Pasadas las nueve de la mañana, una multitud se agolpaba ante las urnas para votar. El objetivo era sortear el calor y cumplir con el trámite antes de que el bochorno hiciera de las suyas. Aunque tampoco convenía aparecer demasiado pronto, por si los madrugadores eran ‘fichados’ para alguna mesa electoral con ausencias. Los colegios electorales de Palma estaban armados de ventiladores, máquinas dispensadoras de agua y abanicos. Los 36 grados que azotaban la Isla, sumado al 42 por ciento de humedad, ha dejado noqueado a más de uno.

De hecho, en Son Pisà y Son Ferriol hubo votantes con golpes de calor y desmayos, que tuvieron que ser atendidos por ambulancias en algún caso. Si uno busca ‘sauna turca’ en la enciclopedia aparece la imagen un aula de un colegio palmesano en esta jornada electoral.

Para ir a votar era necesario llevar el DNI, el abanico y, en algunos casos, el bikini puesto. Los miembros de las mesas asumieron con resignación su papel y se arrimaban a alguno de los ventiladores que había dispuesto el Ajuntament de Palma. Laura, votante del CEIP Sant Rafel, suspiraba aliviada. «Estaba la semana pasada en la presentación del libro de Marta Simonet en Rata Corner. Me llamó la policía al móvil y me preguntaron dónde estaba en ese mismo momento. Y me trajeron a la librería la citación para la mesa electoral». Tuvo suerte: era suplente y se presentaron todos los titulares a la cita.

A unos pocos metros de la puerta del CEIP Sant Rafel, a la una del mediodía, un hombre aparecía con una camiseta con el lema ‘Que te vote Txapote’. «Estoy muy descontento con la izquierda. No he votado a Pedro ni tampoco a Yolanda». Hubo cierto revuelo entre los apoderados, que aseguraban que no lo habían visto depositar su voto en la urna. «Si lo llegamos a ver, no habría votado», aseguraron. Una de las apoderadas, de un partido progresista, aseguró que «ha venido a hacer el numerito delante del colegio y ha conseguido su minuto de gloria».

En la Delegación de Hacienda, apoderados, interventores y miembros de la mesa no cabían en si de gozo: tenían aire acondicionado. Su destino original era el CEIP Aina Moll, conocido por sus caldeadas clases, pero las obras de su patio trasladaron todo el dispositivo electoral a unos pocos metros de distancia. Eran las diez y el socialista Iago Negueruela ejercía de apoderado: «Están a tope desde las nueve y no han parado de llegar votantes». José Manuel Barquero, exultante, trajo su voto y unos croissants de Lluís Pérez para los miembros de la mesa: «Me llamaron esta semana de la policía para anunciarte que estaba de suplente, pero se han presentado todos. La gente se ha portado».

Nueva parada: esta vez en el CEIP Sant Felip Neri. En la mesa, una de las vocales tuvo que venir desde Bunyola, donde se había mudado hace unos meses porque, como tantos otros palmesanos, ya no podía permitirse vivir en el centro. Francina Armengol votó a las once en ese colegio, donde había más fotógrafos que votantes. Los apoderados tuvieron que hacer uso de la fuerza para abrir una puerta y así permitir la entrada de aire. El objetivo era no morir asfixiado. No constan bajas.

En el CEIP Jafudà Cresques, en Pere Garau, el panorama era muy diferente: a mediodía había cola hasta en el patio. El barrio más populoso de Palma se lanzó ayer a las urnas. En una de las mesas, Germán Guerrero protesta: «Estaba trabajando en Barcelona y he tenido que venir para que no me pongan una multa». Luego, rezongaba porque no había bolígrafos, hasta que un apoderado de Sumar Més le cedió el suyo. «Aquí solo te dan 70 euros y pasas calor y angustia. Esto es una dictadura», dijo indignado. En las perchas aún cuelgan abrigos perdidos en busca de un niño olvidadizo.

En el patio espera Andrés Giraldo, todo tatuajes, con su adorable cachorro de pomerania. «Se llama Jesulín. He venido a acompañar a mis suegros y mi novia a votar. Yo lo hice en blanco». Hay votantes anonimos que confiesan con la boca pequeña que votan a Vox: «La familia se enfada».

Desafiando el calor estaban dos parejas de octogenarios, Catalina, Carmen y sus maridos, ambos llamados Juan. «Hemos venido de Sa Ràpita solo para votar. Ahora nos vamos a la playa». Carmen, con 82 años, que asegura que aprendió a leer con el desaparecido diario Baleares, dice que uno de sus hijos sigue en Sa Ràpita y ha votado por correo para no parar sus vacaciones.

En el CEIP Son Canals estaban unos jovencísimos Paula Garrido, Glen Cabaltera y Andrea Devreese. «Estamos muy contentos con quien nos ha tocado, hay muy buen ambiente». No se descarta que terminaran la noche de recuento de votos con unas copas.

El récord de la jornada se lo lleva José Rodríguez, el votante más veterano del CEIP Miquel Porcel, de Son Cladera. Al llegar a la mesa le han dicho que es la persona de más edad que ha hecho su aparición en la jornada. «Yo siempre he votado a los socialistas», dice con orgullo Rodríguez, que lucía sus sobres ya listos antes de meterlos en la urna.

A mediodía el calor ya era insostenible. Los desmayos se sucedían en Son Pisà, donde los integrantes de una mesa sacaron las urnas bajo el porche. Nuestros niños han ido a clase con las ventanas abiertas en la pandemia, armados de guantes, bufandas y abrigos dentro del aula. Van a clase en mayo, junio y septiembre con temperaturas que superan los treinta grados. Dentro del aula. Juegan y hacen gimnasia en el patio a mediodía, al sol. Mientras, sus padres y abuelos se abanican para ir a votar. Tal vez esta jornada sirva a los colegios para armarse contra el cambio climático. La España que vota es la España que suda.