El auténtico desestacionalizador es el cambio climático. Es un hecho, ya no es un futurible ni esa aspiración que lleva tantos años reverberando en nuestra consciencia colectiva. Ha llegado la desestacionalización, el tantas veces proclamado alargamiento de la temporada, debido, como a casi todo, a una paradoja del destino. Sí, porque no es un alargamiento tal y como se había proyectado, o tal vez soñado: es una especie de extensión forzada, impelida por los empujones del cambio climático.
Ahora nos damos más cuenta que nunca que clima y turismo se encuentran íntimamente relacionados, configurándose el primero no solo como una característica más del destino, sino como un atractivo por derecho propio que tiene la capacidad por sí mismo para atraer o desatraer a los turistas.

Los estudios sobre los impactos del cambio climático en el sector han proliferado esta última década ante la imparable y más que notable alza de temperaturas, si bien estos dos últimos años hemos notado como julio y agosto se han convertido en meses en los que el confort del turista se ha visto severamente constreñido por el sopor extremo, un período en el que se han sucedido innumerables olas de calor. Ha habido un hecho revelador y nefasto que cualquiera habrá podido experimentar: en julio y agosto la temperatura del agua del mar ha subido tan notoriamente que el agua no refresca lo que debería, ni sumergiéndote dos metros encuentras el punto deseado.

Todos los informes exponen que todas las zonas costeras mediterráneas experimentarán descensos importantes en su idoneidad climática en plena temporada alta. Por contra, la mengua que paulatinamente iremos registrando en julio y agosto, se desplazará a los meses primaverales y otoñales, siendo del todo plausible que la consabida temporada de actividad turística estándar de seis meses se amplíe de manera genérica hasta los nueve meses o incluso más.

Para ello tendremos que asumir un esfuerzo de adaptación que pasa necesariamente por la implantación gradual de estrategias de sostenibilidad y circularidad globales, no solamente acotadas a las empresas hoteleras. Por tanto, la circularidad de la que tanto llevamos hablando en este último bienio también debe ser entendida como una protección frente al clima y su extrema variabilidad que debe incluirse en las estrategias empresariales, en paralelo y con la misma importancia a otras estrategias como la económica o financiera.

Aunque el proceso sea imparable, encontraremos resistencias: la de quienes consideran que el cambio climático no tendrá afectaciones en sus negocios; la de quienes sobreestiman su capacidad de adaptarse. Estos posicionamientos deberán ser corregidos mediante el desarrollo de acciones, comunicaciones y ejemplos que mentalicen a la población en su conjunto de que cualquier rendimiento económico productivo tiene que pasar necesariamente por el tamiz previo de una estrategia circular y sostenible. Por tanto la adecuación puede ayudar a construir destinos más sensibles y competitivos, acomodados y compatibles con las condiciones climáticas actuales.