clapés: L’home de les tres lleters. Por eso es tan fácil identificarnos con la pobre y a la vez fuerte Jane Eyre o con Trevor Noah en Born a crime, divertida y personal mirada de un niño mestizo nacido en pleno Apartheid en el que su mera existencia estaba prohibida.

Una familia vulgarmente particular es la que retrata la siempre genial Sara Mesa en La familia, donde disecciona los comportamientos humanos y, muy especialmente, las heridas y contradicciones que todos arrastramos. Pero, como sentenció Tolstói, «todas las familias felices se parecen unas a otras, cada familia desdichada lo es a su manera» y, además, familias hay muchas. Y si no que se lo digan a Evie, la protagonista de Las chicas, de Emma Cline. Por su parte, Anapurna, una de las artistas más notables de las Islas, se basa en Chucrut en el duelo que supone perder a un padre para construir una historia sobre el exilio que también desata un relato terrorífico y siniestro. Sobre la muerte y, sobre todo, el miedo que acarrea por lo que supone –no leer, no comer, no desear, no vivir– trata La náusea, célebre novela filosófica del francés Jean Paul Sartre.

Laura Gost ahonda en la estructura familiar y en esa complicadísima etapa en la que dejamos la infancia para convertirnos en adultos presumiblemente responsables y serios en La cosina gran, que se configura como un coming of age a la mallorquina. Algo que, en cierta medida, también se puede atribuir a Tokio blues, de un gran nombre de la literatura: Haruki Murakami. Pero, sin duda, una de las historias que más ha contribuido a la generación de nuevos lectores es la de Harry Potter. Sobre el chico que se quedó a las puertas de encarnar a este héroe transgeneracional escribe el francés David Foenkinos en Número dos, sin duda una de las lecturas más especiales de 2022.

Otro título que hizo mella en los jóvenes y dejó el gusanillo de la filosofía es El mundo de Sofía, del noruego Jostein Gaarder, que llegará todavía a más público por su adaptación a cómic de la mano de Zabus y Nicoby. Y, aunque también se suele atribuir a un clásico de literatura infantil y juvenil, Momo, de Michael Ende, nos invita a reflexionar a los adultos sobre cómo invertir nuestro tiempo para no convertirnos en los temibles hombres grises.

Narrar desde y sobre las periferias es otro gran tema contemporáneo. De eso habla Juarma en Al final siempre ganan los monstruos, que rompe esquemas de novela convencional con una radiografía de la no siempre fácil vida en los pequeños pueblos de este país a través de personajes perdidos que ni siquiera se plantean encontrarse. Desde la periferia escribe Gemma Marchena, redactora de este diario, que en El pozo imagina cómo explota Andratx en una incontenible ola de ira. El pueblo se acaba convirtiendo en una especie de cárcel, como les sucede a los personajes extraños e imposibles de Mundo plasma, de Calpurnio, fallecido recientemente. En esta obra, Premi Ciutat de Palma de Còmic 2015, los protagonistas se ven envueltos, como contó él mismo, en una serie de truculentos asesinatos.

Para aquellos que quieran darse un buen atracón de series y no sepan por dónde empezar pueden acudir al libro de Serielizados. Otra idea es, ahora que se ha estrenado en Netflix Smiley –donde aparecen Ann Perelló y Ruth Llopis–, es leer el texto teatral en el que se basa, de Guillem Clua. Por cierto, un montaje que también llevó sobre el escenario El Somni Produccions.