¿Es la guerra en Ucrania la primera guerra global híbrida? Sin duda, la guerra en Ucrania representa connotaciones económicas globales en el corto, medio y largo plazo. Y es que se atisba un futuro mundo más polarizado, con dos grandes ejes diferenciados, que podría incidir en una cierta desglobalización y un incremento de la regionalización del comercio. Ello a causa de la necesidad de autoabastecimiento y reindustralización de los respectivos bloques para satisfacer su propia demanda. Sirva de ejemplificación la apuesta europea y norteamericana por la fabricación de semiconductores, microchips. Es el fenómeno denominado relocalización, no del todo nuevo. Los primeros casos se iniciaron el año 2010, principalmente en Estados Unidos y Europa, motivado por una serie de factores: el incremento de los salarios en los países asiáticos; la apreciación del yuan por la entrada del país a la Organización Mundial del Comercio; y el hecho de que los países de origen empezaron a ser más competitivos por la implementación de las tecnologías –bajo el paraguas de la inteligencia artificial–, que provocó que producir a tanta distancia dejase de ser una necesidad tan imperiosa en términos de costes de producción. Entre los años 2014 y 2018, un total de 247 empresas europeas volvieron a sus raíces, según el European Reshoring Monitor. La mayoría de los casos correspondieron a Reino Unido (44), Italia (39) y Francia (36). En España se contabilizaron 12 casos.

Por otro lado, el rol de China tampoco es desdeñable. Según el Centro de Investigación Económica y de Negocios, China podría desbancar a Estados Unidos como la mayor economía del mundo en 2028, cinco años antes de lo previsto anteriormente. Aunque la estabilidad en el Indopacífico y la contención de la expansión China parece haberse centrado en la alianza Aukus (Australia, Reino Unido y Estados Unidos), el punto más tenso se sitúa entre el mar de la China Oriental y el mar de Japón.

En el plano económico, uno de los mayores adversarios de Estados Unidos y Europa es la inflación. Un fenómeno que dejó de ser transitorio para afianzarse, empujado por los efectos pandémicos, las alteraciones en las cadenas de suministros y la invasión de Ucrania. Las turbulencias en los mercados energéticos son evidentes. El precio del barril de crudo subió un 60% desde diciembre. La fortaleza del dólar frente al euro también agrava, a causa del tipo de cambio, el coste del barril de Brent para el continente europeo. Incluso Alemania ha anunciado que recurrirá al carbón ante el peligro de recorte del suministro de gas.

La inflación también comporta otros efectos, como la subida de tipos de interés, que repercute en otras cuestiones no superfluas, pero cuyo análisis excede el objeto de este artículo.

Por otro lado, el bloqueo de grano que Ucrania solía exportar en un año normal también tuvo repercusiones, aunque parece que esta situación ha mejorado. La cuestión no es baladí. El Programa Mundial de Alimentos de la Organización de las Naciones Unidas estimó que 44 millones de personas, en el mundo, podrían estar en zona de riesgo inmediato. Según la Organización, la subida del precio de los alimentos y el combustible podría empeorar la situación de los países más vulnerables, la mayoría en el norte de África, que correrían el riesgo de padecer una gran hambruna.

En definitiva, se deberá estar muy atento a los acontecimientos de este otoño y, sobre todo, del invierno.