Siempre he pensado que la comunicación puede ser nuestra aliada o enemiga. Mejora las relaciones intrapersonales e interpersonales y nos permite descubrir tanto el mundo interior como exterior. Sin embargo, a la vez si el proceso es inexacto, complejo, defectuoso puede ocasionar daño y perturbaciones. Es un bien preciado esa comunicación que nos permite descubrir, aprender y aprehender. Nos da pie a indagar sobre el otro u otros a base de preguntas y respuestas. Ideas, acciones y emociones interrelacionadas y entrelazadas. Elementos no disgregados sino interrelacionados y que se unen en mensajes tanto verbales como no verbales.

Como si de un baile se tratase donde se mezclan letras, sonidos e imágenes. La comunicación permite conocer ese mundo complejo, y así lo puedas interpretar y asimilar. Ordenando, sustituyendo y categorizando los elementos percibidos. Como si de una montaña de arena se tratase y se estuviese construyendo en la orilla de este mar azul. Observar, procesar, integrar y emitir. Un proceso difícil de entendimiento mutuo, complejo en la selección y traducción informativa. Como si de pequeños granos de arena se tratase, así los elementos comunicativos se amontonan. Algunos más débiles que otros, pero no todo es conducta comunicativa expresada. Los pensamientos inductores y antecedentes, diría yo elicitadores bañan esta emisión comunicativa de mis palabras, mis gestos, mi mirada, mi sonrisa, mis posturas. Estos pensamientos condicionan el acto. Así si son positivos seguramente facilitarán una comunicación fluida, exacta, genuina y adecuada. Pero si son irracionales y negativos pueden obstaculizar el acto, bloquearlo y contaminarlo. La montaña de arena puede derrumbarse si ese pensamiento intrusivo y negativo se entremezcla con esas pequeñas partículas llamadas «granitos de arena comunicativa». Pensamientos con contenido negativo como la culpa, resentimiento, el pensamiento polarizado, la generalización, la visión catastrófica, los prejuicios sociales, las etiquetas globales, la falacia de control, los «debería» tan comunes y que hacen que nuestras mochilas sean pesadas y difíciles de cargar. Ese peso insoportable de una mente cargada de contenido irritante, nos conmueve y nos agita, nos desequilibra. Presiones en ocasiones impuestas desde el exterior, pero también de nosotros mismos hacia nosotros mismos. Esas emociones negativas generadas y resultantes nos dañan y generan más dudas hacia el propio acto comunicativo. Construyamos montañas de arena limpia, con los elementos justos, no importa que sean muy altas, «menos es más», pero sobretodo entendibles, disfrutando así de aquello que nos hace únicos y nos acompaña: la comunicación humana.