Parece como si Canarias nos hubiera tomado ya la delantera en cuanto a capitalizar lo que llamamos el poder trabajar desde cualquier rincón del planeta. En febrero lanzaron la misiva que querían captar 30.000 teletrabajadores en cinco años con una campaña cuyo lema hacía referencia a la oficina con el mejor clima del mundo. Hace menos de un mes el diario El País relataba como estos teletrabajadores ya empezaban a colonizar el archipiélago, con 8.000 profesionales que se instalaban para paliar el desplome del turismo. En este sentido, Menorca también ha consolidado un aumento del empadronamiento a consecuencia de la pandemia. Poder trabajar desde la isla, se ha convertido en un reclamo no solo de gobiernos o de agencias inmobiliarias sino casi de sentido común en los tiempos que corren, siendo una gran opción para muchos profesionales que mediante una conexión telemática, pueden seguir desarrollando su actividad sin que nadie sospeche que por la ventana ya no hay la ciudad gris sino el mar azul.

Sin embargo, en el teletrabajo no todo son bondades. En este sentido, existe una figura en el aprendizaje de idiomas que se llama el falso amigo. Se refiere a una palabra de otro idioma que se parece, en escritura o en la pronunciación, a una palabra de la lengua materna del hablante pero que tiene un significado diferente. En la cuestión del teletrabajo, como discutíamos el otro día en una conversación con una ejecutiva, tenemos verdaderamente un falso amigo y me lo razonaba en el sentido que estamos aceptando como algo natural, que el trabajo entre hasta nuestro salón sin casi pedirnos permiso. Y lo que está pasando es que reunión virtual tras reunión virtual, (zoomitis también lo llaman), ya no hay espacio para la desconexión, casi ni para ir al lavabo y mucho menos, para aquella separación mental de no tener porque llevarse los problemas a casa cuando sales de la oficina. Y es que si el teletrabajo ha venido para quedarse, esta podría ser potencialmente una de sus maldades junto con los problemas de conciliación familiar o de falta de concentración. Ya no tengo ni esa hora de trayecto en transporte público en la que aprovechaba para pensar o para leer, me decía porque, en definitiva, se trabaja más horas y son de peor calidad porque cuesta mucho más poner el foco en los temas. Por no entrar en cuestiones más peliagudas como la distribución de las cargas familiares donde las mujeres acaban añadiendo un plus de tareas. En fin, trabajar desde casa tiene sus luces y sus sombras, no lo pasemos por alto.